Luxemburgo confía en un centro de compraventa de objetos de lujo sin IVA
El Gran Ducado es el país con mayor renta per cápita del planeta (104.000 dólares)
Una veintena de tratantes de arte estrictamente trajeados hacen hueco en su ajetreada agenda de encuentros en la Tefaf, la prestigiosa feria de arte de Maastricht (Países Bajos), para escuchar el último proyecto de Luxemburgo en aras de diversificar su economía. La sala elegida para la ponencia se queda pequeña. El Gran Ducado, el país con mayor renta per cápita del planeta (104.000 dólares) gracias a las enormes ventajas fiscales que ofrece al sector financiero, quiere conjugar su experiencia en la competencia fiscal con el auge económico del mundo del arte en las grandes fortunas y desembarca con una propuesta directa a su bolsillo: el primer puerto franco en territorio comunitario dedicado al almacenamiento de objetos de lujo, desde obras de arte hasta metales preciosos pasando por coches de coleccionista y botellas de vino de alta gama.
Detrás de esta suerte de road-show, con parada en algunas de los encuentros de arte más importantes de Europa Central, se encuentra el propio Gobierno luxemburgués y un puñado de empresas logísticas y de transporte aéreo capitaneadas por David Arendt, el primer ejecutivo de The Luxemburg Freeport, la sociedad que explotará el proyecto. Conocedor de las particularidades del auditorio al que se dirige, deja de lado su perfil de directivo del sector financiero para encandilar a su selecta audiencia y se esfuerza por que los galeristas comprendan las excelencias de este enorme almacén fortificado. Habla pausado, mira a los ojos a sus interlocutores y remarca las palabras clave cuando llega al meollo de su discurso: las ventajas fiscales que el Freeport les reportará a sus clientes. “Cualquier transacción puertas adentro estará exenta del pago de IVA. Nos comprometemos, además, a guardar total confidencialidad sobre lo que allí atesoren”.
Es la apuesta de Luxemburgo, un país que a duras penas logra desprenderse de la etiqueta de paraíso fiscal, para paliar el impacto negativo del fin del secreto bancario —en enero de 2015— sobre sus saneadas cuentas públicas. El tratamiento fiscal que otorga a sociedades de inversión familiar y colectiva, hedge funds y grandes aseguradoras ha convertido en este diminuto país inserto en el corazón mismo del Viejo Continente en el tercer Estado con menos paro de la eurozona (6,1%). Aquí, la crisis no es más que un rasgo del pasado, la economía creció en 2013 al 2,1% y las previsiones de la Comisión Europea prevén para este año una expansión de hasta el 2,6%. Sus dirigentes, sin embargo, saben que su estatus como territorio favorable para las grandes fortunas no es ilimitado y, por ello, han centrado sus miras en un nicho apenas explorado hasta la fecha: los coleccionistas de arte y apasionados del gran lujo.
A apenas 500 metros de la moderna terminal de pasajeros del único aeropuerto del país, de escasa relevancia por número de viajeros pero eje fundamental del tráfico de carga en Benelux —es el segundo en la región y el séptimo de la Unión Europea (UE) por volumen de carga—, emerge el futuro almacén de objetos de renombre, por el momento una mole de cemento gris en obras de apariencia nada fastuosa. “Todavía es difícil hacerse una idea de lo que será en septiembre, cuando abra sus puertas”, advierte Cédric Erard, responsable técnico de la obra. Entonces, según prometen sus promotores, se convertirá en el lugar con mayor concentración de objetos de lujo por metro cuadrado de Europa. Con acceso directo a las pistas, en las que aterrizarán los aviones exclusivamente fletados para transportar los valiosos objetos, esta enorme estructura —tres veces más grande que el propio edificio terminal— pretende convertirse en punto de entrada para toda clase de valiosos objetos, en su mayoría provenientes de países extracomunitarios. Un sueño para los grandes propietarios de activos de lujo.
A cuatro meses de su inauguración, sus gestores ya han apalabrado el 60% de la superficie total y esperan llegar al 100% de ocupación “semanas antes” de la apertura. El secretismo, no obstante, es total y prefieren no desvelar ni siquiera los precios del servicio de custodia. “Solo diré que el almacenaje de un cuadro de tamaño medio costará menos que tomar un café en el centro de Luxemburgo, 2 euros diarios”, apunta Arendt al término de un almuerzo de trabajo en el selecto club de golf Grand Ducal, a menos de dos kilómetros de la futura instalación.
“Será muy atractivo fiscalmente, fundamentalmente para ciudadanos y empresas no europeas”, afirma Sylvie Atten-Liber, la responsable de análisis de este proyecto en la administración de Aduanas de Luxemburgo. “Para ellos es una oportunidad tener sus bienes en el centro de la UE y poder comerciar con ellos sin pagar ni un solo euro en impuestos de compraventa”, subraya. Las garantías fiscales permiten a sus propietarios exhibir las piezas en ferias de arte de la zona—la propia Tefaf de Maastricht, a 150 kilómetros o la de Colonia, a 175—, y el trato de venta quedará exento de IVA siempre y cuando se cierre en el interior de las instalaciones, que dispondrán de varias salas para la exposición de las obras y la firma de los contratos de venta. “La administración nacional de Aduanas tendrá una oficina en el propio edificio”, confirma Atten-Liber otorgando una gruesa pátina de legalidad al proyecto.
Este enorme almacén de la ostentación será el primero en la UE pero tiene precedentes en Mónaco, China, Singapur y, sobre todo, Suiza. La empresa que explotará el espacio de Luxemburgo, propietaria también de dos instalaciones en el aeropuerto de Chagi y en Ginebra, destaca en cambio una importante ventaja de su nueva instalación: disponer de acceso directo al aeropuerto le añade un plus de seguridad. “Desde el lugar donde desembarcan los objetos del avión hasta la instalación apenas hay 300 metros”, relata Arendt. Las obras de arte y los lingotes de oro no tendrán que abandonar “en ningún momento” la zona aeroportuaria. “Nuestros clientes no se exponen a ningún riesgo: contaremos con un equipo de seguridad de primer orden, se asentará en una zona de bajo riesgo sísmico, el país goza de gran estabilidad política y su localización es estratégica para evitar un potencial accidente aéreo”, añade este directivo de mirada esquiva.
Esta máquina de drenar fondos a la propia Hacienda luxemburguesa y al fisco de otros Estados miembros cuenta con el apoyo de los tres principales grupos políticos luxemburgueses —conservadores, socialdemócratas y liberales—, que aprobaron la exención de IVA en el puerto franco en julio de 2011, durante el mandato del hoy candidato del Partido Popular Europeo a la presidencia de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Lejos de mostrarse crítico con el puerto franco, el actual Ejecutivo socio-liberal lo incluyó como proyecto logístico estrella en su programa político para la presente legislatura. No incumple ningún precepto de la legalidad comunitaria, pero su inminente apertura ya ha levantado ampollas en los pasillos del Parlamento Europeo: en marzo, sin ir más lejos, un pequeño grupo de eurodiputados socialdemócratas se reunió con varios técnicos para conocer de cerca la forma en la que operará el puerto franco y para analizar su impacto sobre las finanzas del resto de Estados miembros. Ahora habrá que esperar a la configuración de la nueva Eurocámara para comprobar si la respuesta comunitaria se queda en meras tomas de contacto o si, por el contrario, la UE se atreve a atajar el mayor flanco débil de las cuentas de sus Estados miembros: el fraude de los paraísos fiscales. El enemigo, en este caso, está en casa.
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