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Lo que pasó anoche es un sueño para los euroescépticos británicos. Pero puede acabar siendo una pesadilla para el euroescéptico medio, para aquel que preferiría que la UE no existiera pero que, ya que existe, lo que quiere es que sea lo más británica posible.
Vientos huracanados han soplado durante la pasada noche en las islas británicas. Vientos de verdad, de más de 130 kilómetros por hora. Pero la verdadera tormenta que se ha desarrollado esta noche en el canal ha sido política, no meteorológica. Y esta vez, en contra de lo que dice el más británico de los chistes, no es el continente el que se ha quedado aislado, sino Gran Bretaña.
Lo que pasó anoche es un sueño para los euroescépticos británicos. Para los de verdad: para los que quieren que Reino Unido abandone la Unión Europea. Pero puede acabar siendo una pesadilla para el euroescéptico medio, para aquel que preferiría que la UE no existiera pero que, ya que existe, lo que quiere es que sea lo más británica posible.
Para algunos analistas británicos, lo que pasó anoche es más significativo que el hecho de que Gran Bretaña se quedara en Maastricht fuera del euro y fuera del capítulo social o que en su día decidiera mantener los controles fronterizos a los viajeros procedentes de un país comunitario. A fin de cuentas, en el primer caso lo que obtuvieron los británicos fue el derecho a incorporarse cuando quisieran –y quisieron firmar el capítulo social en 1997, al llegar los laboristas al poder– y en el segundo el hecho de que haya que enseñar el pasaporte al llegar a las islas es sobretodo un símbolo cuyos efectos prácticos son de perjuicio solo a quien viaja a la islas.
Esta vez es más significativo porque muestra la voluntad británica de mantenerse al margen pero también la de los continentales de hacer esa marginación explícita: sin cláusulas de opt-in o de opt-out, abriendo por primera vez el camino de un tratado para la gran mayoría, sin británicos y demás escépticos. No es un triunfo de los federalistas: es un triunfo para quienes, como Nicolas Sarkozy, pero también Angela Merkel y David Cameron, creen sobre todo en la Europa de los Estados-nación.
Políticamente, el aislamiento de Cameron en Bruselas puede tener muchas consecuencias internas. En términos de la relación con Europa, encamina el debate hacia el terreno puro y duro de la pertenencia a la UE. ¿Tiene sentido realmente seguir en la Unión Europea en lugar de quedarse fuera y mantener los vínculos económicos y comerciales? Pero, si es ese el caso, ¿puede la City de Londres seguir siendo la plaza financiera de Europa si el país está fuera de la UE? A fin de cuentas, Cameron ha justificado su oposición a las nuevas propuestas por temor a que acaben perjudicando a su industria financiera.
Los euroescépticos van a magnificar aún más su campaña a favor de un referéndum sobre la pertenencia a la UE. El antieuropeo Daily Mail titula hoy su crónica sobre la cumbre con un significativo “Por fin el primer ministro se pone duro con Europa” y acompaña esa crónica con un artículo en el que afirma que un 80% de los simpatizantes conservadores quieren ese referéndum.
Y el debate europeo va llevar inestabilidad al Partido Conservador. Los euroescépticos son ya casi la especie única dominante, con el incombustible Ken Clarke como único político tory capaz de seguir defendiendo Europa en voz alta. Pero en la medida de que el debate se traslade de verdad a la pertenencia o no a la UE, han de surgir más voces defendiendo ese vínculo.
La inestabilidad en el partido tory va a tener también tintes personales. Ya los tiene. Gran parte de la intransigencia de Cameron esta madrugada se debe a que siente su liderazgo amenazado por la creciente hostilidad de los euroescépticos. Un síntoma de esa debilidad es que su gran rival político, el carismático alcalde de Londres, Boris Johnson, ha olido sangre y se ha tirado a la yugular del primer ministro al defender en público en vísperas de la cumbre que cualquier nuevo tratado que afecte a la soberanía de Gran Bretaña debía ser sometido a referéndum. Johnson no es más eurófobo que Cameron, pero tiene aún menos escrúpulos políticos.
La tormenta abre dudas también sobre la estabilidad de la coalición de conservadores y liberales-demócratas que Gobierna el país, cuyo punto flaco siempre ha sido Europa porque los liberales son el partido británico más pro-europeo. La cuestión europea no tenía importancia en la medida en que no había conflictos reales sobre la mesa. Eso se ha acabado.
Por Walter Oppenheimer Londres from elpais.com 9 DIC 2011
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