Timothée Chalamet y Armie Hammer en una escena de ‘Call me by your name’ (Sony Pictures)
- Luca Guadagnino logra una obra maestra con esta romántica historia entre un adolescente y un estudiante de arte en la Italia de 1983
Hacía tiempo que no salía del cine tan conmovida y emocionalmente absorbida por una historia de amor tan apasionada como la que cuenta Luca Guadagnino en Call me by your name, una de las películas más aclamadas del 2017 desde su première en el festival de Sundance, que ha logrado cuatro candidaturas a los Oscar (película, actor, guion adaptado y canción) y se estrena por fin en España este 26 de enero.
El quinto filme del director italiano es una apabullante lección de cine lleno de imágenes sugestivas que narra de forma pausada cómo se cuece la relación sentimental entre Elio Perlman, un adolescente de 17 años, y Oliver, un atractivo estudiante de arte norteamericano de 24, en un pueblo del norte de Italia en el verano de 1983.
Basada en la aclamada novela de André Aciman, Guadagnino ha contado con la colaboración del prestigioso director James Ivory (Maurice, Lo que queda del día) a la hora de escribir un guion exquisito repleto de romanticismo sobre el descubrimiento del primer amor, la fuerza inesperada que ejerce en nosotros y el irremediable dolor que navega por nuestra alma cuando llega a su fin.
La primera vez que Elio observa a Oliver es desde el ventanal de su habitación de la casa de campo familiar. El joven ha llegado desde Estados Unidos para pasar seis semanas como huésped del padre de Elio, profesor universitario de historia del arte que acoge cada año a estudiantes que están realizando una tesis académica. El nuevo inquilino está dotado de una personalidad arrolladora: es rubio, alto, de ojos azules y posee un cuerpo que nada tiene que envidiar al de las esculturas griegas de proporciones perfectas que se encarga de analizar junto a su tutor.
Todos se muestran encantados con Oliver, que es judío, como la familia de Elio. El adolescente se ofrece de forma amable a acompañarle en bici para enseñarle el pueblo. Sin embargo, parece que no acaban de congeniar del todo. Elio ha de cederle su habitación y él ocupa una contigua, con lo que aprovecha cuando el invitado no está para fisgonear en sus cosas. Cree que es arrogante y un maleducado y le saca de quicio que siempre acabe sus frases con un “later” (“hasta luego”). En cierto modo, se respira cierta tensión y distancia entre ambos, como si estuvieran compitiendo por ser el más listo de la clase.
Guadagnino, que se dio a conocer gracias al éxito de Yo soy el amor (2009), protagonizada por su musa Tilda swinton, se caracteriza por otorgar a sus obras de una naturaleza hedonista. Aquí también se hace evidente ese apego por la contemplación, las referencias culturales y el deseo del placer en esas escenas en la que los personajes se reúnen en la vivienda campestre a disfrutar del paisaje, las cenas nocturnas, las conversaciones intelectuales, las siestas, los baños en el río o las lecturas al borde de la piscina.
Y es que estamos en verano y el calor acelera el apetito sexual de los jóvenes. Elio sale esporádicamente con una chica y Oliver parece haber entablado una más que buena relación de amistad con otra joven del pueblo. Durante una noche de verbena, el americano y su compañera se muestran muy acaramelados bailando al son de Lady Lady Lady, de Joe Esposito, tema romántico de la banda sonora de Flashdance.
Elio observa a lo lejos la escena con incredulidad y, cigarrillo en mano, no puede apartar su mirada de Oliver. Sus ojos comienzan a humedecerse y es en ese preciso instante cuando se desata el rompecabezas del proceso de asimilación de su identidad sexual. Hasta ahora todo había funcionado como marcaban las reglas, pero un estúpido baile nocturno destapa la caja de Pandora y le abre los ojos a la realidad de su ser.
Entre árboles repletos de jugosos albaricoques y bajo un sol espléndido que acentúa la pereza estival, Guadagnino nos hace partícipes de la confusión hormonal de Elio, de su desesperación y la incomprensión ante el desasosiego que le invade. Y todo lo que vemos pasa por la mirada de ese joven inquieto al que da vida un espléndido Timothée Chalamet en un papel que exige poner toda la carne en el asador, acentuando sus continuas contradicciones, pero también sus ganas de dejar claras a Oliver sus intenciones y de saber más sobre las cosas que realmente importan.
¿Es mejor hablar o morir? suena en boca de su madre, experta en literatura, mientras traduce del alemán una novela romántica de Heptamerón del siglo XVI sobre un caballero que no se atreve a declarar su amor por la princesa de sus sueños. “Nunca tendré el valor de hacer una pregunta así”, susurra el personaje de Chalamet.
El intérprete, que ha participado en la última producción de Woody Allen y al que veremos pronto en Lady Bird, de Greta Gerwig, logra un trabajo delicado y meticuloso que se concentra sobre todo en la expresividad de un rostro al que no le hace falta decir palabra alguna para desplegar todo tipo de emociones. Porque, en el fondo, Call me by your name es una película llena de emociones en estado puro, sin máscaras ni artificios. Real y bella en su mensaje de ser sinceros con nuestros sentimientos y de aceptarnos tal como somos. Clara y concisa en la descripción del amor que llega sin avisar para quedarse para el resto de los días en nuestra memoria.
Y así, esta historia de dos enamorados nacerá del impulso, de unos gestos y de la necesidad de dar rienda suelta a una pasión que es tratada con gran sensibilidad y elegancia por la cámara de Guadagnino. Por eso, no esperen ver aquí una versión gay de la cinta lésbica La vida de Adèle. Call me by your name es más similar en el tratamiento a Moonlight, el poético drama homosexual ganador del Oscar el año pasado que tanto entusiasmó al realizador italiano.
El cineasta no se recrea en la intimidad de la pareja, pero deja que su deseo se transforme en un alto voltaje erótico que traspasa la pantalla y es mucho más eficaz en el resultado de la propuesta. Aquí es el espectador el que acaba por dar rienda suelta a la imaginación para asimilar un relato que rezuma verdad en cada fotograma y te atrapa hasta que te falta el aliento.
“Llámame por tu nombre, que yo te llamaré por el mío” le dice Oliver mientras sus miradas se funden y sus cuerpos se mezclan en uno solo. “¿Por qué no me lanzaste pistas?”, le pregunta Elio a su amante. “Hemos perdido tantos días”, insiste.
La química evidente entre Chalamet y Armie Hammer(La red social, El llanero solitario), logra que esta película encienda la chispa de la magia cada vez que los actores aparecen juntos delante de la cámara, escenificando la ansiedad que siente el más joven con ese embriagador anhelo de abrazar a su amado y no dejarle marchar jamás.
La erudición que se otorga a los personajes principales es un aspecto al que Guadagnino da suma importancia: inglés, francés e italiano van recorriendo cada conversación de la familia Perlman de forma fluida e inteligente. Asimismo, la música se convierte en otro protagonista indiscutible de la trama. Desde las piezas de Bach que toca Elio al piano o a la guitarra hasta la nostálgica Mystery of Love, compuesta por Sufjan Stevens, que aspira a la estatuilla dorada, o el éxito sonoro de los 80 Love My Way de The Psychedelic Furs, que anima a una a arrancarse a bailar.
Todo en Call me by your name funciona a la perfección y a su debido tiempo gracias al magnetismo de unas imágenes de gran poder hipnótico. Y, para acabar de rematar la jugada, nada mejor que el discurso paternal ofrecido por ese actorazo llamado Michael Stuhlbarg. Toda una hermosa declaración de principios sobre la necesidad de disfrutar del amor y de la alegría de los buenos momentos, de sentirnos vivos en una sociedad cada día más frustrada y de entregarnos al máximo en todo lo que hagamos.
Escuchar esas palabras tan tiernas y tan comprensivas de un padre hacia un hijo que sabe por lo que está pasando no es algo habitual en el cine y me han hecho recordar de inmediato aquella máxima del ‘Carpe Diem’ que lanzaba a sus alumnos el inolvidable Robin Williams en la piel del profesor John Keating de El club de los poetas muertos(1989).
Al igual que ocurría con aquella película dirigida por Peter Weir, Call me by your name también nos hace vibrar y logra sacudirnos por dentro como un auténtico terremoto emocional. No se la pierdan.
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