Carteles con los diferentes billetes del 'bolívar fuerte' en el Banco Central de Venezuela. (Reuters)
Cuando se publicó el primer artículo de esta serie en 2015, el salario mínimo no daba para pagar la compra de un mes de una familia. Hoy, apenas alcanza para un kilo de queso
Cuando se publicaba el primer artículo de esta serie, en 2015, el salario mínimo no daba para pagar la compra de un mes de una familia. Hoy, apenas alcanza para un kilo de queso. La hiperinflación, aunque no reconocida por el Gobierno, es un hecho que se palpa en la calle. La escasez de efectivo complica el día a día. Y hay una dolarización 'de facto', producto de todo lo anterior. En cuatro años, la economía de Venezuela ha ido en patines, cuesta abajo y sin frenos.
Un total de 18.000 bolívares, 4,8 euros: es el salario mínimo que gana un venezolano. Con eso se puede comprar siete kilos de arroz, poco más de un cartón de huevos o un kilo de queso. Las proteínas animales cada vez están más inalcanzables.
Casi desde sus comienzos, el Gobierno creó la Misión Alimentación, para que la población con menos recursos pudiera tener los productos básicos. La caída de la economía ha modificado la misión. Si antes eran supermercados abiertos a todo público, más o menos abastecidos, con alimentos a precios subsidiados donde la gente acudía a comprar lo que quería y cuando quería, hoy es una caja, la caja CLAP, que se entrega en los hogares en un tiempo aleatorio y que solo tiene en el mejor de los casos harina, arroz, azúcar, atún, lentejas y aceite vegetal. Resuelve, sin duda, pero no cubre todas las necesidades.
Al igual que pasaba hace cuatro años, hay productos que cuesta mucho encontrar o, si se encuentran, es a precios astronómicos. Un kilo de leche en polvo cuesta un salario mínimo. Un litro de leche entera, líquida, un tercio de este. Los anaqueles de los supermercados, según el momento, están vacíos, llenos del mismo producto —imaginen un pasillo entero lleno por completo de un solo tipo de jabón— o con una variedad de cosas que, en este contexto, son un lujo: mermelada, maíz en lata, galletas, pasta.
Los servicios básicos siguen teniendo un precio irrisorio. Por ejemplo, el recibo de agua de un mes no llega al par de euros. La contraparte es que puede que el agua tampoco llegue mucho en todo ese mes. Desde hace unos años, hay racionamiento de agua en la mayor parte del país y hay lugares donde, sencillamente, no llega. La electricidad también tiene un precio que da risa, y sobre cómo funciona, no hay sino que ver que, 10 días después de que empezase el gran apagón nacional, quedaban muchos lugares del país sin servicio.
En 2015 hablábamos de una “inflación galopante”. Desde finales de 2018, los expertos pasaron a catalogarla como hiperinflación. El Banco Central de Venezuela no ofrece datos desde hace años. Los únicos referentes son la Asamblea Nacional (de mayoría opositora) que dijo que tal, o entes externos, como el Fondo Monetario Internacional que dijo que cual. O salir a la calle y buscar el mismo producto a inicios y final de semana: el precio habrá subido.
Dolarización 'de facto'
Casi desde la llegada del chavismo, en Venezuela hay control cambiario. En los años de bonanza petrolera, se podía comprar dólares a un precio barato (un dólar por 4,30 bolívares). Pero a medida que la producción de petróleo bajó y, por ende, también la entrada de divisas a las arcas del Estado, se restringió esta venta. Todo esto generó desde sus inicios un mercado paralelo de divisas. Lo usual era que la tasa oficial de cambio estuviera muy por debajo de la del mercado negro. Hasta enero. Entonces, la tasa Dicom (la oficial) subió y el paralelo quedó por debajo.
Esto trajo un fenómeno que no se había visto en todos los años de chavismo. Se empezaron a hacer transacciones con tarjetas de crédito internacionales. Antes se podían hacer, pero la distorsión cambiaria era tal que podía pasar que por una hamburguesa de cinco dólares se cargara un pago en la tarjeta de 60 dólares.
Desde noviembre de 2018, empezaron a darse pequeñas transacciones en dólares en efectivo. Pero era algo que se veía en algunas tiendas de ropa, de productos electrónicos y similares, o en bodegones con productos importados. El apagón del pasado 7 de marzo normalizó esta práctica. Los locales que estaban abiertos solo aceptaban efectivo en dólares o euros.
“La dolarización espontánea es un proceso muy estudiado, sobre todo en hiperinflaciones. O estas se estabilizan o desaparece la moneda nacional y se usa una alternativa. Así pasó en Zimbabue y se empezaron a usar dólares estadounidenses, canadienses, euros, rand sudafricano... Se opera con la moneda que se puede”, explica el economista Guillermo Arcay.
En Venezuela, ahora mismo hay operaciones en distintas divisas. En Caracas, pueden verse en dólares y euros, en la frontera con Colombia en pesos, en reales en la frontera con Brasil, y en oro en la zona del arco minero del Orinoco. También se han vuelto normales los pagos con criptomonedas, a través de Zelle o PayPal. “No es una dolarización oficial, porque según el marco regulatorio vigente desde septiembre de 2018 lo que pasa es ilegal, pero el Gobierno ha optado por dejarlo suceder porque entiende que no hay otra opción”, argumenta Arcay.
Para el economista, el apagón fue un punto de ruptura que acelerará las consecuencias de una economía sin control. “Esto va para peor, pero mucho peor. El apagón fue un evento inestimable. Nadie podía saber qué iba a ocurrir, pero adelantó una previa a lo que viene, que es hambre más masificada. Esto no es ni siquiera por las sanciones al Gobierno, sino por su ineptitud económica. Dejó caer la producción petrolera en dos tercios en los últimos cinco años. Los ingresos están fuertemente restringidos y el Gobierno se sobreendeudó también con China y Rusia”.
A una economía con una inflación galopante, con un reducido salario mínimo, problemas de abastecimiento y altos niveles de incertidumbre, se le suma la cuasi muerte de su gallina de los huevos de oro, el petróleo. Nadie puede prever a ciencia cierta hasta dónde ni cuán dura será la caída, ni las consecuencias económicas y políticas. Ni las más imprevisibles, las sociales, en una población ya cansada de vivir en una cola para todo.
AUTOR
ALICIA HERNÁNDEZ. CARACAS 01/04/2019
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