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"No sabes si la niñera o el hombre que se sienta a tu lado en el metro han sido torturados", indica el doctor Asher Aladyem, jefe de psiquiatría del Programa para supervivientes de tortura del Hospital Bellevue de Nueva York.
"Esta ciudad se ha convertido en el hogar de miles de personas que huyeron de sus países y tienen historias muy interesantes que contar", afirma el psiquiatra mientras observa un dibujo del Dalai Lama que le ha hecho uno de sus pacientes tibetanos.
El Bellevue es el hospital público más antiguo de los Estados Unidos y forma parte de la red de hospitales universitarios de la New York University (NYU).
Está situado en la Primera Avenida y su entrada principal, por la que circulan diariamente cientos de personas con los vestidos regionales de sus países de origen, recuerda la sede de las Naciones Unidas.
El hospital creó el programa para supervivientes de tortura en 1995 para ofrecer de forma totalmente gratuita terapias físicas y psicológicas, y asesoramiento legal y económico a pacientes que habían huido de países que no respetan los derechos humanos.
Desde entonces el programa ha tratado a miles de pacientes.
El programa del Bellevue es el único de estas características impulsado por un hospital del país. También es el único que ha diseñado terapias específicas para refugiados homosexuales y transexuales.
Se calcula que en Estados Unidos viven 500.000 supervivientes de tortura. Nueva York concentra entre 75.000 y 90.000 supervivientes.
Guantánamo
En estos momentos el programa ayuda a 700 supervivientes de torturas procedentes de 70 países. Más de la mitad de los pacientes proceden de África y una cuarta parte de Asia. El resto ha huido de países de Europa del Este, América Latina, los países de la antigua órbita soviética y Oriente Medio.
Algunos pacientes necesitan cirugía plástica, como un monje tibetano a quien las autoridades chinas quemaron la mano para impedir que pintara carteles de protesta contra el gobierno o una joven bosnia con la cara desfigurada.
Otros necesitan un informe médico que certifique la tortura, como una madre y una hija egipcias que habían sufrido una mutilación genital. Otros necesitan atención psiquiátrica para superar sus problemas de ansiedad; pesadillas, fobias, dolores de cabeza y síntomas de estrés post-traumático.
Otros huyeron a Nueva York para no tener que esconder su homosexualidad, como un intelectual iraquí o un joven indio. Dos mujeres de América Latina (Venezuela y Nicaragua) se fueron de sus países porque recibían amenazas e insultos tras haberse sometido a una operación de cambio de sexo.
El programa también tiene pacientes que denuncian torturas en Estados Unidos. Los médicos del Bellevue han tratado a los prisioneros de Guantánamo y han impartido cursos de preparación psicológica para sus abogados.
También han tratado a un grupo de jóvenes iraquíes que fueron detenidos por error y encarcelados en Abu Ghraib. El gobierno de Estados Unidos les pagó el viaje a Nueva York para que pudieran ser atendidos por el hospital.
"La tortura pone en riesgo la seguridad nacional y proporciona una falsa sensación de seguridad; no se ha demostrado que sirva para prevenir un ataque terrorista", afirma el doctor Aladyem: "Sería mucho más efectivo crear una normativa transparente y concreta para los interrogatorios, hacer un seguimiento y medir los resultados".
Superación
Adib Yousif, de 37 años, es paciente del programa desde 2009. Nació y creció en Yuldo, un pueblo situado en las montañas volcánicas de Yebel Marrá, en Darfur, donde fundó una organización para el desarrollo social de Sudán.
"Con mi cámara documenté asesinatos y violaciones de hombres, mujeres y niños, y la destrucción de pueblos enteros", explica. Tras varias detenciones (la última cuando ya había embarcado en un avión de una compañía aérea egipcia para volar a El Cairo) y tres intentos de asesinato por parte del gobierno de Sudán consiguió huir a Uganda, llegar hasta Kenia y de allí a Egipto donde obtuvo un visado para entrar a Estados Unidos.
"Poder ser paciente del programa de supervivientes de tortura fue lo mejor que me pudo pasar; no solo me curaron sino que además me ayudaron a encontrar una casa y me han dado apoyo legal", afirma: "Eso me dio fuerzas para luchar, conseguir asilo político y hacer un master en Estudios Internacionales".
Como otros pacientes del programa Yousif apuesta por la reconciliación y no cree en la venganza: "Quiero estudiar un doctorado y trabajar para conseguir la paz en mi país; una paz que solo se conseguirá si en el proceso participamos todos; también aquellos que quisieron matarnos".
La mayoría de participantes aprenden a vivir con su pasado y a construir un futuro mejor.
"Es muy importante que los pacientes aprendan a transformar su rabia y enfado en energía productiva que les ayude a construir una vida que les llene", explica el doctor Aladyem.
"Admiro su capacidad de lucha, su instinto de superación y su fuerza ante la adversidad, me dan mucha fuerza; y aunque yo soy el doctor y los trato, también he aprendido mucho de ellos, al final del día no sé quien ayuda a quien".
Por Emma Reverter Nueva York, para BBC Mundo 4 de agosto de 2011
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