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El peso económico, político y militar de China crece sin parar y su influencia en el planeta, también.
La noche del 11-S (la mañana en Estados Unidos), Jin, que entonces tenía veinte años, estaba buscando algún programa de televisión interesante. De pronto, en la pantalla le apareció la retransmisión en directo del atentado de las Torres Gemelas. La curiosidad de las imágenes le atrapó.
–¿Qué es, preguntó su padre?
–No sé. Parece una película. Respondió la joven.
–Bah, apaga y vamos a dormir que es tarde, respondió su padre.
Hasta el día siguiente, Jin, como muchos otros chinos, no fue consciente de que lo que había visto la noche anterior había sido el atentado terrorista más atroz de la historia.
Jin se asombra ahora, al explicar su vivencia personal del 11-S, de su falta de reflejos para valorar lo que vio aquel día. Cree que "refleja la poca curiosidad que despertaba hace diez años la actualidad internacional entre los chinos", una sociedad poco acostumbrada a seguir en directo los acontecimientos extranjeros.
Ahora esta situación es impensable. A pesar del férreo control del Gobierno sobre internet, China cuenta con más de 450 millones de internautas, 230 millones de blogueros y 140 millones de usuarios de microblogs que están al tanto de todo lo que sucede en el mundo. Unas cifras que reflejan el cambio que ha experimentado el país en estos años.
Y es que desde el 2001, China ha pasado de ser la fábrica del mundo a convertirse en el banquero global y a participar en la resolución de todas las crisis internacionales. "Emergencia pacífica", definió este proceso Zhen Bijian, investigador de la Academia de Ciencias Sociales y asesor del presidente, Hu Jintao.
Este despegue coincidió en el tiempo con la ofensiva antiterrorista mundial que lanzó Estados Unidos tras los atentados del 11-S, que apoyó Pekín y que desde entonces le ha servido de excusa para reprimir cualquier atisbo de protesta tibetana, uigur o mongola, en aras de la estabilidad del Estado.
En esa época, el Partido Comunista de China abrió sus puertas a los empresarios privados, para que contribuyeran a modernizar la economía. Pekín fue elegida sede de los Juegos Olímpicos del 2008, que fueron una demostración de poderío. Y China entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC), ingreso real del país en el mundo capitalista.
Desde entonces, su peso económico, político y militar no ha parado de crecer. Y su influencia en el planeta tampoco. En el campo militar, preocupa que su inversión crezca cada año más del 10%. Un gasto seis veces menor que el de EE.UU. pero que inquieta a los países vecinos, recelosos de la creciente intransigencia china en los contenciosos territoriales en disputa.
Por otra parte, China ya no sólo inunda el mundo con sus productos: también auxilia a los países en dificultades financieras, como Grecia, Irlanda, España y Portugal, en la crisis de la deuda de la eurozona. Además, es el mayor tenedor mundial de bonos de Estados Unidos, con 1,16 billones de dólares.
Su voracidad consumista y productiva le ha llevado a buscar socios estratégicos por todo el mundo. Pekín se ha convertido en el principal inversor en África y en algunos países de Iberoamérica. Compra materias primas y recursos naturales a los países a cambio de ayudar a su desarrollo, sin inmiscuirse en sus asuntos. "La situación interna de un país es un asunto nacional", dice el Gobierno chino, lo que le acarrea críticas de otros países y de organizaciones de derechos humanos. Esta norma ha llevado a China a superar la asistencia del Banco Mundial en unos 10.000 millones de dólares entre el 2008 y el 2010, según el Financial Times.
Pero precisamente el afán por el dinero y el consumismo de los chinos se ha convertido en un problema para las autoridades de Pekín. Las desigualdades son cada vez mayores y, junto a la corrupción e injusticias sociales existentes, alimentan una creciente tensión social que amenaza con estallar y provocar disturbios, la posibilidad más temida por el Gobierno chino.
Por Isidre Ambrós | Pekín Corresponsal from lavanguardia.com 10/09/2011
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