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LAS BASES PSICOLÓGICAS DE ALGUNOS ESTAFADORES APUNTAN A LA ADICCIÓN AL DINERO.
Ha pasado ya algún tiempo desde que salieron a la luz casos como los de Roca y Madoff. Seguramente dentro de poco conoceremos otros parecidos. La historia se repetirá. Estos asuntos, por lo general, causan conmoción y afectan a muchas sensibilidades. Pero… ¿cómo llegaron a pasar por encima de todo? ¿De verdad fue únicamente la ambición el motor de sus actos? Lo cierto es que la relación de las personas con el dinero depende estrechamente del estado de madurez psicológica que poseen.
¿Cómo olvidar las fincas, los caballos o el Miró que Roca tenía en su baño? O las cuentas llenas de ceros, las mansiones, yates y coches de alta gama adquiridos por Madoff. Muchos años antes de ser procesados tenían más que suficiente para garantizarse una vida de lujo. Entonces, ¿por qué no pararon a tiempo en su afán de acumular riquezas? La pregunta cobra sentido sobre todo teniendo en cuenta que habían logrado sus fortunas desde la ilegalidad y que algún día podían ser descubiertos. ¿Por qué se arriesgaron a perderlo todo?
Siempre pensamos que algo así nunca nos pasará a nosotros: que no podríamos enriquecernos a costa del infortunio de otros o que después de conseguir ‘lo suficiente’ podríamos parar. Pero ¿es del todo cierto? Sólo en el caso Malaya fueron 23 las personas que acabaron cayendo en la tentación, introduciéndose en esa espiral de ansia monetaria, a pesar de los riesgos, del delito... ¿De verdad somos tan inmunes? ¿Nuestros principios morales son suficientes para salvaguardarnos de la tentación? La verdad es que no. Las necesidades e impulsos humanos son muy poderosos y la moral y la ética en muchos casos no bastan para frenarlos.
¿Podrían estos casos enseñarnos algo acerca de la naturaleza humana? Los estudios en psicología pueden ofrecernos muchas respuestas y sobre todo muchas conclusiones.
A medida que los seres humanos mejoramos nuestra capacidad económica, tomamos conciencia de todo lo que el dinero lleva consigo: reconocimiento social, sensación de poder, estatus, etc., lo que produce un placer inmenso, sube la autoestima e imprime una enorme sensación de fuerza. Son emociones muy poderosas. Por eso es muy fácil que muchos (los más débiles) puedan verse desbordados por el impulso irrefrenable de ganar cada vez más, y activen la rueda de la patología. Una vez que el dinero y todo lo que conlleva se asocia al placer, ganarlo puede llegar a convertirse en una obsesión.
Esta transformación todavía es mucho más rápida si antes de enriquecerse realizaron operaciones arriesgadas que acabaron en éxito, al igual que la patología del adicto al juego se activa el día que tiene la “mala suerte” de ganar. A partir de entonces, los riesgos se trivializan porque el triunfo resultó muy fácil y la recompensa fue muy satisfactoria aunque se sufriese un poco. Desde ese día, se buscará con desesperación repetir la experiencia que un día produjo emociones tan intensas.
Cuando el riesgo se asocia al placer, peligro
Este mecanismo ha sido ampliamente analizado y los estudios confirman que la sensación de placer se vuelve más intensa cuando antes se ha convivido con la ansiedad que provoca el riesgo o la incertidumbre. Se comprende bien si se piensa en la inmensa satisfacción de una conquista tras el miedo a un posible rechazo. Así, el riesgo se acaba asociando al placer y el logro posterior lo hace altamente adictivo. Para muchos, acaba convirtiéndose en necesidad. Las personas aquejadas de este mal no son capaces de parar y saborear los logros.
De este modo, entender la psicología de estas personas requiere entender la mente de individuos que han enfermado. Se han encontrado bases químicas que lo confirman. El éxito de los tramposos activa el mecanismo de recompensa y placer del cerebro estimulando la producción de dopamina, tal y como sucede en sujetos bajo los efectos de la drogadicción. Por tanto, la satisfacción de conseguir cada vez más o el placer de hacer trampas y salir airoso actúa sobre el cerebro con los mismos efectos de una droga. El impulso de ganar se transforma en adicción.
¿Podemos entonces entender a estas personas como víctimas de un proceso similar? Debiéramos hacerlo. Fueron estafadores pero también enfermos. Los avances en las ciencias del cerebro y comportamiento humano han ayudado a entender mejor lo que pasa en la mente de estos sujetos y confirman que no es tan fácil resistirse.
Y es que se puede llegar a desarrollar una relación enfermiza con el dinero si no contamos con la fortaleza suficiente en las primeras fases de éxito. Una vez dentro de la espiral, nuestra fuerza mental o nuestra moral no será suficiente para salvarnos y la química de nuestro cerebro habrá comenzado a determinar nuestros pasos.
Entonces, ¿debemos juzgar duramente a esta gente? Desde la ley, por supuesto que sí. Pero quizás no tanto desde la psicología y la ética. Ambos acabaron convirtiéndose en adictos y los enfermos no actúan según parámetros morales sino como seres dependientes de la química que se produce en el cerebro cuando se drogan con el éxito de sus fechorías.
Pero aunque la ciencia intente entender sus mentes, los ciudadanos de a pie nos resistimos a ello. Nuestro juicio es muy duro. Necesitamos personajes como ellos para convertirlos en “prototipos de malos”. Necesitamos que paguen por haber disfrutado de una vida de esplendor que muchos hubiesen deseado para sí. No nos engañemos. En general, no es el deseo de justicia. La envidia por lo que tuvieron es lo que genera el gran placer y regodeo de su caída.
A lo largo de la historia ha habido cientos de personajes que se enriquecieron a costa de los demás. Pero de entre todos los malos malísimos que actuaron sin ningún prejuicio para enriquecerse, no puedo evitar acordarme de mi favorito. Así, aunque han pasado muchos años (nota para mayores de 40) nadie ha podido superar aquellos años de Dallas y mi recordado J.R. Claro que era un personaje inventado y no se inspiró en nadie... ¿o sí?
Por Rocío Mayoral from elConfidencial.com 19/09/2011
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