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EL PENÚLTIMO PAÍS MÁS INFELIZ DEL MUNDO.
Rodeado por Francia, Alemania y Bélgica como una isla sin litoral en medio de la vieja Europa, Luxemburgo cuenta con apenas 2.586 kilómetros cuadrados que le llevan a ocupar la posición 179 en el ranking de superficie de países. Su población es variable durante el día y la noche ya que cada mañana las estaciones de tren se abarrotan con miles de trabajadores que llegan desde el extranjero y se marchan al final de la jornada. Apenas 502.000 habitantes pueden considerarse autóctonos pernoctadores, una cifra que sería equivalente a dos Móstoles y medio o algo menos de dos Hospitalet de Llobregat.
Pequeño en extensión y población, Luxemburgo no lo es tanto por su deuda externa y su PIB per cápita (suma de todos los bienes y servicios producidos por un país en un año, dividido por la población) que son de los más altos del mundo. El país es conocido por su secretismo bancario al que se vinculan nombres de dudosa reputación como el del líder norcoreano Kim Jong Il al que se le habría permitido recaudar miles de millones de dólares en varias cuentas secretas.
Con una deuda externa per cápita 84 veces mayor que la de los Estados Unidos, la democracia es una verdadera quimera. El país está gobernado por un jefe de Estado no electo -Enrique I, gran duque de Luxemburgo- designado por descendencia hereditaria, que no sólo tiene el poder de disolver el Parlamento, sino también de designar a algunos de sus miembros. Los ciudadanos miran con cierta preocupación el futuro de un país sin identidad nacional ya que el 25% de la población cruza la frontera cada día en una sociedad compuesta por un 44% de extranjeros.
Luxemburgo es el paraíso de las calles limpias, las boutiques de lujo, los cafés elegantes y un lugar de ensueño para excursionistas, senderistas y amantes de la bicicleta por sus paisajes verdes y sus caminos naturales. Pero en este marco en el que nada podría fallar, los luxemburgueses no acaban de sentirse bien dentro de sus fronteras. La felicidad brilla por su ausencia y así lo recoge el último informe público del Índice de la Felicidad, donde sus ciudadanos aparecen en el penúltimo lugar entre los países del mundo–sólo por detrás de Sudán, un país azotado por la guerra y el hambre-.
Con una deuda externa per cápita 84 veces mayor que la de los Estados Unidos, la democracia es una verdadera quimera. El país está gobernado por un jefe de Estado no electo -Enrique I, gran duque de Luxemburgo- designado por descendencia hereditaria, que no sólo tiene el poder de disolver el Parlamento, sino también de designar a algunos de sus miembros. Los ciudadanos miran con cierta preocupación el futuro de un país sin identidad nacional ya que el 25% de la población cruza la frontera cada día en una sociedad compuesta por un 44% de extranjeros.
Luxemburgo es el paraíso de las calles limpias, las boutiques de lujo, los cafés elegantes y un lugar de ensueño para excursionistas, senderistas y amantes de la bicicleta por sus paisajes verdes y sus caminos naturales. Pero en este marco en el que nada podría fallar, los luxemburgueses no acaban de sentirse bien dentro de sus fronteras. La felicidad brilla por su ausencia y así lo recoge el último informe público del Índice de la Felicidad, donde sus ciudadanos aparecen en el penúltimo lugar entre los países del mundo–sólo por detrás de Sudán, un país azotado por la guerra y el hambre-.
Decían Les Luthiers que el dinero no hace la felicidad, sino que la compra hecha. Más allá de está greguería, la idea de cambiar dinero por felicidad ha sido un tema recurrente en la estadística económica desde hace varias décadas. El pasado 19 de julio, la Asamblea General de Naciones Unidas adoptaba una resolución en la que pedía a los Estados miembros dar más importancia a la felicidad y al bienestar en la determinación de cómo conseguir y medir el desarrollo económico y social.
Aunque picados en su orgullo, lo más sorprendente es que los ciudadanos de Luxemburgo parece que no quieren que eso cambie. Uno de sus lemas nacionales reza lo siguiente: “queremos seguir siendo lo que somos”. Esta es la realidad del Gran Ducado de Luxemburgo, un pequeño territorio poblado por poca más de medio millón de personas preocupadas por su futuro, que parece cada vez más vulnerable en un país que asume con tristeza su papel de dormitorio.
Por A. Z. / J. C..- from elConfidencial.com 10/09/2011
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