- Los 'amish' prueban cada nueva tecnología y deciden si les aporta o no beneficios
- Las aplicaciones están diseñadas para dominar la conducta de las personas
- La limpieza digital implica un proceso de ayuda para vivir mejor tras 30 días
Los teléfonos inteligentes han resultado ser similares a los gatos. Con los gatos, la persona no es la propietaria del animal, sino que es el felino el dueño de la persona. Es él quien decide cuándo dedicarle tiempo y cómo. Con las herramientas digitales que aglutinamos en nuestros móviles conectados sucede lo mismo. Les hemos cedido el timón y son ellas las que deciden cómo, cuándo y cuánto las utilizamos. El giro es sutil pero perceptible para cualquiera, aunque cueste expresarlo con palabras. Hemos perdido el control. Pero hay esperanza: tenemos a los amish y el método de Cal Newport, profesor de Ciencia Computacional de la Universidad de Georgetown. Y a los gatos, por supuesto.
"Las aplicaciones tecnológicas nos obligan, de algún modo, a usarlas más de lo que nosotros mismos consideramos saludable y, con frecuencia, a expensas de otras actividades que nos parecen más interesantes", afirma Cal Newport, escritor y profesor estadounidense.
En su último libro, Minimalismo digital (Paidós, 2021), Newport, que ha investigado y escrito sobre distintos aspectos de la tecnología, recoge la inquietud generalizada por la sensación de pérdida de control en las vidas digitales de las personas y la transforma en un plan concreto para volver a recuperar el timón.
Tras investigar qué es lo que estaba sucediendo y por qué -en este apartado detalla cuestiones clave como las estrategias de las tragaperras empleadas por los creadores de Facebook y Google o la desconocida experiencia digital de los amish-, Newport realizó un experimento con la participación de 1.600 usuarios de herramientas digitales: llevó a cabo una desintoxicación digital masiva para entender si era posible vivir de otra manera y cómo hacerlo. La respuesta es afirmativa y esperanzadora.
El objetivo que se propuso Newport no era abrazar una vuelta a la Edad de Piedra, sino realizar una reflexión práctica sobre cuáles son las aplicaciones que realmente mejoran nuestra vida y elegir cómo y cuándo utilizarlas. Para ello, despliega una filosofía de 'minimalistas digitales' que busca "priorizar el sentido a largo plazo sobre la satisfacción a corto plazo".
El 'menos es más', la optimización y la consciencia significativa del uso que damos a las cosas son los tres pilares que sostienen la filosofía de Newport. Otros tantos son también los pasos que el profesor de Informática expone para convertirse en un 'minimalista digital' a lo largo de 30 días de "limpieza digital". En este período, nos desprenderemos de aquellas herramientas digitales que etiquetemos como "opcionales" en nuestra vida para reajustar y mejorar nuestra experiencia futura. ¿Preparado?
1. Define las normas de uso de la tecnología
La limpieza digital se basa en minimizar el uso de aplicaciones digitales. Todas aquellas que sean opcionales deben ser eliminadas de nuestros dispositivos. Newport explica que no se trata de inducir al usuario en cuatro semanas de tortura. Para ello, es necesaria una definición de lo que es opcional y lo que no. ¿Cómo lo hacemos? El profesor de Georgetown aplica esta norma: "Considera que la tecnología es opcional a no ser que su retirada temporal pueda perjudicar o interferir seriamente con tu vida personal o profesional cotidiana".
Con esta consideración, podemos aplicar exenciones para mantener funcionalidades que necesitamos, pero eliminando las que no. Newport recoge el ejemplo de un participante en su experimento, un profesor de música que contacta con alumnos potenciales a través de Facebook Messenger. En ese caso, el uso de este programa no es opcional. Pero sólo en esta funcionalidad concreta.
La honestidad es clave y no hay que confundir lo que es un perjuicio serio profesional o personal con la comodidad. "Perder el acceso a un grupo de Facebook que anuncia eventos en el campus universitario es incómodo, pero perderte esa información durante 30 días no perjudicará tu vida social y, por otro lado, es posible que te exponga a otras maneras de usar el tiempo", argumenta Newport.
2. Descansa durante 30 días
Una vez definidas las normas, identificadas las herramientas opcionales y eliminadas, llega el momento de la 'desintoxicación' real. El profesor de Ciencia Computacional avisa de que los primeros días son los más complicados, debido al reajuste conductual y a las expectativas no colmadas a las que se ha acostumbrado el cerebro. Sin embargo, los participantes del experimento empezaron a sentirse satisfechos tras la segunda semana. Algunos aprovecharon el tiempo para leer libros, escribir, ordenar su casa y recuperar el contacto personal con amigos, salir a cenar o a hacer deporte.
El autor de Minimalismo digital describe esta parte del proceso como clave, ya que la limpieza digital efectiva aporta claridad. Sin ella, "la atracción adictiva" de las aplicaciones volverá a dominar tus decisiones cuando acabe este período. Igual que el gato.
El objetivo es que esta experiencia ayude al usuario a tomar decisiones más inteligentes una vez finalizada esta fase, cuando acometa el tercer paso (y último) del proceso.
3. Reintroduce la tecnología
La vuelta a la vida normal compone un momento más complejo y exigente de lo que parece. Si lo abordamos como el fin de una dieta de adelgazamiento, acabaremos reintroduciendo de nuevo todos los alimentos otra vez en el menú. Lejos de esta idea, se trata de reinstalar únicamente aquello que, tras este proceso de reflexión, satisfaga nuestra vida. De lo contrario, volveremos a la casilla de salida y será necesario un nuevo período de 30 días de limpieza digital.
De un modo similar al que propone la gurú del orden Marie Kondo para limpiar el armario, tomando cada prenda y preguntándote si te hace feliz para decidir si se gana la permanencia en una percha, Newport anima a contestar esta cuestión con cada aplicación que estés a punto de reinstalar: "¿Esta tecnología es congruente y respalda algo verdaderamente valioso para mí?".
Una respuesta afirmativa actuaría como única condición para recuperarla en tu vida. Ojo, no se trata de que produzca un beneficio cualquiera, o una comodidad extra, sino de que esa tecnología se ponga al servicio de algo profundamente valioso para su usuario.
La lección de los 'amish'
Para entender completamente este último paso, fijémonos en el ejemplo de los amish, una comunidad sobre la que se mantienen falsas creencias como que no usan ningún tipo de avance tecnológico. Lejos de esto, los amish nos pueden dar una auténtica lección en el uso de las tecnologías. El investigador Kevin Kelly, citado por Newport, pasó largos períodos conviviendo con los amish de Lancaster County (EEUU) para comprender cómo se relacionaban con la técnico, y concluyó que eran "hackers y mecánicos ingeniosos".
En cada comunidad, una persona, que suele ser el ingeniero vocacional -Kelly lo denomina el "geek alfa"-, pide permiso para probar una nueva tecnología a la que se tiene acceso en un momento determinado. Durante un tiempo, la usará bajo la observación del resto de sus vecinos, que intentarán discernir cuál puede ser el impacto final de aquello sobre los valores fundamentales de la comunidad. Si se resuelve que el impacto es más negativo, se prohíbe. Si no, se acepta.
Así, los amish no pueden tener coche propio pero sí viajar en coches que conducen otras personas, y no pueden conectarse a la red eléctrica pero sí instalar paneles solares y usar herramientas eléctricas alimentadas por un generador. En su filosofía, tratan de preservar valores como la consolidación de una vida juntos, comunitaria. La propiedad de un coche debilita este punto, ya que, en sus experiencias, el coche implica la marcha de sus vecinos a otros lugares, y el alejamiento consecuente de la comunidad. Engancharse a una red eléctrica les genera una dependencia con respecto al mundo que quiebra sus principios esenciales.
Este grupo social, en realidad, no rechaza la modernidad, sino que la interpreta de otra manera. La base de su filosofía, la reflexión y el cálculo de pérdidas y beneficios se ciñe como un guante a los planteamientos del minimalismo digital que defiende Newport. Al final, son los amish los que deciden. Igual que los gatos.