Michael Easter. (Jay Soriano)
Es el libro que recomienda el gurú de la longevidad, Peter Attia, y propone un estilo de vida para corregir el deterioro de los indicadores sanitarios de Estados Unidos, en rojo desde hace décadas
Michael Easter es profesor de la Universidad de Nevada y vive en Las Vegas, al lado del desierto, con su mujer y con dos perros. Nos atiende por videoconferencia, desde su casa, con una gorra al revés. Da vueltas sin parar por los pasillos mientras habla, sosteniendo en las manos lo que parece ser una tablet. Cuando acabamos, le pregunto por qué lo ha hecho. “Podría haberme sentado y hacer la entrevista sin moverme, sin embargo, he decidido hacerlo caminando y habré recorrido entre uno y dos kilómetros. Esos pequeños esfuerzos continuados tienen un enorme impacto”.
Ya sea una acción genuina o una estrategia de marketing, la puesta en escena ilustra bien el contenido de su libro ( La trampa del confort, Península), el penúltimo pelotazo de un género que está arrollando el mercado editorial. En plena crisis existencial del american way of life, con todos los indicadores sanitarios en rojo y la esperanza de vida cayendo a niveles de Albania, Turquía o Sri Lanka, en Estados Unidos aparecen voces que proponen replantear radicalmente todos los hábitos que llevan décadas exportando por el mundo. En la argumentación, mezclan experiencias personales, testimonios médicos, pruebas científicas, filosofía oriental...
Easter, que arranca narrando su redención personal y su abandono del alcohol, se expone a situaciones extremas, aislándose en los lugares más remotos y peligrosos de la tierra, para sacar lecciones sobre lo que realmente necesitamos para sentirnos bien. Peter Attia, autor de Outlive y gurú encumbrado de la longevidad, recomienda este libro en sus listas de lectura porque dice que "traza con datos las líneas de lo que intuitivamente sabemos".
Veamos.
PREGUNTA. Empecemos por el concepto central de tu libro. Deshacerse de las comodidades más básicas para aumentar el bienestar y mejorar la salud mental. En concreto, propones exponernos a situaciones que generan estrés genuino precisamente como herramienta para combatir el estrés de nuestro estilo de vida.
RESPUESTA. Propongo someterse a incomodidades a corto plazo para obtener un beneficio a largo plazo. Si lo piensas, eso se aplica a muchas otras cosas que hacemos los humanos. Empezando por el ejercicio físico, que es incómodo y cuesta trabajo, pero es lo mejor que puedes hacer por tu salud. O piensa en la alimentación. Si una persona tiene sobrepeso, probablemente tenga que dejar de comer cosas gratificantes, incluso pasar un poco de hambre, para perder peso. Creo que todo pasa por hacerse algunas preguntas difíciles sobre uno mismo. Es un hecho que tenemos que pasar más tiempo al aire libre y que hemos perdido muchas de las cosas que ayudan a mantener a los humanos felices y saludables. Estamos cableados evolutivamente para enfrentar situaciones difíciles, pero hemos ido haciendo nuestras vidas cada vez más fáciles y cómodas. Y algo no funciona porque nos sentimos mal y tenemos muchos problemas que antes no existían. Vivimos en un mundo confortable y fácil, y esto es bueno. Pero tenemos que compensarlo de alguna manera buscando actividades desafiantes e incomodidades.
P. Me pongo en la piel de la persona que no ha leído el libro y que pueda pensar que no hace falta poner la vida en riesgo aislándose en el Ártico, como narras contando tu experiencia, ni pasar hambre, para desconectar al aire libre un fin de semana o practicar algún deporte exigente. ¿Son esas experiencias insuficientes para lograr el estado mental que describes?
R. Está claro que hay muchas cosas beneficiosas que puedes hacer en el muy corto plazo. Solo el 2% de las personas usa las escaleras cuando hay una escalera mecánica disponible. Ese acto tan sencillo, multiplicado, tiene un gran impacto en la vida de una persona. ¿Se puede aplicar este razonamiento a otros actos cotidianos? ¿Nos podemos sumar a ese 2%? Si lo hacemos, vamos a notar la diferencia. Pero respondiendo a tu pregunta, y aunque eso está muy bien, no es comparable a aislarnos tres días sin teléfono móvil en el campo. Existe esta teoría de la que hablo en el libro, el efecto de los tres días, que dice que ese es el tiempo mínimo que necesitas para alcanzar cambios realmente positivos y beneficiosos en el cerebro. Está demostrado que mejoran la creatividad, la salud mental, la capacidad de concentración y la productividad.
Fragmento de libro: "La reconexión del cuerpo y la mente con la naturaleza suele seguir estas fases: el primer día mejoran los indicadores de estrés y salud, pero aún nos estamos habituando al malestar. Pensamos que es un rollo pasar frío, echamos de menos el móvil y seguimos dando vuelta a las preocupaciones que dejamos atrás. El segundo día, la mente se va asentando y aumenta nuestra percepción. No nos importa tanto lo dejamos atrás y empezamos a percibir las imágenes, los olores y los sonidos a nuestro alrededor. Y el tercer día, ¡bum!, nuestros sentidos se activan completamente y podemos conectar con la naturaleza en un estado meditativo absoluto. El malestar no es tan grave. Es una sensación agradable de calma y satisfacción total".
"A corto plazo, es incómodo salir sin ningún estímulo, pero a largo plazo obtendrás un beneficio y comenzarás a pensar diferente"
P. Para quienes no tienen ocasión de hacer esto a menudo, propones paseos de 20 minutos todos los días, pero insistes en que hay que dejar el teléfono en casa. ¿Por qué?
R. La respuesta corta es que los investigadores han demostrado que los beneficios de pasear en la naturaleza se anulan completamente si ese paseo lo das consultando el teléfono todo el rato. Si estás en el campo, pero pendiente de la pantalla, entonces tu atención está en la pantalla, no en la naturaleza o en tu paseo. No es muy diferente entonces a quedarte en la oficina o en casa. Si sales a andar y quieres llevar el teléfono por si hay una emergencia, ponlo en modo avión.
P. ¿Y no se puede escuchar música o un podcast?
R. A corto plazo, es incómodo salir sin ningún estímulo, pero a largo plazo obtendrás un beneficio y comenzarás a pensar de manera diferente. Hay que dejar espacios libres para que nuestro cerebro trabaje solo, sin estímulos. Para tener ideas propias y no solo recibir ideas ajenas.
P. ¿Y música clásica?
R. Una de las razones por las que la naturaleza tiene ese efecto terapéutico tan estudiado a lo largo de los siglos es porque ofrece una experiencia sensorial completa. Y uno de esos sentidos es el sonido. Cuando escuchamos los sonidos de la naturaleza, el viento, los pájaros, o lo que sea, eso es bueno para nosotros. No se trata de no volver a caminar escuchando música o un pódcast nunca más, solo de experimentar saliendo a pasear sin ninguna distracción.
P. Entre los problemas más extendidos y compartidos de nuestra sociedad destaca el del sueño. Cada vez más personas tienen problemas para dormir bien. Tú cuentas que en Alaska dormías “entre y nueve y diez horas” del tirón sobre una esterilla, con la cabeza apoyada en “una almohada de ropa maloliente” a temperaturas “bajo cero”. ¿Siempre duermes así de bien?
R. Generalmente duermo bastante bien y tengo algunas rutinas para lograrlo. Pero en Alaska era otro nivel. Creo que la razón principal es que estuve físicamente activo todo el día, así que estaba muy cansado y necesitaba dormir. Pero además el entorno era tranquilo, no hay luz por la noche y hace frío, que son condiciones objetivas para dormir mejor.
P. Otra de las recetas que propones es aburrirse más a menudo. ¿Cómo puede ser eso bueno?
R. La persona promedio, al menos en Estados Unidos, pasa entre doce y trece horas diarias enganchada a medios digitales. Eso incluye teléfono, ordenador, televisión, consola… Se trata de hábitos completamente nuevos, que no han existido en la Humanidad hasta anteayer, y que cambian completamente el esquema del tiempo y el espacio. El aburrimiento es básicamente una incomodidad evolutiva para forzarnos a aprovechar nuestro tiempo y pensar en algo que hacer. Antes de que tuviéramos dispositivos por todas partes, una de las tareas más importantes era decidir cómo ocupar el tiempo. Y ahí surgían grandes ideas. Ahora, cuando sentimos ese hormigueo de incomodidad, tenemos una escapatoria fácil al alcance de la mano. Estamos anulando una parte de nuestro cableado.
"Quieren desintoxicarse del teléfono, pero se aburren y ponen una serie de Netflix. Hay que dejar de tenerle miedo al aburrimiento"
P. ¿Cuándo nos aburríamos, antes de las pantallas, teníamos ideas geniales? ¿No está un poco romantizado? ¿No surgían también ideas atroces o modorra?
R. Bueno, si la gente que coge su teléfono se pusiese a aprender algo o a trabajar en algo interesante… Pero la mayoría lo que hacen es ir a una red social a volverse locos. O a ver sandeces en YouTube. Estoy siendo sarcástico, pero quiero decir que a menudo no se hacen cosas productivas con la pantalla. Pero eso no quiere decir que no se puedan hacer. Y con el aburrimiento pasa igual. En cualquier caso, mi argumento no es necesariamente abandonar el teléfono, sino abrazar el aburrimiento de vez en cuando. Hay mucha gente, todos los vemos alrededor, metida en una espiral de pantallas. Quieren desintoxicarse del teléfono, pero entonces se aburren y ponen una serie de Netflix. Lo importante es dejar de tenerle miedo al aburrimiento.
P. ¿Tú tienes alguna rutina para aburrirte? ¿Reservas en la agenda dos horas a la semana para estar aburrido? O le dices a tu pareja: tenemos la tarde libre, ¡vamos a pasar una buena velada de aburrimiento!
R. Bueno, una cosa que hago todos los días es dar un paseo por la naturaleza y desconectar del todo. Le dedico como mínimo 20 minutos. Lo hago sin teléfono, sin compañía, y mi cerebro se entretiene con cosas que de lo contrario no habría tenido tiempo de procesar. Esos pensamientos a menudo son muy productivos. De hecho, las mejores ideas para mis libros y para mi trabajo provienen de esos paseos. Y, la verdad, no se me ocurre nada bueno cuando estoy sentado en mi oficina, rodeado de pantallas.
"No tenemos que comer inmediatamente cada vez que sintamos un poco de hambre. Pasar hambre de vez en cuando puede tener beneficios"
P. En el libro demuestras fascinación por el estilo de vida japonés y por su relación con la naturaleza. Hablas de sus “baños de bosque”, por ejemplo.
R. Es esa idea de sumergirnos en la naturaleza, de estar al aire libre a menudo aunque llueva o haga frío... En EEUU pasamos un 95% del tiempo en interiores. Crear algún tipo de culto alrededor del aire libre creo que es algo muy positivo.
P. ¿Y el método misogi?
R. Es una idea japonesa que consiste en ponerse un reto realmente desafiante una vez al año. Algo que puedes conseguir, pero te va a costar mucho esfuerzo. Digamos que tienes un 50% de posibilidades de lograr el desafío. Los humanos, en el pasado, solíamos hacer cosas desafiantes todo el tiempo, sin red de seguridad. No sabíamos si íbamos a conseguir alimentos, si íbamos a conseguir terminar un desplazamiento, sobrevivir a una infección o a un invierno duro. Cada vez que asumíamos uno de estos desafíos, aprenderíamos algo sobre lo que éramos capaces de hacer. Cuando te sometes a uno de esos retos, vuelves a la vida normal y todo te parece más fácil. Ahora tenemos muy pocos momentos así, especialmente en la vida adulta.
P. También propones que exploremos el hambre. Pero no el hambre de comer tarde un domingo, sino el hambre de verdad. ¿Por qué nos deberíamos someter a eso?
R. En los EEUU, más del 80% de lo que ingerimos no tiene nada que ver con el hambre. Comemos por rutina, porque estamos estresados, para matar el rato… Por eso creo que es bueno experimentar el hambre. La mayoría de la gente ni siquiera sabe lo que se siente. Creen que el hambre es una emergencia, una alarma, pero durante miles de años ha sido una sensación rutinaria y los científicos creen que juega un papel esencial en nuestro desarrollo. No tenemos que comer inmediatamente cada vez que sintamos un poco de hambre, no es necesario. Una forma fácil de insertar un poco de hambre en tu vida es hacer ayunos de vez en cuando. Además de reducir tu carga calórica, tiene muchos beneficios demostrados.
"Pensar en la muerte es muy incómodo a corto plazo, pero tiende a cambiar el comportamiento de las personas y mejora sus vidas"
P. Hasta aquí, todo lo que dices viene con cierto respaldo científico, aunque es discutido. Pero de pronto propones pensar todos los días un rato en la muerte. ¿Para qué?
R. Suena a cliché, pero esto lo aprendí de un monje en Bután durante uno de mis viajes. Me sugirió que me imagine la vida como el camino por un sendero que acaba en un acantilado. Si sabes que al final te espera el acantilado, seguramente vas a cambiar tu actitud. A lo mejor vas más despacio por el sendero, o te paras a conversar con la gente que te acompaña, o te paras a mirar el paisaje. No quieres llegar rápido y sin darle importancia al trayecto. Pensar en la muerte es muy incómodo a corto plazo, pero tiende a cambiar el comportamiento de las personas y mejora sus vidas. Y esto no es una revelación en la montaña de Bután, sino que también se demuestra en estudios donde se les pide a los sujetos que piensen en la muerte. Abrazar la idea de que el tiempo es limitado es la mejor manera de aprovechar el tiempo.
P. Para acabar, propones también que nos duchemos menos. ¿Qué pretendes?
R. Bueno, creo que hay algunas pruebas convincentes de que la exposición a los gérmenes que hay en la naturaleza puede ser buena para tu salud intestinal. Hay algunas investigaciones realmente interesantes sobre tribus de cazadores-recolectores que no contraen ninguna de esas enfermedades estomacales que son una plaga en Occidente, como la enfermedad de Crohn, como el E. coli, etcétera. No estoy diciendo que no te laves las manos cuando estás en un vuelo, sino que no te preocupes por ensuciarte haciendo jardinería, manchándote, etcétera, porque podría ser beneficioso. Recuperar el contacto con el mundo puede ser beneficioso. Vaya sorpresa.