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Es la principal moneda de reserva, pero no puede asegurarse que lo sea en el futuro.
El nuevo libro de Barry Eichengreen, Exorbitant Privilege. The Rise and Fall of the Dollar, no sólo relata la transformación del dólar, a partir de la Primera Guerra Mundial, en la principal moneda internacional de reserva; sino también los restantes acontecimientos financieros que han acompañado ese proceso: la creación del euro, la crisis de las hipotecas subprime, o la acumulación de reservas en dólares por China y otros países tras la crisis del sudeste asiático de 1997-1998.
Una de las ideas principales del libro es que para que una moneda se convierta en divisa internacional de reserva debe cumplir varias condiciones: que el país que la emita tenga suficiente tamaño; posea un mercado financiero libre y bien desarrollado; tenga un Banco Central dispuesto a proporcionar liquidez en situaciones de emergencia, y cuente con el respaldo de un país y un Estado que goce de buena salud económica y una situación fiscal sostenible, de forma que su moneda suscite confianza internacional.
Pero, por ejemplo, la Reserva Federal no se creó hasta 1913, lo que prolongó la primacía internacional de la libra esterlina incluso tras el inicio del declive económico del Reino Unido.
Cuando una moneda se vuelve dominante como divisa internacional –como moneda de facturación, de denominación de instrumentos financieros y de activo de reserva–, la mera inercia y las “externalidades de red” afianzarán esa posición, porque la interdependencia entre los agentes económicos hará que ninguno de ellos pueda, por sí solo, empezar a utilizar otra distinta.
El General De Gaulle y los economistas Jacques Rueff y Valery Giscard d’Estaing se quejaron del “exorbitante privilegio” de Estados Unidos al poder financiarse en su propia moneda, pero fracasaron en su intento de hacer del oro el verdadero centro del sistema monetario internacional. Por eso, incluso tras el abandono en 1971 de la convertibilidad externa del dólar en oro, la divisa americana mantuvo la primacía como moneda internacional de reserva.
La desregulación de los mercados financieros ha producido con frecuencia una euforia y una expansión crediticia –dirigida con frecuencia al sector inmobiliario– que ha terminado en crisis. Ocurrió en Japón, con el Big Bang de los años 80. Y en Estados Unidos, por la oposición de Alan Greenspan –apoyada por Bob Rubin y Larry Summers– a que se regulara el mercado de derivados. Ahora China deberá tener cuidado si para promover Shangai como centro financiero internacional aplica una política de desregulación.
Según el libro de Eichengreen, las fases de debilidad del dólar, al provocar una apreciación del marco alemán tanto frente al dólar como frente al franco francés, impulsaron los proyectos de integración monetaria europea, como fueron los Acuerdos de la Serpiente (1973) y el Sistema Monetario Europeo (1979).
Tras el Informe Delors (1989), el verdadero impulso de la moneda única fue la unificación alemana y el deseo del Canciller Kohl de reforzar, en paralelo, la integración europea. La moneda única no se vio acompañada por la integración fiscal preconizada en el Informe Werner (1969). Aunque el Banco Central Europeo ha actuado con eficacia, tanto antes como después de la actual crisis financiera, el euro es un caso singular de “moneda sin Estado”.
Los Derechos Especiales de Giro (DEG) no podrán jugar un papel significativo como moneda internacional de reserva, porque eso exigiría su amplio uso en los mercados financieros privados, intento que ya fracasó en los 80. Las elogiosas referencias al DEG de las autoridades chinas deben entenderse como una mera llamada de atención a EEUU para que preserve la estabilidad del dólar, moneda en la que China tiene una ingente cantidad de reservas. Este país parece albergar la esperanza de que en 2020 su propia moneda, el renminbi, sea utilizada como moneda internacional de reserva, pero eso exigiría reformas cuya realización es dudosa.
Pero no hay que descartar que el mundo puede encaminarse hacia un sistema monetario más multipolar, en el que el dólar mantenga una posición hegemónica como divisa global, pero el euro, el renminbi y, tal vez, la rupia india o el real brasileño ocupen un papel destacado como monedas de reserva regionales.
No es previsible que una crisis entre Estados Unidos y China pueda llevar a ésta a una venta masiva de sus reservas en dólares, porque ella misma sufriría pérdidas.
Tampoco es probable un pánico espontáneo en los mercados de divisas que lleve a un hundimiento del dólar que ni la Reserva Federal ni los restantes Bancos Centrales puedan controlar. La verdadera amenaza a la hegemonía del dólar podría surgir de la incapacidad de Estados Unidos para reducir el déficit presupuestario que, provocado por las rebajas de impuestos de Bush y la evolución del gasto en pensiones, se ha visto agravado por la crisis financiera.
Por Manuel Conthe from Expansion.com 20/07/2011
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