martes, 3 de mayo de 2011

Canadá: Identidad indefinida, vecino arrollador

Foto por LVD from lavanguardia.es

La obsesión con EE.UU. es una constante en el debate público en Canadá, que el lunes celebra elecciones federales.
Como en buena parte del mundo, la prensa y las televisiones canadienses dedicaron el viernes pasado una amplia cobertura a la boda de Guillermo y Catalina. Como en buena parte del mundo, la mayoría de la población tenía otras cosas que hacer mientras se celebraba la boda -o aún dormía–y si acaso lo miraron de reojo, con una sonrisa irónica.
Pero aquí, en Canadá, había una diferencia. Aquí la boda tiene un significado particular. Porque cuando el príncipe Guillermo sea rey, también será el jefe del Estado canadiense. En los billetes de veinte dólares canadienses está estampado ahora el rostro de la Reina Isabel II.
Cuando los parlamentarios asumen su escaño en el Parlamento federal deben jurar "ser fieles y leales de verdad a Su Majestad la Reina Isabel Segunda".
He aquí una diferencia entre Estados Unidos y Canadá: Estados Unidos se rebeló contra los británicos; Canadá, no. Y, pese a que en los años ochenta recuperó del todo y definitivamente los derechos constitucionales, el vínculo persiste.
No es casualidad que un candidato a las elecciones del lunes –el intelectual liberal Michael Ignatieff– viviese veinte años en Gran Bretaña y, en calidad de ciudadano de la Commonwealth, llegase a votar al Labour en unas elecciones.
"Canadá evolucionó con tanta lentitud y de forma tan respetuosa de colonia a país que incluso es imposible decir con certeza cuando nos convertimos en realidad en soberanos", ironiza John Ibbitson, corresponsal político del diario Globe and Mail, en su ensayo 'Abierto y cerrado: Por qué América tiene a Barack Obama y Canadá a Stephen Harper'.
Nótese cómo los propios canadienses usan sin problemas el término América para referirse a Estados Unidos, y aquí este término no irrita como sí sucede a veces en la América Latina. A fin de cuentas, como ha escrito el propio Ibbitson, Canadá –miembro del G–8, políglota, multiétnico, cosmopolita, potencia económica y militar: un teniente general canadiense dirige ahora la misión de la OTAN en Libia– es "uno de los país de más éxito en el mundo".
Canada: un país sin complejos ni agravios históricos, pero también con una obsesión perenne con el vecino del sur e interrogantes obstinados sobre su identidad.
¿Qué es ser canadiense? "Nos cuesta creer en nosotros mismos porque vivimos puerta a puerta con un país de dimensiones míticas", escribió Ignatieff en el ensayo 'True Patriot Love'.
Como dice Ignatieff, que en el pasado teorizó sobre el nacionalismo excluyente y "el narcisismo de la pequeña diferencia", las diferencias aparentes entre estadounidenses y canadienses son mínimas.
"Tenemos el mismo aspecto. Compramos los mismos coches. Nos vestimos igual. Pasamos las vacaciones en los mismos lugares. Somos seguidores de los mismos equipos de béisbol y fútbol", escribe. Toronto, capital financiera y metrópolis multicultural, es con Chicago la gran ciudad norteamericana.
Tan 'americanos', y al mismo tiempo tan distintos. No sólo porque Canadá no se fundó en la rebelión y el individualismo sino en el consenso y la solidaridad. Canadá –la Norteamérica más europea– tiene además en su ADN constitucional la lengua francesa, y oficialmente es un país bilingüe.
Muchos canadienses creen que sin Quebec, la provincia que ha celebrado sin éxito dos referéndums para independizarse, Canadá no sería Canadá; sería otra cosa.
"Nosotros no podemos crear un solo mito, como Estados Unidos, porque tenemos tres mitos que compiten entre sí: el anglocanadiense, el francocanadiense, y el aborigen", apunta Ignatieff.
Y añade: "Ellos se rebelaron contra los británicos. Nosotros nos matuvimos leales. Ellos fundaron una república. Nosotros intentamos crear un gobierno responsable dentro de un imperio. Nosotros hablamos francés. Ellos, no".
"Mientras los gobiernos americanos –apunta Ibbitson- dieron a sus ciudadanos los instrumentos para tener éxito, impuestos bajos y poca regulación, los gobiernos canadienses fomentaron las decisiones por consenso y la acción colectiva".
De esta cultura del consenso e igualitaria surgió en el siglo XX el sistema de sanidad pública, y una sociedad "menos rica que Estados Unidos, porque la seguridad colectiva castiga la iniciativa individual, pero también con menos extremos", escribe el periodista del Globe and Mail. Un país, por ejemplo, sin pena de muerte ni derecho a portar armas.
La llegada de Obama a la Casa Blanca, en 2009, coincidió con la consolidación en el poder en Ottawa del conservador Stephen Harper, acusado por sus rivales de ser el George W. Bush canadiense.
En 2011 Estados Unidos –la supuesta americanización de Harper, las relaciones comerciales, la frontera porosa...- han vuelto a sobrevolar la campaña. Y es cierto que la pujanza del Oeste canadiense -una región más cercana a EE.UU.- puede poner en entredicho algunos valores eternos candienses.
Obama, en todo caso, propició una reexamen de las virtudes y defecto del EE.UU. En este contexto Ibbitson publicó 'Abierto y cerrado', donde sostiene que, al contrario que EE.UU., el sistema político canadiense estña controlado por unas elites blancas que impiden la entrada de otros ciudadanos.
Los cables de Wikileaks han venido a darle la razón. Esta semana se ha difundido un informe del consulado estadounidense en Toronto obtenido por la organización que lidera Julian Assange.
El cable, resumido por el Globe and Mail, pone en cuestión algunos logros del multiculturalismo del que tanto se enorgullece Canadá. La mitad de la población de Toronto pertenece a minorías, observan los diplomáticos de EE.UU. Sin embargo, casi todos los concejales del ayuntamiento, los parlamentarios y los líderes empresariales son blancos.
"Nos hemos dado cuenta de la misma tendencia en reuniones patrocinadas por empresas o bufetes de abogados, y en almuerzos en los que participaba la elite económica. En uno de estos encuentros al que asistimos, de 37 asistentes 35 eran hombres blancos", se lee en el cable.
En Canadá, según John Ibbitson, "Barack Obama no podría ser primer ministro".
Por  Marc Bassets Toronto | Corresponsal from lavanguardia.com 01/05/2011

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