El crucero de lujo The Stand Cruise en aguas del río Ayeyarwady (Miguel Ángel Vicente de Vera)
Viajamos de las ciudades imperiales de Bagan a Mandalay por el río Ayeyarwady descubriendo un país todavía virgen
Avanza lentamente, casi levitando, remontando las aguas del míticorío Ayeyarwady, el mismo que inspiró los versos a Rudyard Kipling y las crónicas de viaje a George Orwell. En sus márgenes se suceden estampas de tiempos inmemoriales: campesinos cultivando arrozales, pescadores lanzando sus redes al atardecer, columnas de humo que se desvanecen en el cielo y cientos de estupas de color dorado salpicando las colinas en el horizonte.
La parsimonia del río se apropia de la atmósfera del propio crucero. Nada de prisas, tan solo hay que dejarse llevar por la corriente y deleitarse con la sucesión de paisajes con un cóctel bien frío en la mano. Luego de esta declaración de intenciones, queda claro que la experiencia que ofrece The Strand Cruise , que recorre los 180 kilómetros que separan las ciudades imperiales de Bagan y Mandalay, es un deleite para el alma, pero también para el cuerpo.
Un Sudeste Asiático genuino
Birmania es posiblemente el país más fascinante del Sudeste Asiático, básicamente porque todavía no ha subyugado al turismo de masas. La dictadura militar tuvo cerradas sus fronteras hasta mediados de los años 90, pero todo eso ya es historia. Hoy en día, es un país abierto al turismo, que recibe al visitante con la mejor de las sonrisas. Es cierto que todavía las infraestructuras y los servicios tienen que madurar, por eso transitarlo en un crucero es una opción muy agradable y cómoda.
Una experiencia de lujo a bordo del The Strand Cruise
El crucero The Strand Cruise es una experiencia de lujo. Se trata de un barco de 60 metros de eslora y tres plantas, con piscina en la cubierta, gimnasio, restaurante, bar, recepción y terrazas para disfrutar de las vistas. Tiene capacidad para 50 pasajeros en un total de 25 cabinas. Es un barco nuevo, construido en 2015, con todas las comodidades posibles. Su decoración es elegante y contemporánea, por momentos minimalista, con guiños al arte tradicional de Birmania. Destaca el fino mobiliario de teca tallada a mano y una cuidada selección de arte local. Todo este escenario está gestionado un solvente y atento equipo humano que hace que no haya que preocuparse de nada, tan solo de disfrutar.
La monumental Bagan
El crucero, en esta ocasión, inicia su singladura en Bagan. Tras un desayuno en los exóticos jardines de Bagan House, comienza un recorrido por los principales templos, con un guía turístico local y furgoneta privada. Esta ciudad encierra todos los misterios que entraña Asia, cualquier viajero que se precie, debería visitarla al menos una vez en la vida.
Birmania es un país con mucha riqueza cultural
Birmania, el país más grande del Sudeste Asiático es un complejo mosaico de etnias y culturas. En las calles de cualquier ciudad se palpita esta riqueza: hombres ataviados con el longyi, una tela similar a una falda que combinan con camisas, mujeres que decoran sus rostros con thanaka, una crema que se extrae de una corteza de árbol que sirve para proteger la piel del sol y de los mosquitos, y motos, muchas motos. También hay vacas, perros y gallinas, templos que aparecen en cada esquina, olores que normalmente identificamos más con la India -como el cardamomo y el clavo- y artesanías ancestrales de los tiempos de Siam.
La religión que practica la gran mayoría de la población es elbudismo. En Bagan se erigen en una extensa llanura de vegetación cientos de estupas -construcciones budistas de forma cónica que albergan reliquias- y pagodas -templos- de ladrillos y piedra caliza, construidas principalmente entre los siglos XI y XIII. En las paredes del interior de los templos, en sus mayoría tan solo conservados y no restaurados, recorremos los surcos del tiempo.
Los dibujos de escenas de la vida de Buda que antaño decoraban con vivos colores todas y cada una de las paredes, a día de hoy apenas se pueden descifrar. En la parte central de las pagodas hay siempre una escultura de Buda, a la que los creyentes llevan ofrendas de arroz y flores. Hay un grupo de monjes budistas que se postra de rodillas bajo la imagen, levantan sus brazos con las palmas de las manos unidas hacen tres venias y repiten mantras evocando su grandeza.
Luego de visitar tres templos y una estupa, nos espera el primer almuerzo en el crucero. En la escalera de la entrada, el capitán y parte de la comitiva del barco nos dan la bienvenida. Las habitaciones son muy cómodas y modernas, hay champús y cremas de autor en el baño, albornoces con la insignia de la empresa bordada, una mullida cama y unas maravillosas vistas a al ribera, donde un grupo de niños pasa la tarde jugando al fútbol.
Experiencia gastronómica
Una experiencia que destaca de sobremanera en el crucero es la gastronómica, superlativa en todos sus aspectos. A lo largo de los cuatro días del crucero se realizan aproximaciones a diferentes cocinas: la birmana, la tailandesa, la francesa e incluso hay una noche de tapas españolas, con croquetas de jamón, calamares con alioli y churros con chocolate caliente. La langosta asada, el solomillo y las ostras destacan entre las suculentas viandas que se van sirviendo. Los desayunos a la carta ofrecen una amplia selección de quesos franceses, salmón, cruasán y embutidos. Explica uno de los camareros, que si alguno de los pasajeros sale del barco con menos kilos de los que llegó, le corresponde un gran premio, pero hasta ahora nadie lo ha conseguido.
Cuando despiertas luego de tu primera noche en el The Strand Cruise corres la cortina y te percatas de que el barco está en movimiento, remontando el río con rumbo a la ciudad de Mandalay, mientras se suceden los paisajes verdes de las riberas, en contraste con el denso marrón de las aguas del Ayeyarwady. El segundo día es de travesía, cuando se recorre la mayoría del trayecto. Es un tiempo de ocio, de lanzarse a los brazos del dolce far niente, y dedicarse a divagar, alejados del móvil y las redes sociales (aunque el crucero sí tiene wifi). Es un momento propicio para leer los versos del famoso poema Mandalay, que escribió Kipling en 1892, mientras te deleitas una copa de vino -el crucero ofrece una variada carta de vinos franceses, australianos y locales a libre disposición de los clientes-, frente a unas bucólicas escenas que no distan mucho de las que vio el poeta.
Show de marionetas y danza
Se ofrecen a bordo varias actividades, como un curso de gastronomía birmana, donde aprendes a preparar una ensalada de pomelo y gambas o un plato de curry típico de la región. Por la noches hay show artístico: un maravilloso espectáculo de marionetas, una tradición milenaria muy arraigada en Birmania. En otra ocasión, ofrecen un concierto de música folklórica, con más de una veintena de artistas entre músicos y bailarines que danzan al son de percusiones y cánticos casi de trance, mientras las bailarinas contornean sus cuerpos con pasión al tiempo que su rostro permanece en una expresión neutral.
La tercera jornada se visita las ciudades de Mandalay, la antigua capital de Birmania, y Ava y Mingun, que albergan restos arqueológicos y otras pagodas. En el templo budista de Mahamuni, en Mandalay, se encuentra la imagen más venerada de Birmania: una enorme figura de Buda de oro, que según cuenta la leyenda, fue construida tomando como modelo al propio Siddharta Gautama, cuando visitó las tierras de Birmania con 500 de sus discípulos. Por esta particularidad es una de las figuras más veneradas de la región. Justamente hoy se celebra el día en el que Buda se iluminó. En sus alrededores, una hilera de niños monjes budistas camina hacia el templo, hay vendedores ambulantes de dulces, de artesanías, de ofrendas varias y hay niños correteando: son templos absolutamente vivos.
La última noche, el equipo del barco prepara una velada muy especial. En medio del río, sobre un pequeño islote de arena, colocan decenas de antorchas y una mesa romántica por la que desfila vino tinto y una barbacoa de carne y marisco. En la orilla el silencio es total. Hay una luna serena sobre nosotros, la noche está despejada y a lo lejos la ciudad de Mandalay se desdibuja en el reflejo del Ayeyarwady.
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