La ciudad italiana de Matera vista des de lo alto (Ermess / Getty Images/iStockphoto)
Hasta finales del siglo pasado, sus habitantes vivían sin demasiado lujo en casas sin corriente ni comodidades excavadas en la roca
Vista desde lo alto del acantilado del Torrente Gravina, la ciudad vieja de Matera parece un extraño queso de gruyer. Incluso tiene un color que lo recuerda. Hay que fijar bien la vista para apreciar que barrios enteros de la villa están formados por viviendas excavadas en cavernas que se superponen unas a otras, se retuercen y forman un laberinto de toba. Es necesario descender del mirador, cruzar el cauce y adentrarse por el dédalo para comprender la dimensión de esa villa de la Basilicata italiana que, junto a la búlgara Plovdiv, será Capital Europea de la Cultura en 2019.
Desde la prehistoria hasta hace apenas cincuenta años estas cavidades fueron habitadas en un sistema de máximo aprovechamiento de lo que el terreno ofrece. La piedra, blanda, era fácil de ahuecar. Allí, los lugareños crearon un tipo de vivienda que aunaba prácticamente en una sola estancia: los dormitorios, el comedor, el baño, las cuadras para los animales –que hacían las veces de calefacción natural– y los almacenes de grano y otras cosechas agrícolas.
Era una vida austera, espartana, rayando en la miseria. Así les pareció a los intelectuales y políticos que ‘descubrieron’ esta zona después de la Segunda Guerra Mundial y se horrorizaron por la falta de agua corriente y condiciones higiénicas mínimas. Sin embargo, sus habitantes habían encontrado un buen compromiso entre lo que les ofrecía la naturaleza y las comodidades humanas.
Las dos caras de una misma moneda
En la parte alta, vivendas modernas y en la parte baja, viviendas troglodíticas.
Hoy Matera tiene dos caras que chocan: la ciudad ‘moderna’ por encima de la Via La Malfa Ugo no se distingue en nada de otras del sur de Italia: amplias avenidas con un comercio elegante, cosmopolita e incluso chic. En la parte baja, centenares de viviendas troglodíticas en las que se han excavado iglesias y hasta una catedral. Muchas casas todavía tienen habitantes, aunque sean nostálgicos de fin de semana. Hay viviendas museizadas –que se visitan– en las cuales se ha respetado el mobiliario y los utensilios que fueron cotidianos hasta la década de 1950. Fue precisamente en esa época cuando la iniciativa política desalojó el barrio de los sassi (rocas) para recolocar a sus habitantes en zonas más salubres.
Una vez vaciadas las casas y conforme se iba tomando conciencia de la importancia histórica y arquitectónica del lugar, se fueron restaurando viviendas y muchas de las 160 iglesias rupestres que hay en la villa. En 1993 la UNESCO decidió declarar Matera patrimonio de la humanidad, siendo el primer lugar del sur de Italia en conseguir tal distinción.
El viajero sube y baja escalones y se maravilla de ver cómo las viviendas se fueron adaptando al terreno, a sus abolladuras y entrantes. Las aberturas se superponen unas sobre otras, se retuercen aprovechando la curvatura de la roca, dejan paso a estancias minúsculas donde apenas cabe medio coche o enormes aberturas convertidas en templos y capillas, salones comunitarios y casas con varias habitaciones.
Matera ha sido escenario de películas de época debido a su construcción única
El escritor Carlo Levi vivió una temporada en Matera, y ello le inspiró la aclamada Cristo se paró en Éboli. A un intelectual con inquietudes sociales como él, las condiciones en que vivían los habitantes de la villa le parecieron ignominiosas. El lugar es tan estrambótico y escapado de toda regla del calendario que ha sido escenario de rodajes de películas de época como El Evangelio según san Mateode Pier Paolo Pasolini, La Pasión de Cristo de Mel Gibson o el Ben Hur de Timur Bekmambetov.
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