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El hecho de que dos ejemplares de un mismo sexo se intenten aparear no se debe a un fallo, sino a una conducta mucho más útil de cara a asegurar y mantener la paz y la convivencia en sus clanes
Nada es fruto de la casualidad en lo que se refiere a biología animal y evolución. Y, en este sentido, todos los animales maximizan las posibilidades para reproducirse, pues existe una tendencia natural a perpetuar la especie sea como sea. Por ello, cuando se han documentado casos de intentos de apareamiento entre animales del mismo sexo, la comunidad científica y el sentido común ha visto en estos comportamientos una paradoja evolutiva. Si es biológicamente imposible que generen descendencia, ¿por qué lo hacen?
En 2019, un equipo de biólogos estadounidenses propuso que estas actitudes se debían a una razón aritmética: cuantos más ejemplares con los que poder aparearse, más posibilidades de reproducirse. Digamos que los animales no son nada quisquillosos respecto a sus preferencias sexuales. Mejor llevar a cabo la función reproductiva con quien sea, que andar investigando si realmente el compañero escogido es apto para ella. Pero ahora esta tesis ha sido refutada por un equipo de investigadores españoles de la Universidad de Granada que proponen una nueva utilidad evolutiva de estos comportamientos, a través de un estudio en la revista Nature Communications.
No solo los comportamientos de apareamiento con miembros del mismo sexo son comunes en los mamíferos, sino que responde a una adaptación evolutiva para preservar la especie, en este caso, asegurar la pacífica convivencia entre ejemplares de un mismo o distinto clan. Para demostrarlo, José M. Gómez, el principal autor del estudio, junto con su equipo, realizaron un análisis filogenético para descubrir el patrón de comportamiento que hacía que se repitieran estas actitudes una y otra vez. Al final, concluyeron que estas actitudes homosexuales servía a los animales para mantener y crear relaciones positivas entre sí y también para reconciliarse después de los conflictos.
Más común en machos
Un detalle curioso es que estas actitudes de apareamiento, erráticas desde el punto de vista puramente evolutivo, era más común en aquellos mamíferos que tendían a agruparse en grupos más grandes que los que tenían comportamientos solitarios o no vivían tan pegados a miembros de su misma especie. Y, del mismo modo, estas relaciones sexuales entre animales del mismo sexo eran más común en la especie de los primates con respecto al resto de mamíferos. Además, es más frecuente en machos que en hembras, posiblemente porque son el sexo que más tienden a los conflictos entre sí.
Gómez y su equipo concluyen que la homosexualidad no se debe solo a factores sociales desarrollados por los humanos, como se pensaba desde siempre en la doctrina evolutiva, sino que estas actitudes pueden haber persistido a partir de esta función evolutiva. Evidentemente, no es lo mismo el apareamiento animal que la vida sexual de la que podemos disfrutar los humanos, y ahí habría que hacer una importante diferenciación, ya que los animales lo hacen porque se lo marca el más puro instinto evolutivo; en cambio, nosotros lo podemos practicar por puro placer y decisión propia. Sin embargo, este estudio añade una dimensión evolutiva a este comportamiento sexual que tradicionalmente ha sido penalizado por las voces reaccionarias de la ciencia.
De hecho, la pasada literatura científica realizada sobre el apareamiento entre animales del mismo sexo está fuertemente marcada por la homofobia, como se hace eco un artículo publicado en la revista Aeon que recoge los hallazgos de Gómez y su equipo. La primera referencia es de 1911, cuando el explorador George Murrack Levick vio comportamientos homosexuales en pingüinos y los describió como "depravados". Marlene Zuk, una de las biólogas evolutivas más prestigiosas del mundo, ha tratado de desmentir estos postulados homófobos en sus diversos libros sobre la sexualidad animal, llegando a la conclusión de que hay mucho más en la expresión sexual animal que los fines meramente reproductivos.
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