- Para acabar con el déficit argentino a Milei le urge sanear las cuentas públicas a corto plazo
La victoria de Javier Milei en las recientes elecciones presidenciales argentinas marca un hito económico de primera magnitud tanto para el país como para la región. Más allá de las percepciones y consideraciones ampliamente desarrolladas en los últimos días sobre su perfil ideológico, parece evidente que el nuevo presidente pretende cambiar los fundamentos del actual sistema económico, empezando por el cambio en las políticas monetarias, fiscales y cambiarias.
Acometer esta tarea se antoja titánica, ya que Argentina ha consolidado a lo largo de las décadas un sistema económico clientelar, donde el 51,7% de la población vive de subsidios públicos según los últimos datos del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina correspondientes al cierre de 2022. También según este mismo Observatorio, la tasa de pobreza ha subido hasta el 43,1% en 2022, frente al 28,2% en 2017, saltando al 44,7% en 2020 y manteniéndose prácticamente en estos niveles en términos medios. Según la estadística oficial (INDEC) la pobreza es menor, pero en realidad, lo que hace es medir de manera distorsionada por la inflación.
Se define como "clientelar" un sistema donde la relación entre el Estado y los ciudadanos se convierte en un "círculo vicioso" de dependencia mutua a costa de generar resultados económicos globales muy pobres, números casi de economía de subsistencia. Si observamos los últimos dos ciclos económicos de Argentina (aproximadamente los últimos 25 años) veremos cifras de crecimiento económico real acumulado muy bajas. Desde 1994, la media anual de crecimiento del PIB potencial se sitúa en el 1,75% lo cual es una cifra insuficiente tanto si comparamos con las épocas de mayor esplendor económico, pero también con respecto a otros países de la región.
Esta media es muy baja por la sucesión de fases positivas del ciclo de precios de las materias primas internacionales con fases negativas, las cuales suelen ser depresiones económicas bastante profundas. La enorme dependencia de los precios internacionales de las commodities, unida a la mala gestión de la balanza de pagos, es un factor de vulnerabilidad de primer orden que debe ser abordado de manera urgente por el nuevo Gobierno.
Por tanto, es más necesaria que nunca una "voladura controlada" de este régimen clientelar para romper el "círculo vicioso" de pobreza, desigualdad y falta de perspectivas positivas futuras. Sin embargo, supone en la práctica generar tensiones muy importantes en el corto plazo. En primer lugar, con los propios beneficiarios que son la mitad de la población. En segundo lugar, con los representantes políticos que forman la mayoría de las Cámaras y los gobernadores territoriales. Y, por último, con los grupos de presión tanto internos como externos que irán apareciendo como oposición y defensa del modelo desarrollado hasta la fecha que ha traído una inflación galopante, un desempleo elevado y una pobreza que afecta transversalmente a la población.
Este proceso de "voladura controlada" empieza por la inflación, uno de los principales problemas endémicos del país. El dato de Índice de Precios al Consumidor (IPC) del mes de septiembre escaló por encima del 12% mensual y se situó en términos interanuales en el 138,3%. Son tasas récord que se explican fundamentalmente por la financiación del gasto y la deuda pública mediante la emisión monetaria por parte del Banco Central de la República. A ello se añaden factores coyunturales como el aumento de los precios internacionales de las materias primas, que Argentina importa en gran cantidad o la incertidumbre política y económica, que genera desconfianza en la cadena de valor, reaccionando los costes al alza.
Para detener la inflación no basta con políticas monetarias contractivas como subir los tipos o restringir la monetización de la deuda pública. Es urgente sanear las cuentas públicas para frenar el déficit fiscal. Y esto pasa inexorablemente por un ajuste muy intenso del gasto público (en torno al 15% del PIB en los próximos 4 años), el cual generará tensiones en las tasas de crecimiento del PIB tanto trimestral como interanual a corto plazo. Milei (y los ciudadanos argentinos) tiene que correr con este coste de corto plazo para cimentar unas bases más sólidas de crecimiento futuro.
En este sentido, los indicadores de actividad (PIB y desempleo) están registrando un comportamiento desfavorable. La tasa trimestral se fue a negativo en el segundo trimestre de este año (-2,8% en términos desestacionalizados) bordeando la recesión desde el primer trimestre de 2022, mientras que el desempleo alcanzó el 6,2%, por encima de la media de la región. Éste es un escenario que puede resultar poco adecuado para aplicar una política fiscal procíclica, pero ante una situación como la de Argentina, postergar los ajustes y ser gradualista como lo fue Macri no parece la mejor solución.
Veremos en los próximos meses cómo se comporta el nuevo presidente argentino. Probablemente de sus posturas maximalistas (dolarización, reducción drástica del gasto público, privatización de los servicios públicos…) tendrá que desfilar hacia un tono más pragmático. Hoy en día el control de la inflación a corto plazo se puede hacer si el Banco Central deja de ser un financiador del Gobierno, protegido además hasta la fecha por China y su interés de mantener Gobiernos aliados en América Latina aun siendo democracias con instituciones políticas de baja calidad, credibilidad y reputación. Las reservas de divisa extranjera son cruciales para controlar los flujos monetarios y acabar con el mercado negro de dólares o dólar blue que sigue siendo la referencia fundamental para los capitales que entran y salen del país.