Partidarios del clérigo iraquí Muqtada al-Sadr queman una bandera de Estados Unidos con el rostro de Joe Biden durante una protesta en Bagdad.
(Europa Press/Ameer Al-Mohammedawi)
Cuatro décadas y media después de que la revolución islámica de Irán y la invasión soviética de Afganistán contribuyeran a la derrota de Jimmy Carter, el también demócrata Joe Biden podría estar condenado a seguir estos pasos
Hubo una vez un presidente demócrata de Estados Unidos que se vio envuelto en dos graves crisis internacionales: una venía de Oriente Medio y la otra del país más grande del mundo, que se había abalanzado contra un vecino. Cuatro décadas y media después de aquella ocasión, cuando la revolución islámica de Irán y la invasión soviética de Afganistán contribuyeron a la derrota de Jimmy Carter, el también demócrata Joe Biden podría estar condenado a seguir estos pasos. A menos de un año de las elecciones presidenciales, Biden tiene otros problemas, como la tremendamente negativa percepción sobre su edad, la inflación o la deuda nacional, pero las actuales crisis de Oriente Medio y Ucrania podrían acabar de rematarlo.
Una de las políticas más sólidas y duraderas de Estados Unidos, el apoyo militar y diplomático a Israel, que Joe Biden ha mantenido con su respaldo “sin líneas rojas” a Tel Aviv, está zozobrando en las calles. Menos de la mitad de los jóvenes estadounidenses dicen simpatizar hoy con el Estado hebreo, frente al 83% de los miembros de la generación del baby boom. Otro sondeo refleja que el 80% de los demócratas y más de la mitad de los republicanos aprueban que Estados Unidos utilice su peso diplomático para “evitar más violencia y muertes civiles”.
Esta postal sociológica se refleja en las protestas del pasado fin de semana en Washington y en otras ciudades a favor de un “alto el fuego inmediato” que termine con los bombardeos a la población civil palestina, en respuesta a la masacre perpetrada por Hamás del 7 de octubre. Y en las universidades de élite, plagadas de manifestaciones, contramanifestaciones y episodios de violencia, además de en las desecraciones de lugares de culto judíos y musulmanes, y en el “macartismo” corporativo, con numerosas empresas prometiendo explícitamente que no contratarán a personas que participen en manifestaciones propalestinas.
Las turbulencias alcanzan igualmente el Congreso y los estamentos del Gobierno. “La política de EEUU, esencialmente, es que [Benjamín] Netanyahu no tiene objetivos realizables en Gaza y una invasión terrestre conlleva el riesgo de guerra regional, incluyendo a tropas de EEUU”, dijo en la red social X Ilhan Omar, congresista demócrata de Minesota y miembro del llamado Escuadrón de demócratas socialistas. Otro miembro de este grupo, Rashida Tlaib, la primera congresista palestino-americana de la historia, colgó un vídeo en X en el que aparecía la siguiente frase: “Joe Biden ha apoyado el genocidio palestino. El pueblo americano no lo olvidará” (6). Este martes, Tlaib fue censurada oficialmente por la mayoría de sus compañeros de la Cámara de Representantes, demócratas y republicanos. La censura es el último paso antes de la expulsión de la Cámara.
Si bien los 18 congresistas que firmaron una petición de alto el fuego, así como el 20% del Comité Nacional Demócrata, el órgano que coordina la estrategia y la financiación del partido, solo son una minoría incapaz de forzar un movimiento tectónico, el descontento también existe dentro de la Administración Biden. Así lo decía Josh Paul, cargo del Departamento de Estado que dimitió por la política de EEUU hacia Israel. Una política, según Paul, sagrada e incuestionable, a pesar de que las armas estadounidenses se están usando claramente para perpetrar todo tipo de crímenes de guerra contra la población civil palestina. Un detalle que habría sido considerado o debatido al evaluar la ayuda a otros países, pero no a Israel.
Todos estos nubarrones se pueden traducir en una pérdida de votos para Joe Biden entre los jóvenes y entre los votantes musulmanes. Sobre todo en el estado clave de Míchigan, donde Biden ganó en 2020 y Donald Trump en 2016. En Míchigan, cada voto cuenta, y los musulmanes representan allí el 2,4% de los electores.
Una encuesta de Lake Research Partners, una agencia dirigida por un antiguo socio de Joe Biden, refleja que el apoyo a Biden entre los votantes musulmanes de este Estado se ha desplomado en las últimas semanas. En las elecciones de 2020, Biden ganó la inmensa mayoría de estas papeletas. Hoy, según este sondeo, solo lo votaría el 16% de los electores de este perfil.
Pero la crisis internacional que emana de Oriente Medio no es la única. La Administración Biden también ha apostado mucho por defender Ucrania. En concreto, 108.000 millones de dólares. Una ayuda militar que está a punto de batir el récord marcado por la asistencia a la URSS durante la Segunda Guerra Mundial. Y, en la campaña de Ucrania, como la de Israel, no parece haber a la vista una conclusión satisfactoria que Joe Biden pueda presentar como baza en la recta final de 2024.
El frente ucraniano está prácticamente estancado. Pese a los éxitos en otras vertientes, como el debilitamiento del poder naval ruso en torno a la península de Crimea y la apertura de una vía comercial marítima, lo cierto es que los cinco meses de la famosa contraofensiva no han logrado inclinar la balanza territorial a favor de Ucrania. Las pérdidas humanas y materiales no dejan de crecer, y no está claro que Washington tenga el apetito por sufragar la defensa ucraniana indefinidamente.
El nuevo presidente de la Cámara de Representantes, el ultraconservador Mike Johnson, ya ha dejado claro que no le interesa renovar las ayudas, lo cual rima con la creciente fatiga entre las filas republicanas. Y la Casa Blanca también hace gestos que contradicen su retórica proucraniana. Por ejemplo, ha mandado a Israel una remesa de proyectiles de artillería que estaba designada para Kyiv.
El incómodo papel de Estados Unidos en estas dos crisis globales, que siempre corren el peligro de empeorar o de extenderse al resto del vecindario, es una excelentísima munición para su probable rival en los comicios de 2024: Donald Trump. El expresidente y candidato de nuevo a las elecciones lleva semanas reiterando que, con él, estas guerras no habrían sucedido. Más allá de la complejidad de estas crisis, y de la imposibilidad de verificar la hipótesis del republicano, se trata de un mensaje probablemente efectivo. Pese a que Trump está acorralado por cuatro procesos judiciales que pueden acabar con él, potencialmente, en prisión, las últimas encuestas le dan una ligera ventaja con respecto a Biden.
Un sondeo de CNN y SSRS dice que Donald Trump le saca a Biden cuatro puntos a nivel nacional: un 49% de los votos contra un 45%. En los cinco estados clave, que es donde realmente se deciden las elecciones, otro sondeo, del New York Times y Sienna College, refleja que Trump supera a Biden también allí, en los cinco estados.
Aún queda un año para la cita presidencial, pero los índices de aprobación de Biden en todo el país, en los estados que cuentan y en temas específicos como la economía, están anémicos, aunque lo que genera más rechazo es su aparente estado físico y mental. Joe Biden está siendo uno de los presidentes más productivos, por ejemplo, en el Congreso, de las últimas décadas. Pero en torno a la mitad de los demócratas y tres de cada cuatro ciudadanos estadunidenses creen que está demasiado mayor como para presentarse de nuevo al cargo.
En cualquier paisaje político siempre hay factores positivos y negativos donde elegir. El columnista David Frum destaca que la popularidad de Barack Obama en el mismo punto de su primer mandato era similar a la de Biden, pero luego ganó la reelección sin mayor problema. Y está la ristra de victorias demócratas en las elecciones especiales del pasado martes: la reelección del gobernador progresista de Kentucky, la victoria legislativa en Virginia, y, sobre todo, la defensa del aborto legal en Ohio, enésima victoria demócrata en esta cuestión concreta desde que el Tribunal Supremo revirtió la protección federal, conocida como Roe v. Wade.
Estas victorias pequeñas, pero consistentes, prolongan los sorprendentes resultados de las elecciones de medio mandato del año pasado. Los votantes demócratas están movilizados, y los votantes MAGA, que es como se conoce a la rama trumpista del Partido Republicano, continúan demostrando flojera en las urnas. Pero el campeón del partido, el hombre llamado a revalidar la presidencia el próximo 5 de noviembre, se ha convertido en un catalizador del desánimo entre las filas izquierdistas.