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¿Cumple Myanmar, antigua Birmania, con los requisitos necesarios para justificar una intervención internacional aplicando el principio de la Responsabilidad de Proteger?
Para ello hay que recorrer la historia de este país, donde el gobierno militar hace y deshace a su antojo llevándose por delante tantas vidas humanas como sea necesario para conseguir sus objetivos ante la impávida mirada de la comunidad internacional.
Uno de los lemas contra la guerra más utilizados desde los sesenta es el “bombing for peace is like fucking for virginity”, que define la paradoja de las guerras/intervenciones internacionales que tratan de promover paz a base de misiles Tomahawk.
Si se concibió como una prometedora iniciativa de la comunidad internacional para evitar desastres humanitarios, ¿cómo ha podido la responsabilidad de proteger (RdP) convertirse en una mera excusa para intervenir en ciertos países? ¿Es el interés por proteger a la población civil el motivo de la intervención? ¿Por qué en unos países sí se aplica la RdP y en otros no?
Efectivamente, como se comentaba en este blog hace unos días, si aplicásemos en sentido estricto los principios de la RdP tendríamos una triste lista de países candidatos que podría encabezar Birmania, ¿por qué no?
Para quien no conozca la historia de Birmania, se resume en independencia en 1948, república democrática hasta 1962 y desde entonces dictadura militar que se alarga hasta nuestros días.
En estos cincuenta años el pueblo birmano se ha levantado contra la Junta Militar en varias ocasiones. En agosto de 1988 surgió el Levantamiento 8888, un movimiento estudiantil que desde la capital consiguió extenderse por todo el país sumando las voces de monjes budistas y civiles, entre las que se encontraba Aung San Suu Kyi. Estas protestas se saldaron con miles de víctimas, un nuevo golpe de estado y la convocatoria de elecciones en 1990, que ganaron con un 80% de los votos la Liga Nacional por la Democracia de Suu Kyi; aunque nunca se llegaron a reconocer los resultados.
Más de quince años tardó el pueblo birmano en volver a tomar la voz. La Revolución Azafrán, motivada por la subida del precio de los combustibles en 2007, alentó una nueva ola de manifestaciones a favor de la democracia que lideraron monjes budistas por todo el país. La Junta declaró el toque de queda, disolvió las concentraciones y se empleó con tal dureza que la comunidad internacional se vio obligada a advertir sobre el uso de la violencia contra la población civil.
Sin más, la represión acalló una vez más la voz del pueblo birmano, que clamaba por un gobierno democrático que no llevase a cabo limpiezas étnicas entre las minorías del país (Karen o Shan), ni mantuviera encarcelados y bajo tortura a más de 2.000 presos políticos, ni violase de manera reiterada los derechos humanos, tal y como se encarga de recordar anualmente la ONU (delitos que pueden constituir crímenes contra la humanidad según reivindica Tomás Ojea Quintana, Relator Especial de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Birmania).
Con nueva Constitución desde 2008, aprobaba dos semanas después del paso del ciclón Nargis, la hoja de ruta hacia la democracia establecida por la Junta Militar incluye un parlamento con el 25% de los escaños reservados a militares y controlado por la organización política nacida del propio régimen (Partido Unión, Solidaridad y Desarrollo, USDP). Sobre el paripé electoral organizado el pasado mes de noviembre, el presidente Obama declaró que no eran unas elecciones “ni libres ni justas”, mientras que el Parlamento Europeo manifestó que eran “un intento de consolidar el régimen militar autoritario”.
La esperanza del pueblo birmano no puede estar en la Asamblea General de Naciones Unidas ni en su Consejo de Derechos Humanos, donde Rusia y China se encargan de vetar cualquier resolución en contra de la Junta a cambio de acuerdos políticos y económicos, como los conductos de gas y petróleo más largos de Asia que llegan desde la costa birmana hasta la provincia china de Yunnan. Tampoco han dado mucho resultado las condenas o los embargos comerciales de la Unión Europea y de los Estados Unidos que, sin embargo, no han impedido la entrada de inversores europeos y estadounidenses en el país.
¿Serán entonces las bombas por la paz de una coalición internacional las que devuelvan la democracia al pueblo birmano en su próximo intento?
Por ALEJANDRO BOZA from blogs.elpais.com 19/04/2011
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