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El alto coste de la ayuda financiera a los países percibidos como despilfarradores y la oleada de inmigración disparan el descontento en la Europa más próspera.
El blanco de los populistas en la Europa más próspera tiene muchos rostros: para empezar, el de los inmigrantes. Están además los socios del sur, percibidos como manirrotos en constante necesidad de ayuda. Las oleadas de refugiados de guerra magrebíes en la isla italiana de Lampedusa y las turbulencias en la zona euro han dado alas al populismo de derechas en varios países de Europa.
Al norte, en el país que encabeza los informes Pisa europeos de rendimiento escolar, un partido llamado Auténticos Finlandeses (PS) obtuvo el 19% de los votos en las elecciones legislativas del domingo. Basaron su campaña en el rechazo a la inmigración y a las ayudas económicas a Portugal. También en Francia se disparan los apoyos al ultraderechista Frente Nacional (FN), que se llevó un buen mordisco de los votos del centro-derecha del presidente Nicolas Sarkozy en las municipales del mes pasado. El éxito de los populistas finlandeses podría dificultar la estabilización del euro y encarecer las medidas de rescate de Grecia, Irlanda y Portugal. Se ahonda la brecha entre los países más prósperos y los más afectados por la crisis.
En los Países Bajos, el Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders es la tercera fuerza parlamentaria, lo mismo que el PS en Finlandia. En la Unión Europea, también Suecia, Dinamarca, Letonia, Lituania, Hungría, Eslovaquia, Eslovenia, Bulgaria y Grecia abrieron sus Parlamentos a partidos de derecha populista.
En Alemania, que es la primera potencia económica y demográfica de Europa, el panorama político es a primera vista menos inquietante. Pero se ha enquistado un hondo descontento por la astronómica participación en los sucesivos planes de rescate del euro. El sentimiento de haber sido estafados por las promesas de estabilidad financiera se parece al que cunde en Finlandia y en los Países Bajos. Mientras, los democristianos no pierden oportunidad de contradecirse unos a otros sobre si el islam es parte o no de la sociedad alemana. Paradójicamente a su derecha, el militante socialdemócrata y exdirectivo del Banco Central alemán (Bundesbank) Thilo Sarrazin airea en la televisión pública su pánico racista a la inmigración musulmana.
El mes pasado, todos celebraron que el Partido Nacionaldemocrático NPD se quedara a las puertas del Parlamento regional de Sajonia-Anhalt. El partido neonazi, que es uno de los más radicales de Europa, obtuvo no obstante más apoyos en Sajonia-Anhalt que el partido liberal FDP, socio de Gobierno de Angela Merkel en Berlín. Como en Finlandia, llama la atención el bajo porcentaje de población inmigrante. Solo el 1,8% de los habitantes del länd oriental es extranjero. La tasa más baja de Alemania. El NPD ocupa, además, escaños en los Parlamentos regionales de Sajonia y Mecklemburgo-Pomerania.
Políticamente a años luz del radicalismo pardo del NPD, los liberales del FDP afectan de vez en cuando ramalazos euroescépticos y populistas dentro del espectro democrático alemán. Hundido en las encuestas, recién descabezado y carente de rumbo ante la imposibilidad de cumplir su promesa electoral de bajar los impuestos, el FDP ha asumido en los últimos meses el papel de guardián de las finanzas nacionales. Su avance más reciente fue pedir que el Parlamento federal alemán (Bundestag) asuma un mayor control sobre las aportaciones de Alemania a los mecanismos de estabilización del euro. Como medida adicional para entorpecer los rescates, el FDP pide que también decida sobre ellos el Banco Central (Bundesbank). No les faltan razones legales. Pero tienen el ojo puesto en los votantes más descontentos con el desarrollo de la crisis de deuda europea.
Si los ricos sueñan con cortar las amarras de una (en Alemania denostada) "Unión de transferencias" económicas, se extiende entre los peor parados la sensación de que les están imponiendo unos exorbitados planes de austeridad desde el extranjero. El duelo de portadas insultantes entre la prensa alemana y la griega durante la pasada crisis ofreció buenos ejemplos de ello. En la Cancillería alemana son tan conscientes de este resquemor que recelan incluso de los encomiásticos titulares que pintan a Merkel como "la inspectora" del buen hacer financiero de sus socios sureños. Esta desconfianza mutua ahonda una zanja apenas habitable por populistas y euroescépticos de uno u otro jaez y de cualquier procedencia.
Otro asunto candente es la inmigración. Las masas de refugiados de los conflictos del norte de África han abierto una crisis en el corazón de Europa. Para evitar que llegaran más refugiados, el Gobierno francés cerró las fronteras ferroviarias con Italia. Los italianos reaccionaron con protestas. La crisis afecta a la libre circulación de personas en la UE.
En Alemania, el socialdemócrata Thilo Sarrazin se ha convertido en el adalid de los xenófobos. El neonazi NPD usa una cita de su superventas Alemania se suprime para su campaña electoral de Berlín. Sarrazin dice que la escasa inteligencia congénita de muchos inmigrantes los aboca a depender de las ayudas públicas alemanas. Sus tesis encontraron enorme eco y le reportaron pingües ganancias. Un reciente informe del Comité de Integración e Inmigración SVR señala que en los últimos 15 años han dejado Alemania medio millón de personas más de las que han venido.
Por JUAN GÓMEZ | Berlín from elpais.com 19/04/2011
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