Foto por REUTERS from elpais.com
Construido en los años sesenta, el Intercontinental encarnó el esfuerzo modernizador de Afganistán.- Quedó destrozado durante el conflicto civil de los noventa.
En el invierno de 2001, tras la caída de los talibanes, el Intercontinental de Kabul era el único hotel decente en el que podían alojarse los periodistas internacionales. Aunque decente es una palabra muy generosa -muchas habitaciones no tenían cristales en las ventanas, ni agua corriente, los cortes de electricidad eran constantes y la mugre era omnipresente-, era un lugar seguro en el que vivir. Una tarde llegaron dos periodistas holandeses al restaurante, en el que servían una insólita variedad de menús, pollo con arroz y arroz con cordero, se sentaron mientras charlaban ruidosamente y pidieron dos cervezas. Los camareros les miraron con sorna y respondieron: "Llegan tarde, llegan 30 años tarde".
Llegaban, efectivamente, muy tarde. Construido en los años sesenta e inaugurado en 1969, en una colina del oeste de Kabul, aquel hotel simbolizó el esfuerzo de modernización que el país centroasiático llevó a cabo en aquella época, en la era del rey, en la que convivieron el Afganistán medieval con el siglo XX. Pero, con la invasión soviética, comenzó un conflicto interno del que este país no ha salido nunca y cuyas heridas discurren por los pasillos de este hotel.
Quedó destrozado durante el conflicto, con casi todas las habitaciones inutilizadas. Estaba ubicado en un promontorio estratégico porque se alzaba sobre el oeste de la capital afgana, que quedó convertida en una interminable montaña de ruinas durante la guerra civil de los años noventa que arrasó un país ya arrasado durante la invasión soviética. Después de que los talibanes ocupasen Kabul se convirtió en uno de los escasos hoteles abiertos para los pocos occidentales que pasaban por la ciudad. Cuando la Alianza del Norte, apoyada por los aviones estadounidenses, reconquistó la capital afgana en el invierno de 2001 se llenó hasta la bandera de periodistas de todo el planeta y de humanitarios, mercenarios, incipientes políticos, traductores. Tenía hasta un extraordinario librero, que protagonizó el libro de Åsne Seierstad El librero de Kabul. En los anaqueles de su tienda mostraba una interminable colección de ensayos sobre Afganistán, además de novelas en inglés y francés, que alguna vez pertenecieron a las bibliotecas de los centros culturales británicos y estadounidenses. David Jiménez, que como enviado de El Mundo fue uno de los reporteros españoles que se alojaron allí aquellos días, también ha ambientado en el Intercontinental su primera novela, El botones de Kabul.
A mediados de los años 2000, una compañía con sede en Dubai renovó el hotel y lo convirtió en un lujoso alojamiento. Pero no ha podido librarse de la violencia que campa a sus anchas en este país. Con el ataque de un grupo de talibanes en la noche del martes al miércoles, ha pasado a simbolizar hasta qué punto la paz sigue siendo una quimera en Afganistán, un país al que se le puede aplicar la misma frase que Michael Herr escribió sobre Vietnam: "Hace mucho tiempo que allí no había un país, sólo una guerra". Anoche volvió a las habitaciones del Intercontinental.
From EL PAÍS - Madrid - 29/06/2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.