jueves, 7 de abril de 2011

La tragedia italiana

Foto from noticias.terra.es

Italia vivió ayer una nueva jornada de luto democrático. Un día para la historia de la infamia europea. Un Parlamento no electo, sino comprado en las rebajas de Navidad y Primavera por el Sultán plurimputado, defendió con la actitud de una familia desahuciada la impunidad de su Rais y embistió con la excavadora contra el poder judicial abriendo así un conflicto de poderes que, en esencia, es solo la ofensiva final de la guerra lanzada por el dueño del país contra el último enemigo que se resiste a ser comprado, los fiscales insobornables de Milán.
Lo demás no existe ya como tal. Es suyo. Berlusconi se ha comprado Italia y el Vaticano. Su Curia. Su Parlamento. Su dignidad. Su futuro. Si se permite incluso ceder la explotación de la imagen del Coliseo a otro millonario que hace zapatos durante 15 años, cabe pensar que, como dijo Prodi al poco de caer, acabará siendo de todo menos Papa. Aunque pensándolo bien, quizá ese no sería un mal final para esta alucinante farsa.
La aprobación por un puñado de votos de una resolución que obliga a la Cámara a blindar al padrone reclamando al Tribunal Constitucional -tantas veces insultado y vejado- que envíe un proceso por delitos tan graves como abuso de poder y prostitución de menores a un fantasmal Tribunal de Ministros -al que por supuesto jamás llegaría la causa porque el Parlamento de títeres no osaría conceder el permiso-, es un hecho especialmente sangrante por el desprecio a la soberanía popular que dice defender.
Mientras las encuestas muestran desde hace meses que la mayoría de los ciudadanos quiere que su jefe de Gobierno dimita y sea procesado, este, controlando a su antojo el Parlamento a base de dinero, chantajes, pagos de hipotecas o promesas de cargos y prebendas, ordeña al poder legislativo y de hecho lo militariza no ya para defender una propuesta del Ejecutivo, ni una ley, porque el Ejecutivo es una caricatura que hace meses que ni gobierna ni hace leyes, sino para salvarse a sí mismo. 
Lo peor es que lo sucedido ayer en absoluto es una sorpresa. Lo que está detrás, latente, es un proyecto político, social y personal que no admite más lecturas que una: la toma del país sea como sea. La impunidad forzosa. El triunfo del dinero, de la corrupción, de la mentira y de la ilegalidad.
El día que los fiscales anunciaron el procesamiento de Berlusconi en el Caso Ruby, La Repubblica TV me hizo una breve entrevista preguntándome si pensaba que el juicio se celebraría. Me limité a decir que en el ADN de este hombre no figura la posibilidad de ser juzgado y condenado. La única razón de ser del Estado italiano del siglo XXI es garantizar la inmunidad del capo.
Con su actitud de príncipe medieval, de Calígula con una red de televisiones, Berlusconi ha convertido a la justicia en un trapo, a la política en una mercancía, a las mujeres en cuerpos sin cabeza, a la democracia en una parodia, a la separación de poderes en una entelequia, a las instituciones en un  patético remedo y a Italia, cuna del Derecho, en un Estado fallido e incapaz de respetar la ley.
Perpetrar violaciones de los derechos humanos, socavar los cimientos de la ilustración, mentir a sabiendas cada día, manipular la información, censurar y proscribir, ensuciar la imagen del país, fingirse un liberal y un estadista, convertir las elecciones en un televoto y utilizar medios y costumbres mafiosas para aferrarse al poder y aniquilar al adversario no es lo peor.
Lo más grave es que ese proyecto nihilista, que ha convertido a los ciudadanos en espectadores y a la oposición en un guiñapo, ha terminado arrastrando a la mayoría a asumir que la normalidad es esto. Como suele decir Giancarlo Santalmassi, es la familiaridad lo que convierte lo ilícito en lícito.      
La tragedia italiana, su caída en este abismo autoritario, la ciega propensión general a superarse cada día con nuevos dislates, todo eso anuncia un final muy doloroso. Esa agonía se despliega ya ante los ojos de Europa sin que nadie mueva un dedo, como si fuera una cosa imparable y lógica. Es solo una prueba más de que Europa tampoco existe. Y de que el futuro que nos espera a todos será, si cabe, mucho más feo que este presente intolerable.
Por: Miguel Mora from blogs.elpais.com 06/04/2011

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