Inminente, la derrota electoral de la familia que ha gobernado India desde 1947.
¿Qué revela de un hombre que sea incapaz de decidir si se deja o no la barba? ¿Qué indica que a veces aparezca rasurado, luego lleve algo de vello, después vuelva a afeitarse y, días más tarde, aparezca con una tupida barba oscura que, una vez más, desaparece?
No se trata de un muchacho cualquiera que parrandea con sus amigos o va de mochilero por Estados Unidos, sino de uno de los más prominentes miembros de la principal dinastía política de su país, a punto de cumplir 44 años, y fotografiado y filmado cada vez que se muestra en público.
Es Rahul Gandhi, heredero aparente del cargo de primer ministro de India. O al menos eso se pensó, hasta que fue evidente que no quería el empleo aunque luego trabajó con ahínco para alcanzarlo sin jamás confirmar sus ambiciones o intenciones.
¿Confundido? También los indios.
Si bien Gandhi ha recibido el espaldarazo de su madre y es celebrado por sus simpatizantes, los votantes indios lo rechazan, de manera que Rahul y su dinastía podían sufrir una colosal derrota en mayo, cuando se anuncien los resultados de las elecciones generales.
La barba que desaparece es muy reveladora, pues ilustra el dilema en que se encuentra ese político renuente, en términos de lo que es y quiere hacer como individuo, debido a que su familia ha dirigido el Partido del Congreso indio desde la independencia del país, en 1947 (excepto por un paréntesis de nueve años).
En ese período, el partido estuvo fuera del poder escasos 13 años y los Gandhi han aportado a la nación tres primeros ministros: Jawaharlal Nehru, quien condujo al país a la independencia; su hija, Indira Gandhi, asesinada por sus guardaespaldas sij; y el hijo de esta, Rajiv, asesinado en Sri Lanka por un bombardero suicida tamil, en 1991. Por si fueran pocas las tragedias familiares, Sanjay, hermano menor de Rajiv y uno de los principales actores en el antidemocrático y a veces brutal estado de emergencia declarado por Indira Gandhi en el período 1975-77, murió al estrellarse el avión ligero que pilotaba.
La dinastía Nehru-Gandhi ha permanecido en la cumbre del poder desde el fallecimiento de Rajiv, pues luego de unos años en la sombra, Sonia, su viuda, se convirtió en la presidenta del Congreso en 1998 y condujo al partido hacia las victorias electorales de 2004 y 2009. Hija de un constructor del norte de Italia, conoció a Rajiv en el restaurante de Cambridge, Inglaterra, donde trabajó mientras estudiaba en una de las escuelas de idiomas de la ciudad, y jamás mostró interés en la política hasta la muerte de su marido.
Hoy día, Sonia es reconocida como una política importante, aunque el respeto es atemperado por el temor de los nacionales ante su condición de extranjera. En 2011, se dijo que se había sometido a una operación de cáncer en el Centro Oncológico Memorial Sloan Kettering de Nueva York, mas la naturaleza de su padecimiento no ha sido confirmada.
Desde hace 10 años, Sonia ha liderado la coalición Alianza Progresista Unida de India tras ceder, astutamente, el cargo de primer ministro —que entonces había ganado— al anciano burócrata y economista Manmohan Singh (81 años), quien ha sido incapaz de ejercer su autoridad debido al control de la viuda y las maquiavélicas manipulaciones de sus compinches y aduladores.
Mas el gobierno que encabezaban se hizo cada vez más ineficaz y se vio plagado de escándalos de corrupción, diferencias al interior de la coalición y un crecimiento económico que, desplomándose casi 9 puntos porcentuales, quedó por debajo de 5 por ciento. Todo eso allanó el camino para Narendra Modi, controversial y vanidoso político que, al frente del partido nacional hinduista, Bharatiya Janata, podría ganar lo que empieza a semejar unas elecciones presidenciales.
El subcontinente indio está repleto de dinastías que poco han contribuido al bienestar o desarrollo nacional. En 2009, más de un tercio de los parlamentarios del Partido del Congreso habían ingresado en el ámbito político mediante un vínculo familiar —igual que dos terceras partes de los miembros del Parlamento de los demás partidos.
Las organizaciones políticas se benefician de las dinastías porque, igual que las estrellas de cine y deportes, los candidatos familiares son muy reconocibles y tienen pocas dificultades para “venderse” en enormes arenas políticas, como India. La marca Gandhi goza de reconocimiento instantáneo y se apoya en la conveniente asociación con Mahatma Gandhi, quien luchó por la independencia dirigiendo la campaña de manifestación pacífica, aunque ningún parentesco tuvo con la familia de políticos.
Indira Gandhi, de la familia Nehru, casó con Feroze Gandhy, quien cambió la ortografía de su apellido para asociar a la familia más estrechamente con Mahatma, decisión que todavía causa provechosas confusiones. Nadie sabe cuántos de los pobres que, instintivamente, votaron por el Partido del Congreso en anteriores elecciones generales, fundamentaron su decisión en la creencia de que los Gandhi son descendientes del Padre de la Patria, pero sin duda son muchos (los extranjeros que no conocen bien la historia de India, también suponen que existen vínculos familiares).
Tal es el mundo en que Rahul Gandhi debe incursionar, pues no puede escapar a su herencia y lo han situado en un pedestal público que él preferiría evitar, tal vez porque le recuerda los traumas sufridos por los magnicidios del pasado. En enero de 2013, durante la convención en que fue electo vicepresidente del partido, reveló que los guardaespaldas que asesinaron a su abuela le habían enseñado a jugar bádminton. “Eran mis amigos, y un día mataron a mi abuela... Sentí un dolor indescriptible. Mi padre estaba en Bengala y regresó. El hospital era oscuro, verde, sucio y una multitud gritaba en la entrada cuando llegué. Fue la primera vez en mi vida que vi llorar a mi padre y era el hombre más valiente que jamás conocí”. Rahul tenía 14 años.
Su madre, Sonia, es el puente dinástico entre el difunto padre y su hijo, y Manmohan Singh siempre ha dicho que se retirará tan pronto como Rahul decida ser primer ministro. En 2004, cuando fue electo al Parlamento por primera vez, Rahul parecía tener el potencial de su padre. Rajiv fue obligado por su madre, Indira, a entrar en la política y abandonar la carrera de piloto tras la muerte de Sanjay, su hermano, y así, en la década de 1980, aunque falto de experiencia política, Rajiv puso a India en el camino de las reformas económicas a largo plazo.
Siempre que sale de gira, Rahul Gandhi se muestra hábil para el intercambio informal. “Vengo como hijo, hermano y amigo. Las elecciones van y vienen, pero yo permanezco”, lo escuché decir en 2004, cuando visitó el tradicional distrito electoral de su familia, Amethi, población sucia y subdesarrollada del enorme estado de Uttar Pradesh, en el norte del país.
Se mostró relajado con las multitudes de aldeanos que vivían en la miseria y, no obstante, le escuchaban con avidez, creyendo que en realidad les importaba y los ayudaría. Y eso se debió no a que fuera joven y pareciera sincero, sino a que lucía y hablaba como su padre, quien fue el parlamentario de Amethi.
Para ellos, Rajiv había regresado luego de 13 años de su asesinato y la vida volvería a ser amable. Igual que los aldeanos, quedé impresionado por las semejanzas de Rahul con su padre. No solo su aspecto (de altura superior al promedio, expresivo, bien parecido, cabello corto y vestido con la tradicional kurta blanca que se arrugaba con el transcurso del caluroso día) ni que hable con la misma serenidad de su progenitor (suele intervenir brevemente en los mítines electorales porque todavía no domina los enardecedores discursos) sino que, como Rajiv, le embargan la pasión de servir a su país (rara característica en la política moderna) y el deseo de mejorar India.
Como confirmando que la política habría de ser su vida, me dijo: “Lo que más me motiva es la necesidad de combatir la intolerancia en India, la intolerancia que separa castas y clases... Me gustaría que, un día, todos se perciban como iguales. Que no solo las castas superiores se consideren iguales a las inferiores, sino que las inferiores también lo sientan... No sé cómo hablamos de democracia si no existe esa percepción de igualdad”.
Eso fue hace 10 años y no ha hecho mucho más, excepto tratar de reformar la organización de su partido. Los aldeanos de Amethi no sienten que esté trabajando para ayudarlos, y aunque sigue siendo su parlamentario, poco ha logrado desde 2004; por ello, su astuta y accesible hermana, Priyanka, se ha hecho cargo del distrito electoral. Rahul ha dicho y prometido más o menos las mismas cosas en las poblaciones que visita por todo el país, pero pocas veces o nunca regresa para ver qué se ha logrado.
En cierta ocasión fue a las colinas de Orissa, en el oriente del país, para reunirse con una aislada tribu amenazada por un proyecto de explotación de bauxita, y ofreció defender su caso. El proyecto se interrumpió, pero no debido a su visita. Un año después, Rahul montó su motocicleta a las 3:30 de la mañana y fue a toda velocidad a Gran Noida, ciudad satélite de Delhi, donde se sumó a los aldeanos en una “sentada” para protestar contra la venta de terrenos para desarrollos urbanos. Al parecer, cometió alguna violación y fue detenido unas horas, pero nada consiguió con ello.
Jamás se ha casado, pero ha tenido varias amigas y durante años, ha desaparecido frecuentemente del mapa —a veces, cuentan, con amigas indias, casi siempre en viajes al extranjeros e invariablemente en secreto—. Sin embargo, no ha podido conducir al partido a la victoria en las elecciones estatales y evitó la responsabilidad del cargo principal hasta el año pasado, cuando fue electo vicepresidente de la organización.
Desde entonces, se ha dedicado más a la política, pero sigue negándose a reconocer que será primer ministro en la eventualidad de que, pese a los pronósticos y las encuestas de opinión, el Partido del Congreso consiga ganar las elecciones. Aunque Rahul es el rostro más prominente, Sonia se puso al frente de la conferencia de prensa en que dieron a conocer el manifiesto partidista, a fin de que el mensaje político fuera más contundente de lo que habría sido con su hijo quien, no obstante, dirige la campaña electoral.
Durante el último año, Rahul ha divulgado sus ideas sobre los cambios que necesita el país, pero no utiliza los principios básicos de la política para dar credibilidad a sus palabras. Su objetivo, dijo en una reciente entrevista televisiva (la primera desde 2004) es modificar la estructura del sistema político, acabar con el gobierno de las dinastías, introducir una verdadera democracia en el Partido del Congreso, empoderar a mujeres y jóvenes, castigar a los corruptos y construir una industria manufacturera de importancia internacional.
Aunque la lista de deseos es en extremo atractiva, carece de sustancia y así, presionado por un entrevistador de televisión, Rahul, simplemente, se limitó a repetirla.
Ya antes había indicado que quería poner fin al régimen dinástico lo que, por supuesto, significa que sería el último del linaje Nehru Gandhi, aunque nunca lo ha dicho. Con todo, ha despertado demasiado tarde para salvar a su partido de lo que parece ser una derrota aplastante.
POR: John Elliott
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