martes, 15 de abril de 2014

¿Es bueno el exilio para el Obelisco?

 
 
Vuelve el debate sobre los expolios de que han sido objeto tesoros de países sometidos o colonizados. ¿Han de quedarse donde están?
 

Lo profundo es el aire, decía Jorge Guillén; es libre, le pertenece a todo el mundo, nadie lo puede robar, ni vender. Es inmaterial, pero es también la materia misma del arte, de la poesía y de la vida. Es un tesoro. Hay otros elementos inmateriales, que no se pueden trasladar ni comprar ni vender. La palabra, la conversación, lo que se dice para entretener o entretenerse con otros. En una plaza, por ejemplo. Eso es inmaterial, y es un tesoro. Y nadie lo puede robar. En el pasado, sin embargo, muchos tesoros materiales fueron expoliados y viven ahora en el exilio. ¿Deben volver a sus lugares de origen?
 
Comencemos por lo que no pesa y es bello. Un día el escritor Juan Goytisolo fue con uno de esos tesoros inmateriales al entonces director general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza (que estuvo en ese cargo entre 1987 y 1999). Goytisolo vive en Marrakech, y en esa aireada ciudad era testigo diario de un milagro, la plaza Jemaa el Fna. La Unesco concedía entonces declaraciones de patrimonio mundial a lugares bellísimos o singulares. Materiales. El novelista iba con una propuesta exótica: quería llamar la atención de la Unesco sobre la conveniencia de declarar esa plaza, donde desde hacía siglos la gente practicaba el arte de hablar, patrimonio inmaterial de la humanidad.
 
Goytisolo, apasionado amante de ese lugar, escribió sobre las características del arte inmaterial que se practica en la plaza: “La obligación de levantar la voz, argumentar, encontrar el tono justo, perfeccionar la expresión y forzar la mímica que captarán la atención del paseante o desencadenarán las risas de un modo irresistible: volteretas de clowns, ágiles saltimbanquis, tambores y bailes gnaoua, monos chillones, reclamos de los médicos y herboristas, brusca i
rrupción de las flautas y los tamboriles en el momento de pasar el platillo; inmovilizar, distraer, seducir a una masa eternamente disponible, atraerla poco a poco hacia un territorio preciso, distraerla del canto de las sirenas rivales, y arrancarle, por fin, el dirham resplandeciente que recompensa el virtuosismo, el vigor, la obstinación y el talento”.
 
Esa bella descripción es espejo de esa abigarrada belleza que Goytisolo le explicó a Mayor Zaragoza. Y éste inició un expediente que convirtió el deseo, y la pasión, de uno de los más ilustres visitantes de Jemaa el Fna en patrimonio inmaterial de la Humanidad. Alcanzó la plaza ese grado en 2001. Ese patrimonio, naturalmente, no está en peligro, y presumiblemente no lo estará nunca. Pero otras bellezas materiales del mundo han sido preservadas gracias a las sucesivas declaraciones de Patrimonio de la Humanidad dictadas por la Unesco desde los años. En siglos pasados los expolios privaron a grandes países (como Grecia o Egipto, pero también España y Portugal) de algunos tesoros “que forman parte de su alma”, como dice Milagros del Corral, que también fue funcionaria de la Unesco y directora de la Biblioteca Nacional de España.
 
Ahora la Unesco y la historia de las convenciones (como las que ha alcanzado la Unesco) hacen imposibles virtualmente esos saqueos, pero hay países (como Reino Unido o Francia) que tienen en sus calles o en sus museos el resultado de incursiones que buscaron dominación y rapiña. Napoleón se llevó de Egipto, por ejemplo, el famoso Obelisco que ahora es un emblema de París, y estos días se discute en Francia si es ahí donde debe estar o si ha de regresar al lugar en el que fue edificado hasta que se lo llevó la milicia francesa.
 
Mayor Zaragoza, Del Corral y otros expertos a los que les preguntamos sobre ese exilio forzoso del monumento egipcio y otros elementos fastuosos de la historia, como el Partenón que alberga el British Museum, estiman, en general, que ahora ya sería más tiempo de intercambio que de devoluciones. “Ahora yo estaría más preocupado”, dice el ex director general de la Unesco, “por salvaguardar los grandes parques nacionales, que están en peligro en muchos casos porque el neoliberalismo se está olvidando del medio ambiente”. Decía Nelson Mandela, evoca Mayor Zaragoza, “que se gobierna para la generación siguiente, y este expolio de los parques es una agresión a los que vienen”. En ese índice de preocupaciones cita también el intento de ir devaluando la mezquita de Córdoba, “que representa el esplendor del Islam y el esplendor del árabe y es, junto a la iglesia con la que convive, un símbolo extraordinario de la historia”.
 
En la posguerra europea la Unesco alcanzó un acuerdo internacional para que se devolvieran los botines tomados por los ejércitos en la contienda, previa investigación sobre las circunstancias del expolio. ¿Devolverle a Grecia lo que fue expoliado mucho tiempo atrás, o a Egipto lo que también le fue saqueado? Melina Mercouri, la actriz que fue ministra de Cultura griega, intentó que el British Museum devolviera el patrimonio que pertenecía a su país, “y algo logró”, dice Mayor Zaragoza, “pero tiene tanto Grecia que al lado de su riqueza inigualable significa poco lo que podría obtener” ¿Y el Obelisco, o las columnas de Luxor, deben volver a Egipto? “Se dice muchas veces, y se dice también: ¿qué embajada más potente puede tener Egipto en el mundo que esas piezas?”, añade.
 
Jorge Wagensberg, pensador y científico, exdirector de Cosmocaixa y director de la colección Metatemas de Tusquets, habla de la “tradición” de muchos museos que se declararon “más seguros” para mantener patrimonio foráneo que aquellos lugares de donde venían las obras de arte. En Grecia el Partenón estaba amenazado por un polvorín, por ejemplo, y el British Museum parecía un lugar más seguro. “Pero el mundo ha cambiado y la tendencia ahora es a que los objetos, si son artísticos, permanezcan allí de donde son originarios... Pero se conocen casos de robos flagrantes cuyos objetos no han sido devueltos. Por ejemplo, lo que robó Napoleón en Portugal, un gran patrimonio de especies provenientes del Amazonas que debería estar en el Museo de Historia Natural de Coimbra y persiste en París, adonde lo transportaron los soldados de Napoleón... Se han producido saqueos increíbles. Estuve en el Sáhara y tuve ocasión de ver grabados neolíticos de los que saqué copias en silicona... Los traficantes ya saquearon ese patrimonio y lo que queda son aquellas copias que hicimos nosotros”. Wagensberg señala la Dama de Elche, “que fue hallada en un campo de almendros en Levante y ahora está en el Museo Arqueológico de Madrid. Pero la gente pierde el contexto”. “Ahora bien”, dice el científico, “si se garantiza el estudio y la protección de todos los elementos de los monumentos, estos deben volver a su lugar de origen. Por ejemplo, Grecia puede garantizar muchos de los monumentos que le fueron saqueados, expoliados o robados...”.
 
El caso de la Dama de Elche o de la Dama de Baza (entre otros) arrastra el debate a España. ¿Deben volver a los lugares de donde vinieron? El director del Museo Arqueológico Nacional, Andrés Carretero, que custodia ambas piezas, hace una analogía: “Por esa regla de tres, ¿deben estar los velázquez del Prado en Sevilla? Por otra parte, ¿queremos un Museo Nacional de Arqueología o éste debe estar troceado en función de las procedencias? Todo depende, en estos casos, de decisiones políticas o administrativas, que se pueden modificar, pero esa es la pregunta: ¿no debemos tener un Museo Nacional? La Dama de Elche se vendió en su día, y por vericuetos de orden comercial terminó en este museo”. Ni este asunto ni otros le dan dolor de cabeza al director del Arqueológico, que ahora vive feliz los datos extraordinarios de asistencia de visitantes después de la restauración del museo. Es consciente de los debates internacionales sobre las devoluciones de obras de arte y sabe que “son complejas las legislaciones y las reclamaciones”, Y añade: “Hay que plantearse si es necesario reescribir la historia. Devolver todo a esos países que reclaman lo que estuvo en su suelo genera una enorme complejidad”.
 
Vicente Todolí, que fue director de la Tate Modern y ahora promueve museos en Europa, llama la atención sobre los monumentos que fueron extraídos de su contexto; “al ser instalados en otro lugar, demediados o incompletos, pierden su razón de ser. En el caso de la Dama de Elche no hay contexto; si fuera posible hacer excavaciones en el lugar donde fue encontrada, si fuera posible hacerle una especie de geografía propia, entonces tendría sentido devolverla... Lo que se puede hacer, con éste y con otros casos, es prestar las obras o los monumentos, devolverlos ocasionalmente, hacerlos vivir allí de donde son”. Hay que ir caso por caso, dice Todolí, “en este momento en el mundo no se puede generalizar, ni es bueno ni es justo, como ocurre con todas las generalizaciones. Por ejemplo, los obeliscos egipcios, ¿qué hacen devolviendo uno si hay más allí de donde proceden? Hay que tener en cuenta también cómo llegaron a otros países esas obras de arte. ¿Fueron consecuencia de una guerra, de un robo, de un saqueo militar, de un expolio de cualquier tipo? Y luego aplicar las legislaciones vigentes. Y, por cierto, el sentido común. El arte y la cultura han de ser promovidos por acuerdos y consensos, si no se perdería creatividad y los países serían tan planos como su cultura”.
 
Algo parecido dice Mayor Zaragoza. Cuando llegó a la Unesco estudió este fenómeno de los expolios. “Lo primero que observé es que la humanidad ha de vivir en armonía y concordia, y ha de preservar aquello que hace más bella la vida. La Unesco había promovido, en 1972, la declaración de lugares patrimonio de la Humanidad. Después Melina Mercouri, una gran mujer, promovió en México que además de esos patrimonios materiales de la Humanidad hubiera declaraciones de patrimonio cultural. Luego vino la declaración del paisaje como patrimonio de la humanidad, y finalmente surgió la idea de los patrimonios inmateriales, entre los cuales fue providencial la intuición del novelista Goytisolo”.
 
Esa especie de cordón cultural y paisajístico ha convertido a la Unesco, a partir de varias decisiones o convenios, en la vigilante universal de esa armonía a la que aspira. “Y lo más importante que se ha conseguido, en este trayecto, es el logro de un patrimonio mixto, que mezcle lo cultural y lo natural; por ejemplo, ahora debería estar en ese apartado el paisaje extraordinario de Las Alpujarras, en Granada, un conjunto de pueblos fantásticos colgados de Sierra Nevada”.
 
España también colonizó. “Y con leyenda negra y todo construyó en los países en los que se asentaron sus descubridores. No ocurrió lo mismo, como se sabe, con Napoleón y otros colonizadores. Napoleón se llevó de Egipto, de Portugal, de España... Y no dejó nada por donde pasó... Es cierto que los españoles saquearon el oro, las minas, pero dejó conjuntos urbanos, edificios, que son maravillas de Quito, de partes de México, de Cartagena de Indias, de tantos países y lugares...”.
 
Volvemos al Obelisco, como símbolo de los expolios. ¿Se debe devolver? Milagros del Corral sostiene que “lo del Obelisco no es nuevo. Egipto y Roma tienen tanto que reclamar, por ejemplo... Pero han pasado tantos años que ahora sería mejor llegar a acuerdos de intercambios de piezas que devolver a sus sitios originarios monumentos que ya parecen de las calles o los lugares en los que están implantados..., como si, en el caso del Obelisco, fuera patrimonio de Francia”.
 
Y hablando de Napoleón, recuerda la exdirectora de la Biblioteca Nacional, “él fue el experto número uno en bienes culturales, porque allí donde puso el ojo se llevó de lo mejor. Mire lo que sucedió en su invasión española. Uno de sus militares de grado medio se llevó, en medio del incendio de la biblioteca, un códice del Monasterio de Alcántara. Le llamó la atención el manuscrito y se lo llevó a París. Y ese códice contenía un tesoro: las recetas que habían ido elaborando los monjes con aquello que más les gustaba de todo lo que habían ido probando en sus investigaciones culinarias, a las que se dedicaban con tanto interés. Lo salado y lo dulce, en todo investigaban. Eso fue lo que se llevó el militar napoleónico”. ¿Y qué había en ese recetario? “Ah, había verdaderas delicias que hoy forman parte del recetario francés. Allí estaba, por ejemplo, el modo en que había que preparar el hígado de las aves. ¡Vete a decirles ahora a los franceses que fueron los monjes de Alcántara los que inventaron el foie gras! Mucho de lo que ahora forma parte del patrimonio culinario francés procede de ese librito”.
 
La historia del expolio internacional es tan grande como la historia misma, y cuenta con esos elementos, entre las cuales están el Obelisco o el códice del que nace la cocina francesa, según esa curiosa historia que cuenta Milagros del Corral. Ella, por cierto, fue la que, en función de su cargo, fue a recoger a Australia un mapa valiosísimo que un falso investigador arrancó de la Biblioteca Nacional... tan fácil de transportar como aquel códice que ahora parece tan inmaterial como el aire pero que simbolizó en su momento la avidez de los que creían que todo aquello que se podían llevar en el bolsillo era tan libre como el aire de Jemaa el Fna.


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