Lo que sí parece claro es que, cuando las ratas emiten ese ultrasonido, se lo están pasando bien, lo cual las convierte en unos estupendos bancos de pruebas para nuevos medicamentos antidepresivos.
Una vez pregunté a un biólogo y divulgador si los animales (entiéndase los demás animales) tienen sentido del humor. Dudó un poco y luego admitió no tener la menor idea. Lo que sí sabía, porque había escrito al respecto, es que los animales se ríen, al menos los grandes simios, y que la risa sirve para aliviar el dolor.
La duda se me quedó ahí incrustada. ¿Se imagina a un chimpancé haciendo el payaso con el único objeto de que otro chimpancé se ría? No me parecía totalmente descabellado.
Esta semana el tema me volvió a la mente por un artículo publicado en la web Slate. Lo escriben a cuatro manos Peter McGraw, que dirige el Laboratorio de Investigación del Humor de la Universidad de Colorado (sí, la Universidad de Colorado tiene un Laboratorio del Humor) y el escritor de comedia Joel Warner.
Los autores se preguntan exactamente lo mismo que le pregunté yo al biólogo: ¿tienen sentido del humor los animales? Y responden que sí, que es muy probable que lo tengan. Al fin y al cabo, señalan, experimentos recientes han demostrado que los perros diferencian situaciones “justas” de las “injustas” y que las abejas pueden ser entrenadas para tener “comportamientos pesimistas”. Eso, dirás, está bastante lejos de la capacidad para hacer comedia. Y ciertamente lo está. Pero hay más.
Ultrasonidos de diversión
El artículo destaca la labor de Jeffrey Burgdorf, profesor de ingeniería biomédica, que invierte parte de su horario laboral en hacer cosquillas a ratas. Las cosquillas provocan que los roedores emitan una onda ultrasónica, que resulta ser la misma que emiten cuando juegan entre ellos. La risa de la rata, así lo ha llamado algún medio de comunicación, aunque el científico, con razón, se apresura a aclarar que él nunca ha dicho tal cosa.
Lo que sí parece claro es que, cuando las ratas emiten ese ultrasonido, se lo están pasando bien, lo cual las convierte en unos estupendos bancos de pruebas para nuevos medicamentos antidepresivos. De hecho, es la industria farmacéutica quien paga a Burgdorf por hacer cosquillas a roedores.
El artículo de Slate me dejó igual que estaba, así que seguí investigando un poco y llegué a otro texto, de hace un par de años, publicado por Daily Mail. No se trata de un artículo científico, sino una crítica literaria. La de un libro titulado “Why animals matter?” (en España: “El bienestar animal importa”) de la bióloga experta en comportamiento animal Marian Stamp Dawkins (sin parentesco con Richard, hasta donde he podido averiguar). Lo cierto es que el texto no dice una sola palabra sobre humor (malditos titulares capciosos), pero me sirvió para descubrir una entrevista que Punset hizo a la autora en Redes.
Tampoco ahí se menciona el humor, pero, a cambio, se plantea una clave importante acerca de todo esto. Stamp Dawkins insiste en la idea de lo equivocado que resulta aplicar juicios antropomórficos a nuestra relación con los animales. En otras palabras: nos empeñamos en creer que lo que es bueno para nosotros es bueno para los animales. Y no es así.
Pienso de nuevo en mi pregunta inicial, ¿tienen sentido del humor los animales?, y sospecho que Stamp Dawkins tiene razón en lo que dice. Me encantaría leer que alguien, en Ohio, en Colorado o donde sea, ha descubierto que los animales hacen chistes entre ellos. Que las cebras fingen caerse solo para echar unas risas. Que los cocodrilos se hacen muecas para llevar un poco mejor el lunes por la mañana. Ciertamente, es una estupidez. Al menos yo no me he pasado la vida haciendo cosquillas a ratas.
José A. Pérez 07.04.2014
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