LA IDEA QUE DESTROZA LAS RELACIONES
No debemos ceder a chantajes en los que nuestra pareja nos exija determinada información personal.
Desvelar la contraseña no es una prueba de amor.
¿El secreto para un matrimonio feliz? Compartir tu cuenta de correo electrónico con tu pareja. Así de ufano se mostraba el Daily Mail en un artículo en el que celebraba la decisión de la actriz Cate Blanchett de manejar las cuentas de internet de su marido como un atajo a la felicidad marital. Al fin y al cabo, arguye la publicación, 16 años de matrimonio deben ocultar unas cuantas enseñanzas sobre el manejo de la privacidad de los miembros de la pareja.
“Trabajamos juntos y es una manera de sincronizar nuestras vidas”, argumentaba la actriz, que ganaría un Oscar poco después por su papel en Blue Jasmine de Woody Allen. “Así puedo ver en lo que anda. No es que no confíe en él”, se defendía Blanchett. De esa manera, equiparaba lo que algunos considerarían como falta de privacidad con la confianza. Si no tienes nada que ocultar, no hay problema en que pueda conocer tus contraseñas o el contenido de tus mensajes.
Sin embargo, la cosa no es tan sencilla. Si bien es cierto que cada pareja debe ser la que negocie los límites de su relación y llegue a un acuerdo sobre la información que se comparta (no sólo por lo que no quieres que se sepa, sino también por lo que prefieres no saber), los desencuentros amorosos pueden convertir lo que hasta entonces se consideraba como una señal de confianza en un calvario.
“La idea de que hay que compartir todo está destrozando las relaciones”, recuerda Ángeles Sanz Yaque, psicóloga clínica y especialista en el área de problemas de pareja del Centro de Terapia de Conducta de Madrid. “Hay que compartir únicamente lo que sea importante para la relación” y, en especial, gozar de la madurez emocional suficiente para acordar con la pareja aquello que debe saberse y lo que no, “sin chantajes ni presiones”.
Contraseñas y mensajes
La tecnología ha empujado al centro de debate a nuestras cuentas de correo, nuestros mensajes de móvil o de mensajería instantánea u otras formas de comunicación que hasta hace tan sólo unos años estaban limitadas a las llamadas telefónicas.
¿Conocer las contraseñas y tener accesos a los mensajes de cada uno es un signo de confianza o, precisamente, denota todo lo contrario? ¿Deberíamos revisar los mensajes de nuestra pareja como una forma de control? “Forma parte de la individualidad de cada uno”, recuerda Sanz, por lo que tan sólo en caso de que se desee compartir dicha información debe darse el paso.
Esto resulta particularmente peliagudo en el caso de que la pareja sea adolescente. En muchas ocasiones, conocer la contraseña de la cuenta de correo (o de una red social) de la media naranja parece el paso decisivo en una relación. Sin embargo, como recuerda Sanz, “no es una prueba de amor”. Lo importante es, según la psicóloga, “no estandarizar normas” y que sea cada cual quien decida qué compartir con su pareja sin ninguna clase de coerción externa.
El pin de la tarjeta de crédito
Una información semejante a la presentada en el anterior punto, pero a la que diferencia un importante matiz. En dicho caso, el conocimiento o no de la contraseña depende, ante todo, del régimen económico que haya decidido seguir la pareja y que puede permitir la utilización de la tarjeta de crédito por parte de la otra persona.
Vida amorosa previa
Hay verdades que duelen. O que, aunque no duelan, puede sentar un peligroso precedente en la relación de pareja. La información sobre nuestra vida amorosa previa, así como la forma que teníamos de experimentar nuestras relaciones o aquello que estuvimos dispuestos a hacer con anteriores parejas es la más sensible que puede poseer la pareja, recuerda Sanz, puesto que establece un marco de comparación para posteriores relaciones.
Sanz apuesta por confesar “generalidades, pero ahorrarse los detalles”. Ello evitará tanto que la pareja se lleve a engaño pensando que su relación no es tan importante como las previas –al fin y al cabo, cada nueva relación marca sus propias reglas, y la gente cambia con el tiempo– como que se echen en cara dichas diferencias como una señal de falta de compromiso.
La historia familiar
Los antecedentes familiares pueden suponer un importante escollo en una relación, sobre todo a la hora de cruzar acusaciones. La sabiduría popular recuerda, con razón, que mientras cada cual tiene permiso para criticar a su propia familia (o, en un menor grado, amigos), resulta inapropiado hacer lo propio con los parientes ajenos, por mucho que se esgriman los mismos argumentos.
“Aunque yo comprenda que quizá mi padre fue un cerdo con mi madre, que tú lo eches en cara va a generar un problema”, recuerda la psicóloga. Por eso, recomienda tener cuidado con la información sobre el pasado de la familia que queramos compartir con nuestra pareja.
Fantasías sexuales
De igual manera que la revolución sexual ha permitido que se pueda hablar con mucha más franqueza y sinceridad de aquello que más nos excita o que preferimos hacer entre las sábanas, existen ciertas preferencias que aún siguen siendo tabú. Hay “apetencias, deseos o fantasías” que, como explica Sanz, no se van a llevar a la práctica y que aun así pueden pasar por la cabeza de alguno de los miembros de la pareja cuya comunicación quizá podría suponer un problema.
Los daños emocionales
Con este concepto, la psicóloga se refiere a todos esos daños que pueden haberse causado fuera de la relación, causados en el trabajo, por otros amigos o por antiguas relaciones, y que aun así pueden interferir en nuestra vida amorosa. En dicho caso, al igual que ocurría con las parejas previas, es el nivel de profundidad con lo que hay que tener cuidado, así como la finalidad con la que se realice dicha confesión.
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