el deseo y la necesidad
“La primera vez que leí El péndulo de Foucault, me llamó muchísimo la atención un pasaje en el que Jacopo Belbo dice algo así como 'en las épocas en que uno tiene ganas de enamorarse, tiene que tener mucho cuidado con quien se cruza'. Marta es abogada, tiene 32 años y es una de esas raras personas que cuando se habla de amor contestan con claridad meridiana. “Si el amor responde, como parecen creer muchos, a la necesidad de cubrir una carencia o un vacío, entonces tu capacidad de filtrar será inversamente proporcional al tamaño de tu vacío”, comenta. “Si realmente necesitas que te quieran o que te cuiden o tienes una urgencia imperativa de verter tu afecto sobre alguien, entonces el 'quién' pasa a ser secundario, ¿no?”. Como un elefante en una cacharrería, entra en el poco tocado tema del amor como necesidad. ¿Natural o creada?
Elena, periodista en paro después de una carrera larga cercenada por la crisis, afirma que ella sí ha sentido esa “necesidad”. Soltera, considera que, en ciertas épocas, la urgencia por “querer” se convierte en un imperativo cruel: “Me ha hecho cometer muchas tonterías, la verdad”, comenta. “Yo lo llamo Amor a quemarropa, por la película ¿La recuerdas? En inglés se llamaba True Romance ("Romance verdadero"), pero creo que la traducción española, aunque sea inexacta, es más adecuada: un tarado solitario con un trabajo basura y una prostituta joven y desesperada se conocen y tras el primer polvo se enamoran. Se podría confundir con un amor a primera vista, pero lo cierto es que son dos personas que necesitan urgentemente enamorarse y lo hacen del primero que les muestra un poco de comprensión en un mundo jodido”.
Mario, odontólogo de 50 años, el tercero que vence sus reticencias para hablar del tema, es el vértice desencantado del asunto. Para él, “es como lo que decía Burroughs de la droga: que no se le vendía la droga al yonqui, sino que se vendía el yonqui a la droga. A nuestra generación se nos ha vendido al amor. El sexo se ha normalizado y se encuentra, pero el amor –al menos el que nos han contado– nos falta, y si no se tiene, se ve como un fallo, se simula y se dice que se tiene. Es casi un símbolo de éxito, por lo escaso. Y normalmente es falso”.
Una necesidad de origen desconocido
Luego, la pregunta es: ¿se siente a menudo algo que no es amor, sino una necesidad imperiosa de enamorarse? ¿De dónde proviene esa necesidad? ¿Es biológica o social? ¿Innata o creada, o ambas cosas?
Los expertos disienten. Esteban Cañamares, psicólogo clínico y sexólogo, opina que, en efecto, sentimos esa necesidad. “Pasa lo mismo con la necesidad de los embarazos en mujeres de cierta edad”, explica: “a la presión biológica propia de la especie se le une la presión cultural y social”. Por su parte Miguel Hierro, psicólogo y Mediador Familiar que trabaja para la Asociación Efecto Familia, considera que “esa sensación es una realidad. La relación social y personal es parte inherente al ser humano y necesaria para su normal desarrollo. Igual que si no bebemos, tenemos sed, si no nos relacionamos, tenemos soledad. El enamoramiento es un tipo de relación social, probablemente la más íntima e intensa”. Reconoce, sin embargo, que el amor puede, en cierto modo, “forzarse” durante la búsqueda: “las personas en ocasiones forzamos el enamoramiento y lo alcanzamos. Del mismo modo, podemos tratar de influir en otras personas para que se enamoren de nosotros”.
Estamos, pues, no ante un destino puro, sino ante un elemento que es, en parte creado. No pocos historiadores de lo social y lo cultural, de hecho, radican el nacimiento de lo que consideramos “amor romántico” en el siglo XII, y atribuyen la codificación de sus maneras al arte trovadoresco occitano y su idea del amor cortés. “Las convenciones siguen siendo las mismas que aquellas”, comenta Elena, “pero la realidad no, claro. Se busca aún ese molde, con el problema añadido de que no estamos en el siglo XII, para bien o para mal”. Y así, surgen nuevas preguntas complicadas: ¿Podemos considerar el amor como una diferencia evolutiva entre nosotros y el resto de animales? ¿Hemos inventado el amor, o al menos el amor romántico?
“Tengo el sueño”, reconoce Esteban Cañamares, "de algún día hablar con Arsuaga, el investigador de Atapuerca, para saber su opinión sobre si el Homo Antecesor daba síntomas de tener relaciones románticas. Seguramente es algo propio de nuestra especie, sí, y seguramente esto es así porque somos tan vulnerables al nacer que necesitamos lazos fuertes entre los padres para que nos den estabilidad durante un largo número de años. Por eso también nuestra especie tiene relaciones sexuales durante todo el año, pues así tendemos a mantenernos en pareja más tiempo”. Miguel Hierro, por su parte, niega que sea una construcción cultural o inventada: “hay un proceso fisiológico y emocional que lo sustenta: el amor está identificado en todas las culturas”.
Consecuencias, adicciones
En todo caso, la necesidad puede ser negativa, como reconoce Cañamares, “si nos precipitamos y nos emparejamos con una persona que no es la que realmente nos haga feliz, la que cuadre con nuestras necesidades psicológicas, casi todas inconscientes”. El rastro de esas necesidades inconscientes ha sido devastador en el pasado para Mario: “tengo una larga lista de relaciones que no funcionaron. Primero iba mi urgencia por enamorarme, sólo una vez metido hasta el cuello analizaba a la persona para darme cuenta de que no coincidía en nada con lo que yo necesitaba en realidad, a nivel práctico”. Para él “lo del amor a primera vista es una de las grandes mentiras de nuestra cultura, y mueve mucha pasta”.
Ante la posibilidad de que ese "amor a primera vista" pueda ser un “disfraz” psicológico que justifique las decisiones que tomamos bajo esa "urgencia" de enamorarnos, los psicólogos dudan. “A veces sí”, estima Cañamares, “pero otras el enamoramiento, la captación inconsciente de que esta persona que acabo de conocer es la que necesito se da de verdad de forma muy rápida”. “Puede ser”, considera Hierro, “aunque me gustaría no ser muy tajante ni a favor ni en contra: las personas somos distintas y nos enamoramos de maneras distintas... Hay personas que requieren de mucho contacto, mucha confianza, mucho conocimiento y seguridad para enamorarse. Otras sólo requieren de un impulso”.
Mario, tras todos esas decepciones que se achaca a sí mismo, ha optado por una especie de soledad autoinfligida. “No puedo dejar de pensar que el amor existe, pero no quiero inventármelo de la nada. Me niego a la fantasía sin sustancia”. Es la elección de la soledad, y en su caso está siendo larga: cinco años sin pareja, aunque lejos de “la adicción sentimental”. Y es que, como reconoce Hierro (aunque niega Cañamares): “el proceso de enamoramiento, en los primeros meses, es cercano a la disociación. Implica una percepción de la realidad muy sesgada y genera impulsos difícilmente justificables más allá del amor. Así mismo, genera procesos cognitivos y neuronales parecidos a los que provocan algunas drogas. Hay cierto paralelismo, aunque el amor es un funcionamiento normal del organismo”. Sobre la soledad elegida, Elena aporta: “Incluso en el caso de que te lo tomes con calma para no meter la pata, lo cierto es que siempre se ve como que ‘has tirado la toalla’, sobre todo en el caso de las mujeres. Es decir, se plantea como una derrota”.
Para Hierro, la opción es lícita: “Si bien la conducta ‘habitual’ de las personas pasa por enamorarse y establecer (o intentar establecer) una relación en torno a ese amor, también pienso que una persona puede descartar establecer relaciones estables e incluso tratar de evitar enamorarse y mantener unos hábitos de vida saludables”.
De qué hablamos cuando hablamos de amor
“Uno de los problemas clave”, cierra Marta mientras apura un té, “es que recibes un manual para ser feliz que, por puro conservadurismo emocional, te insta a prescindir de cualquier cosa que pueda introducir el desequilibrio en tu vida. Lo que pasa es que la mayor parte de las cosas que pueden complicarte la vida o desequilibrarte suelen ser los principales motores de la supervivencia, las mismas cosas que tienen la capacidad de hacer que vivir parezca valioso o incluso, simplemente, apetecible. No tenemos una educación sentimental y eso puede llegar a hacerse bastante cuesta arriba. En ese esquema, el amor apasionado no tiene mucha cabida, así que se venden todo tipo de sucedáneos”.
“Además”, reflexiona, “es complicado obtener una respuesta clara porque se tropieza con dos incógnitas esenciales: ¿existe el amor? y ¿qué es el amor? Creo que dudar de su existencia es como dudar de la existencia del Triángulo de las Bermudas: uno puede negar los efectos misteriosos que se le atribuyen, pero… ¡está en el mapa! Pruebas de su existencia hay en todas partes: todos hemos visto a gente perder los papeles superados por la intensidad del sentimiento amoroso. Eso me hace pensar que la cuestión es, en realidad, una cuestión terminológica que remite a la segunda pregunta: ¿qué es el amor? No conseguimos ponernos de acuerdo sobre si existe sencillamente porque cuando hablamos de 'amor', estamos hablando de cosas distintas. Es como la pregunta de si los perros son peligrosos: es de esperar que la respuesta varíe según si el interrogado esté visualizando un doberman o si lo que está viendo es un pekinés".
"Para un amigo mío es ‘como la gripe, que se coge en la calle, se pasa en la cama y se cura solo’, para otra amiga es ‘lo único que te hace ser feliz y, a la vez, ser mejor’. Me dicen también, que el amor es un coctel químico comprobado y que es perecedero. O que es plasmación de la necesidad humana de trascender. O que es un antídoto para el vacío existencial. O un mecanismo de evasión. O una institución necesaria de equilibrio social. O… de todo, en realidad. Parece que, con toda probabilidad, determinamos en gran medida nuestras vidas por la creencia de que estamos compartiendo un sentimiento con alguien que, en realidad, tiene una idea totalmente distinta del mismo sentimiento”. Luego sonríe, mira de frente y concluye: “Parece, por lo que he visto, que la única pregunta clave que necesitamos que nos contesten negativamente antes de saltar de cabeza a una piscina llena de corazones, es: ‘pero… ¿tú me vas a poner los cuernos?’”.
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