Corrían los primeros compases del chavismo sin Hugo Chávez cuando a los venezolanos les plantearon un dilema sin precedentes: “¿Ustedes quieren patria o papel toilette?”
Quien puso al país en semejante brete fue ni más ni menos que el ministro de Exteriores, Elías Jaua, quien durante un acto de entrega de créditos en junio pasado le explicaba al líder opositor Henrique Capriles cómo digerir su malestar y sus críticas sobre el creciente desabastecimiento. “Puede agarrar su rollo de papel toilette este burguesito y se lo mete por donde mejor le quepa, porque acá sí tenemos patria bolivariana, revolucionaria, socialista", gritaba indignado. “La patria no se mide en un supermercado”, concluyó, jaleado por la fiel concurrencia.
Diez meses después, si el canciller quisiera formular esa misma pregunta, necesitaría una oración mucho más larga. Algo así como ¿qué prefieren: arroz, aceite, margarina, mayonesa, café, habichuelas, carne de res, pollo, queso blanco o patria? También podría incluir medicinas, automóviles y pasajes de avión entre la lista de grandes ausentes, así como repuestos, materias primas y bienes intermedios de todo tipo que están golpeando con fuerza a la esmirriada industria nacional. Detrás de todo, los dólares. O más bien, su tenaz ausencia. El desabastecimiento es el síndrome de abstinencia de una nación adicta a las importaciones que sólo puede pagar a costa de la ingente renta petrolera.
El Gobierno asegura que son problemas puntuales de flujo de caja para ajustar el control de cambio y acusa a los empresarios de especular, acaparar y contrabandear la mercancía en una “guerra económica” contra la revolución. La oposición replica que los controles de precios, de divisas y de ganancias inspirados en el socialismo primitivo están llevando a la quiebra al país con mayores reservas mundiales de crudo.
El Gobierno asegura que son problemas puntuales de flujo de caja para ajustar el control de cambio y acusa a los empresarios de especular, acaparar y contrabandear la mercancía en una “guerra económica” contra la revolución. La oposición replica que los controles de precios, de divisas y de ganancias inspirados en el socialismo primitivo están llevando a la quiebra al país con mayores reservas mundiales de crudo.
Mientras los analistas tratan de calibrar el riesgo de que las protestas -que ya se han cobrado más de 30 vidas- prendan un enfrentamiento civil a gran escala, los venezolanos hace tiempo que son testigos de auténticos “episodios guerracivilistas” en la cola del súper. Improvisados maratones por la harina, filas kilométricas por el azúcar, estampidas por el pollo o peleas a sopapo limpio por la leche son escenas esperpénticas en los mercados de Venezuela que dejaron de ser novedad hace tiempo.
“Dios mío, a lo que hemos llegado”, sentenciaba quejumbrosa una señora que grababa hace unos días una trifulca épica ante un camión que vendía botes de leche en polvo.
Racionar la realidad
Las colas se han instalado de forma permanente en el paisaje venezolano. Mientras los disturbios políticos siguen focalizados en ciertas zonas, el desabastecimiento ha permeado todo el país y todas las clases sociales, con especial inquina en los más pobres que acuden a las redes de distribución subsidiadas por el Estado. Los sufridos consumidores se quejan de los madrugonazos, las horas de sol, la tensa espera con la incertidumbre de si estará el producto que buscan. Salir a comprar a veces parece un acto de fe.
La imagen de estantes vacíos, frigoríficos pelados y carteles de “no hay” adornan desde hace meses los supermercados públicos y privados. Muchos establecimientos limitan el número de unidades que pueden comprar los usuarios en los rubros más codiciados. Cada vez son más frecuentes el desvío y los robos de ciertos alimentos, que luego los comerciantes informales revenden en la calle 10 veces más caros que el precio regulado.
Ante semejante panorama, el Gobierno va a implementar la tarjeta de “abastecimiento seguro” para limitar los días y cantidades de compra en la red pública de alimentación y evitar las bochornosas escenas de avalanchas y reyertas por la comida. Para sus críticos, la tarjeta no es más que un mal circunloquio para decir “cartilla de racionamiento”, un paso decisivo hacia la temida “cubanización” de la economía.
Políticamente tiene sentido para manejar la situación. El Gobierno necesita ganar tiempo mientras llegan las importaciones masivas de alimentos y arranca el nuevo esquema cambiario que oxigenará la circulación de divisas y la actividad económica. No pocos analistas ven las bombas lacrimógenas lanzadas indiscriminadamente contra las manifestaciones como una literal cortina de humo para ocultar problemas más graves. Se trata de administrar ausencias.
“La escasez -ausencia total de producto- puede generar una rebelión que ponga en aprietos al poder, mientras que el desabastecimiento -ausencia parcial- genera que la gente se habitúe. No estás tan preocupado porque no hay leche, sino por cómo conseguirla. No sales a la calle a tumbar un Gobierno, sino a tratar de hacer mercado”, cuenta a El Confidencial Luis Vicente León, director de la encuestadora Datanálisis, en una entrevista telefónica.
El simbólico papel “doble capa”
La dicotomía “patria versus papel higiénico”, además de sorna, tiene miga, pues resume el fondo de la crisis económica venezolana. Avanzar a toda costa en el modelo de planificación centralizada con el que el chavismo promete proteger a los más necesitados o desmontar los férreos controles que asfixian al sector privado y por extensión a todo el país, como reclaman sus adversarios.
El papel higiénico se convirtió en protagonista en mayo del año pasado, cuando el Gobierno anunció que importaría 50 millones de rollos adicionales de emergencia para “saturar” el mercado y combatir la “campaña mediática” sobre la escasez. Este tragicómico episodio nos dio un inesperado vistazo a la vida íntima del país, como la noticia de que los venezolanos usan 125 millones de rollos al mes -algo más de un rollo por persona a la semana-. Pero ni la compra masiva, que se diluyó como sal en agua, ni la ocupación militar de una planta de papel sanitario para garantizar su plena productividad, ni la restricción de compra en los puntos de venta han servido para paliar la zozobra en los excusados de Venezuela.
Para el oficialismo esa carencia no es sino una virtud de la revolución, como terció el presidente del Instituto Nacional de Estadística al explicar que las políticas sociales de redistribución de renta implementadas por el chavismo mejoraron el nivel de consumo de la mayoría pobre de la población. “Definitivamente la gente está comiendo más” y por tanto, se va más al baño. Las compras nerviosas promovidas por la “prensa fascista” y la mala fe de los “empresarios burgueses” completan la fatal ecuación para los dirigentes socialistas.
Como suele suceder, en los sondeos de opinión los venezolanos están menos divididos que en los titulares de la prensa y la mayoría coincide en culpar tanto al Gobierno como al sector privado. No les faltan razones. Los empresarios -opositores y chavistas- llevan años lucrándose en el nido de corrupción en el que se ha convertido el sistema cambiario. Tan sólo en 2012, al menos 20.000 millones de dólares fueron a parar a empresas fantasma, un tercio del total asignado a tipo preferencial. Mientras, la pesada burocracia militarizada hace que miles de toneladas de alimentos y medicinas se pierdan cada año en los puertos sin que a nadie le duela. El desabastecimiento de valores y ética en la elite política y empresarial es el grillete que ancla al país en el subdesarrollo desde hace décadas.
Problemas para conseguir el 50% de las medicinas
En febrero, el Banco Central de Venezuela decidió no publicar el dato de desabastecimiento general que suele acompañar al susto mensual de la inflación (que el mes pasado superó el 57% interanual). Así sería la cifra, tras el récord del 30% registrado el mes anterior.
Un estudio titulado Mistery shopping de la firma privada Datanálisis estimó que la ausencia de productos regulados alcanzó casi el 50%, es decir, que el consumidor sólo podía obtener un promedio de 9 de los 18 productos de primera necesidad analizados en el estudio. En algunos casos, como el azúcar, la leche en polvo o la harina precocinada de maíz, la ausencia supera el 80%.
El desabastecimiento no solo es alimenticio. La semana pasada, el presidente de la Federación Farmacéutica Venezolana, Freddy Ceballos, alertó de que hay problemas para conseguir el 50% de las medicinas, incluyendo remedios para la diabetes, la hipertensión, problemas del sistema nervioso, enfermedades cardiovasculares y oncológicas. En los hospitales escasean gasas, jeringas, máscaras, guantes quirúrgicos. “Tenemos suministros para mes y medio”, aseguran desde el Colegio de Enfermeras de Caracas. La enfermedad es ahora un enorme problema logístico.
La falta de insumos se están propagando por otros sectores de la economía con virulencia, como las ensambladoras de automóviles, y podría volverse fatal si sigue afectando a industrias intermedias. La semana pasada, empresas Polar, la mayor compañía privada del país y principal productora de alimentos, anunció la paralización de una de sus fábricas de latas para cervezas y refrescos por falta de materia prima. Mientras los cirujanos plásticos también aseguran que escasean los implantes mamarios.
“¿Sin caña y sin lolas? Ahora sí va a caer el Gobierno”, afirmó un usuario de Twitter, haciéndose eco de la extendida profecía popular que apunta a que el noveno consumidor mundial de cerveza puede aguantar todo, menos una abstemia forzosa.
El papel de la prensa
Pero no toda escasez tiene motivos económicos. La prensa privada forcejea desde hace meses con la ausencia de divisas para importar papel. Al menos nueve periódicos del interior del país se han visto obligados a parar las rotativas, según la ONG Espacio Público, y muchos otros han adelgazado sus ediciones a extremos anoréxicos.
El caso de El Nacional, uno de los más antichavistas y de mayor difusión nacional, es significativo. Redujo su volumen casi a la mitad y rebajó su tirada a 85.000 ejemplares desde casi 250.000 (un 65%) para evitar el cierre técnico. El director del diario, Miguel Henrique Otero, aseveró que les estaban negando las divisas sin justificación alguna y que su empresa “no está pidiendo un regalo, ni un favor. Está reclamando un derecho”. Al menos media docena más de rotativos privados han tenido que reducir su paginación y otros avisan del inminente fin de sus existencias. En un gesto sin precedentes, la Asociación Colombiana de Editores de Diarios y Medios ha ofrecido a sus pares venezolanos enviarles papel para hacer frente a la contingencia. Tiritas para una severa hemorragia que amenaza con desangrar el periodismo local.
El gremio denuncia que está siendo sometido a una lenta muerte por asfixia para controlar la información escrita, el último bastión informativo de la oposición tras la neutralización de las voces críticas en televisión y radio. El oficialismo asegura que las empresas periodísticas especularon con las divisas otorgadas para el papel y ahora deben hacer frente a su irresponsabilidad.
“¡Que compren su papel, el Gobierno no les debe nada!”, clamó encendido Diosdado Cabello, presidente del Parlamento venezolano y jefe del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). “Son parásitos y mutan, se transforman, toda la vida vivieron del Estado y ustedes, periodistas, son asalariados de esos dueños", apostilló el segundo hombre fuerte del chavismo.
El otro papel es fumado
Los fumetas venezolanos están pasando su propio viacrucis de desabastecimiento. Y este no es económico, ni político; es legal e ideológico. El Gobierno de Maduro ha prohibido terminantemente la venta de artículos relacionados con el consumo de marihuana, como los papeles de arroz, las pipas y cachimbas. “(Sentirán) todo el peso de la ley”, prometió el ministro del Interior, el general Rodríguez Torres, a los que ofrezcan artículos para fumar droga, escandalizado porque se vendían en puestos “al aire libre” e incluso “papeles con olores para camuflar”. Ante semejante amenaza, el papel de fumar se ha esfumado.
“Ellos nunca ven dónde está el problema, creen que si moderan las novelas se acaba la violencia, creen que si prohíben las pipas la gente va a dejar de fumar, y mientras tanto hay fusiles de asalto y granadas en las calles”, criticaba un comentarista en un foro digital sobre una noticia que ha indignado a muchos en un país donde nueve de cada 10 asesinatos quedan impunes.
Aunque no lo parezca, esta es la escasez más peligrosa para el Gobierno. No porque los consumidores de marihuana vayan a salir en masa, iracundos, a tumbar a Maduro, sino porque expone una preocupante ausencia de nuevas ideas y enfoques alternativos en el alto mando de la revolución para lidiar con los problemas del país. Los viejos y los nuevos.
Cuando las protestas se agravaron, el presidente venezolano prohibió las manifestaciones “espontáneas” -de eso hace cinco semanas-. Cuando la cobertura de algunos canales internacionales fue demasiado negativa, los prohibió en la parrilla de cable. Ante el alza de los precios, prohibió a los comerciantes subir los márgenes de ganancia y para bajar la criminalidad, prohibió a las motos circular de noche. Existe incluso una ley que contempla la posibilidad de prohibir los tatuajes en manos, cara, cuello, genitales, manos y antebrazos.
La prohibición como acto reflejo para gobernar es el síntoma de mayor debilidad del chavismo, que cada día se parece más a los gobiernos pasados que tanto criticó, cada vez con más leyes y menos soluciones.
“En muchos países están estudiando y dando apertura al consumo legal de la marihuana, tanto para su uso medicinal como recreativo. Pero en Venezuela sólo nos dedicamos a prohibir; parece que es muy divertido”, ironizó amargamente el popular portal de ocio Rumbacaracas.com en una nota significativamente titulada Olvídate de las pipas y ‘rolling papers’... pero tenemos patria.
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