Es la forma básica de interacción en las redes sociales. Un click en “me gusta” (“favorito” en su versión para Twitter) y listo. Ya estamos ahí, participando. Una indicación que tiene distintos significados: desde “qué gracioso” hasta “comprendo tu argumento aunque no lo suficiente como para compartirlo” pasando por un simple ”leído".
En cualquier caso, no hay duda de que se trata de una forma sencilla y práctica de recabar opiniones: ¿te gusta o no te gusta? Facebook dio justo en la diana al implementar este botón, y es uno de sus desarrollos que, en uno u otro estilo, cientos de páginas han copiado.
Pero no fue a Zuckerberg al primero que se le ocurrió poner al alcance de los usuarios un sistema de voto tan simple y universal. Hubo otra propuesta similar antes, mucho antes. Concretamente en 1934, y asociada al que era entonces el principal medio de comunicación de masas: la radio.
Radiovoter: vota a través de la radio
En los años 30, el ingeniero Nevil Monroe Hopkins trabajaba en un dispositivo que pudiese enviar feedback inmediato a las emisoras de radio. Lo bautizó como radiovoter, y se trataba de una pequeña caja que se acoplaba a la radio y que constaba de tres botones: Presente, Sí y No.
Con su invento, Hopkins imaginaba un mundo en el que las emisiones fuesen una vía de comunicación bidireccional: que los oyentes pudiesen decir si les gustaba o no una canción, o incluso comunicarse con los políticos que diesen discursos radiofónicos. Como objetivo último, pensaba que su invento podría utilizarse como una innovadora forma de democracia directa.
“Llegará un día en el que el presidente de los Estados Unidos se coloque ante un micrófono, haga una pregunta sobre políticas públicas a los ciudadanos que le escuchan por la radio y obtenga una respuesta inmediata expresada por millones de personas”, recogía el diario Laurens Sun del día 10 de junio de 1937, según cuenta Matt Novak en Gizmodo.
Señales eléctricas agregadas
El radiovoter funcionaba enviando señales eléctricas. Cuando se quería pedir opinión a los oyentes, el locutor daba instrucciones para que pulsaran el botón de “Presente”, logrando así hacer recuento de cuántas personas estaban al aparato. Después, pedía a los que estuviesen de acuerdo con lo preguntado (“¿les ha gustado el programa de hoy?”, por ejemplo), que pulsasen el botón de “Sí”, y a continuación a los inconformes que pulsasen el botón “No”.
Cada pulsación encendía una resistencia o bombilla, aumentando el consumo eléctrico en el hogar de forma repentina y momentánea. Era una subida pequeña a nivel individual pero más intensa cuantos más usuarios participasen. Las señales se recogían en las centrales eléctricas, que elaboraban un gráfico con tres picos. El primero medía a los presentes, el segundo a los conformes y el tercero a los disconformes. Visto hoy, el sistema parece rudimentario, y lo era, pero supuso un auténtico intento por medir las opiniones del público.
De hecho, Hopkins ideó también un modelo anti tramposos. Puesto que el sistema medía los picos de consumo eléctrico, era posible manipular los resultados por ejemplo accionando todas las lámparas de una casa. Unos cuantos oyentes compinchados podían trucar las gráficas. Así que creó un Radiovoter que automáticamente registraba la señal en diferido, a las tres o cuatro de la mañana, con la idea de que fuese más evidente si alguien hacía trampas.
Lento y fácilmente distorsionable
El invento causó cierto revuelo y levantó las expectativas de muchos. Se esperaba que en poco tiempo todas las radios llevasen un radiovoter incorporado. No ocuparía más que una cajetilla de tabaco y su coste sería de alrededor de un dólar. Hopkins desarrolló incluso un modelo de mano, más parecido a una varita que a una caja, pensado para repartirse entre el público en las sesiones de cine para que votasen sobre la calidad de las películas exhibidas.
Pero el radiovoter nunca cuajó del todo, principalmente porque no era un sistema muy preciso, estaba lleno de interferencias (el consumo eléctrico podía subir y bajar por muchos otros motivos) y además era bastante lento. Podían pasar hasta siete horas desde que se hacía la pregunta desde la emisora hasta que se recibían los resultados de la votación.
Décadas después, sin embargo, el sueño de Hopkins de crear un canal directo de expresión de las opiniones se ha cumplido. Hoy todos tenemos a mano una forma de decir si nos gusta o no casi cualquier cosa. Claro que para que esto se aplique a cuestiones como las decisiones políticas (o simplemente para lograr que los políticos escuchen estas opiniones) aún queda camino por recorrer.
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