jueves, 5 de septiembre de 2013

Europa, capital Berlín

 
 
La crisis de la deuda en Grecia ha acelerado el traspaso de poder de Bruselas a Alemania. El rigor fiscal de Merkel es aceptado a regañadientes en la UE.
 
 
Cuando Helmut Kohl aun disfrutaba del honor de ser el padre de la reunificación alemana y se preparaba para mudar su oficina desde la aburrida Bonn a la nueva capital, tuvo una premonición histórica que sorprendió a varios vecinos europeos. En el marco de una sobria ceremonia realizada en un terreno baldío que debía albergar la nueva sede del Gobierno, Kohl prometió que el nuevo edificio sería modesto y que reflejaría la renovada autoestima de la nueva nación.
 
“Cuando este edificio esté terminado, Berlín estará en el centro se Europa y no al margen”, sentenció el legendario ex canciller germano en una fría mañana de febrero de 1997, “Esta zona simboliza un nuevo comienzo en la historia reciente de Alemania”, añadió, sin sospechar que su profecía se convertiría en realidad pocos años después y que el ansiado teléfono de Europa, cuyo número pedía con insistencia el ex secretario de Estado Henry Kissinger, en la década de los setenta, terminaría sonando en Berlín.
 
Kohl, sin embargo, sucumbió a la megalomanía y ordenó al arquitecto del nuevo edificio trazar unos planos que reflejaran la grandeza y el poderío de la nueva nación. “Es una equivocación monumental. Es el fin de la modestia”, advirtió el Frankfurter Allgemeine Zeitung, cuando la nueva sede del Gobierno abrió sus puertas. “Lo que molesta no es su tamaño, es su grandiosidad”.
 
A pesar de la grandiosidad del edificio, Berlín evitó caer en la tentación de ser una capital imperial y, a causa de la crisis del euro, terminó convirtiéndose en un centro de poder donde se diseñan las estrategias que son aplicadas en el resto de Europa.
 
“Berlín es la capital informal de Europa donde suena el teléfono de Europa, que exigía Henry Kissinger cuando era Secretario de Estado y esta es una realidad aceptada en Estados Unidos, China, pero también en Europa”, dice el sociólogo Ullrich Beck, al admitir el nuevo poder que emana desde la capital alemana.
 
“Existe un clamor en el mundo financiero europeo para que Alemania asuma un rol de liderazgo”, admite un diplomático europeo, al recordar que Alemania, gracias a su poderío económico, su rigidez a la hora de poner en orden sus finanzas y a una irreprochable conducta política que le ha dado estabilidad y progreso al país, debería asumir el liderazgo en las obras finales de la construcción de la casa común europea.
 
El nuevo rol de liderazgo alemán que emana de Berlín no sorprende al profesor Beck, ni tampoco a su colega italiano, Angelo Bolaffi, quien cometió el sacrilegio de admitir como “deseable” la hegemonía alemana en el continente. “Alemania no solo es fuerte y, por lo tanto, inevitablemente actor principal en Europa, sino que es positivo que así sea”, señala el filósofo y escritor en su nuevo libro Corazón alemán-El modelo Alemania, Italia y la crisis europea. “Berlín es la capital mundial de la segunda y moderna sociedad civil post industrial”.
 
“Mi colega Bolaffi no es el único intelectual europeo que admite como positiva la hegemonía alemana”, señala el sociólogo Ullrich Beck. “Thimothy Garton Ash también está a favor de un nuevo liderazgo germano. Pero no se trata de un poder imperial, sino de un poder blando, que tiene que ver con cultura, identidad y desarrollo de lo moderno. Tampoco hay que olvidar que el modelo económico que ofrece Alemania es muy atractivo para los demás países europeos”.
 
El poder que emana de Berlín y la famosa receta alemana de imponer un severo rigor fiscal a sus socios ha sido aceptado a regañadientes por los socios europeos, pero también ha provocado un justificado temor de que la Alemania europea que prometía Helmut Kohl, al hacer suya la famosa frase de Thomas Mann, termine degenerando en una Europa alemana.
 
Esta idea cobró una peligrosa actualidad cuando Volker Kauder, el jefe del grupo parlamentario democratacristiano, en el marco de un congreso de su partido, la gubernamental CDU, dijo que Europa volvía a hablar alemán. “No de palabra, sino mediante la aceptación de los instrumentos por los que Angela Merkel lleva luchando con éxito tanto tiempo. Alemania seguirá siendo el motor de Europa”, exclamó Kauder, ante el delirio de los delegados del congreso.
 
La arrogancia de Kauder tiene raíces sólidas. ¿Tendrá Grecia que abandonar el euro?. La última palabra la tiene Berlín y, si mañana renace la discusión sobre una quita de la deuda, el debate principal tendrá lugar en el Bundestag y no en el Parlamento Europeo. “El traspaso de poder de Bruselas a Berlín se aceleró con la crisis del euro”, afirma Ullrich Beck. “Alemania es el país más rico y más poderoso de desde el punto de vista económico de toda Europa. En el marco de la actual crisis, todo los países deudores dependen de que los alemanes estén dispuestos a avalar los créditos necesarios”.
 
Hace dos décadas, cuando el mundo europeo estaba en orden, el discurso oficial alemán era diferente. Helmut Kohl, por ejemplo, después de celebrar la histórica unificación del país en 1990, decía en privado que él se inclinaba hasta dos o tres veces, si era necesario, ante la bandera francesa. El ex ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, más irónico, defendió la tesis de que Alemania debía llevar las riendas de Europa sin que nadie se diera cuenta. Todo cambió cuando estalló la crisis de la deuda en Grecia, en mayo de 2010, cuando la canciller Angela Merkel hizo valer los intereses de Alemania y se olvidó de la razón de Estado que defendieron todos sus antecesores en el cargo y que señalaba que en caso de duda, Alemania debía inclinarse por la unidad del continente.

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