El terremoto vital puede acabar con la vida erótica del más pintado. Hablamos con expertos para descubrir como sobrevivir a la depresión, y su anulación de la libido, sin enterrar al sexo.
Si para algo sirven las depresiones es para constatar que Murphy era un científico insuficientemente reconocido por la historia, al que algún día le llegará su gloria universal, ya que todas y cada una de sus leyes se cumplen siempre a rajatabla. Al comienzo de este tornado emocional los amigos, faltando a veces a la verdad pero con muy buenas intenciones, tratan de hacernos ver la botella medio llena con frases ya célebres como: “no hay mal que cien años dure”, “la gente te quiere y te tiene en cuenta”, “siempre hay una luz al final del túnel” y hasta con el más escéptico “toquemos madera”. Pero es entonces cuando constatamos una por una las famosas leyes de este sabio: “nada es nunca tan malo como para que no pueda empeorar”, “nadie te escucha hasta que te equivocas”, “la luz al final del túnel es la del tren que viene de frente” y “cuando quieres tocar madera descubres, de repente, que vivimos en un mundo de aluminio y plástico”.
En este trayecto cuesta abajo y sin frenos todo se derrumba a nuestro alrededor. En el trabajo dejan de darnos asuntos importantes, los conocidos y los falsos amigos desaparecen del mapa bajo otro erróneo y subliminal concepto que cataloga a esta enfermedad como contagiosa, y cuando solo nos queda la pareja, como amarre al que agarrarnos, comienzan entonces los problemas sexuales. Cuando uno ha tocado fondo no tiene muchas ganas de pensar en el sexo y, para echar más leña al fuego, la medicina que le recetan para ver el mundo, si no de color de rosa, sí en tonos violeta, es pacata y puritana y no para hasta aniquilar totalmente nuestros instintos más bajos.
Pilar, 37 años, convive desde hace uno y medio con una pareja depresiva. Las nulas ganas de su novio y el hecho de que los antidepresivos que está tomando le dificulten la erección hacen que el sexo sea ya un recuerdo de juventud, mientras Pilar se siente en la apoteosis de su vida erótica y quiere explorarla más a fondo. El drama está servido. “Conozco su situación y trato de ser comprensiva”, comenta ella, “pero me cuesta entender que ni siquiera él quiera ya acariciarme, tocarme o hacerme alguna cosa. El sexo no se limita a la penetración. Hay un montón de practicas que se pueden hacer para satisfacer al otro. Cuando en la pareja deja de haber relaciones sexuales empiezan las peleas y los conflictos. Yo creo que estas sirven también como válvula de escape para mantener la armonía y si esta se rompe, la relación puede acabar”.
A la consulta del sexólogo Santiago Frago, codirector del Instituto Amaltea, centro especializado en sexología, en Zaragoza, llegan pacientes con el mismo problema que Pilar. “los enfermos de depresión tiene el handicap de que esta enfermedad aún no se la llega a creer todo el mundo”, comenta Frago, “si uno vive con un paciente de cáncer o cualquier otra patología grave, se entiende perfectamente que la vida sexual de esa persona quede anulada durante el proceso de curación, pero cuando se están tomando antidepresivos, como no hay síntomas externos aparte de la tristeza o la desgana, hay menos tolerancia respecto a estos enfermos. Muchos incluso pueden tacharlos de “flojos” o de tener “mucha tontería”. El hombre vive peor la depresión que la mujer. Primero porque es menos resistente al dolor, tanto físico como emocional, y segundo porque muchos antidepresivos pueden provocar problemas de erección, lo que supone un duro golpe a su masculinidad”.
La plaga del siglo XXI –se cree que el 20% de la población mundial sufrirá en algún momento de su vida una depresión– crece con el desaforado ritmo de vida y las crecientes presiones laborales y económicas. “Una depresión bien tratada no debe durar más de un mes o mes y medio”, comenta José Antonio López Rodríguez, psiquiatra con consulta en Madrid y vicepresidente de la Asociación Española de Psiquiatría Privada, “lo que ocurre es que se mantiene la medicación durante más tiempo –entre seis meses y año y medio, si es la primera vez– por eso buscamos en los fármacos eficacia y sobre todo tolerancia, ya que habrá que convivir con ellos durante algún tiempo. En este campo se ha avanzado mucho. La mayor parte de los antidepresivos que hoy se recetan son los conocidos como inhibidores de la recaptación de la serotonina, que no provocan tantos efectos secundarios como sus antepasados –sequedad de boca, estreñimiento, mareos, aumento de peso, hipotensión, hipertensión ocular, nerviosismo…– pero el precio que hay que pagar es que todos disminuyen considerablemente la libido. La depresión en si ya provoca una falta de deseo, que no hace sino agravar la toma de antidepresivos. Existen fármacos que no afectan a la sexualidad, son los que actúan sobre la melatonina, la dopamina y la adrenalina, pero se recetan menos porque tiene más efectos adversos”.
Aunque las estadísticas dicen que las mujeres nos deprimimos más que los hombres, en lo tocante a la sexualidad esta enfermedad nos trata algo mejor que a los varones: mina igualmente nuestro deseo, nos provoca anorgasmia y sequedad vaginal, pero si dejamos de ver el orgasmo como la única meta del sexo y utilizamos un buen lubricante, nada nos impide seguir activas. Muchas lo hacen incluso sin ganas, para satisfacer a sus parejas. En el caso del hombre, la cosa es ya más grave. “La única solución posible al problema de la disfunción eréctil provocada por los antidepresivos es cambiar de fármacos, aunque no siempre es posible y además tienen más contraindicaciones”, asegura el psiquiatra López Rodríguez, “otra solución es recetar Viagra para favorecer la erección, aunque esto no aumentará el deseo. Existen también pacientes que tratan de curarse prescindiendo de las pastillas, con psicoterapia cognitiva-conductual, que es la más indicada para la depresión, pero lleva más tiempo y solo la aconsejo en casos muy leves. Lo ideal es combinar el tratamiento farmacológico con este tipo de terapia –que acelera mucho el proceso de curación– y un cambio en los hábitos de vida”.
¿Qué ocurre cuando una lleva en dique seco varios meses, debido a que su pareja está pasando una depresión, y al volver a casa del trabajo encuentra que “el desganado” está viendo vídeos porno por internet o haciéndoselo el solito en el baño? ¡PARA ESO SI QUE TIENES GANASSSSSS! Se oye en varios kilómetros a la redonda. “Es bastante normal este comportamiento”, explica el sexólogo Santiago Frago, “la mujer cuando pierde el deseo lo pierde totalmente y no tiene ganas de nada, ni con ella misma. El hombre, sin embargo, suele recurrir a la pornografía porque piensa que así aumentarán sus ganas, o a intentar masturbarse porque es un acto privado, sin testigos, en el que si fracasa nadie puede echárselo en cara”.
“Cada vez llegan más pacientes a la consulta con este problema: cómo salvar la vida sexual cuando un miembro de la pareja sufre una depresión”, reconoce Frago, “lo que no es fácil porque hay muchos obstáculos por medio, la medicación que elimina el deseo casi totalmente, la incomprensión que todavía hay hacia esta enfermedad, la poca disposición –sobre todo por parte del hombre– a acudir a un sexólogo o terapeuta… Yo siempre aconsejo que aunque no se tengan ganas hay que hacerlas y propiciar el encuentro piel a piel, aunque sea de forma diferente y con otro tipo de resultados. Explorar otros juegos, recurrir a juguetes eróticos, atreverse a hacer realidad las fantasías y rediseñar la vida sexual. Las mujeres deben montarse más fiestas privadas y explorar más el autoerotismo. Algunos experimentan con los tríos, sin hablar ya de algunos que se atreven con el intercambio de parejas. He visto casos en los que la depresión fue el detonante para solucionar problemas casi crónicos y explorar otras sexualidades”.
Ana, 54, pasó por una depresión hace 15 años y además de todo el dolor, la recuerda como la lección más importante de su vida. Un aprendizaje muy duro, pero impagable, “es como cuando demuelen un edificio y cae en cuestión de segundos. Toda tu vida ha desaparecido y tienes que constituir otra. Ahora recuerdo cosas casi con cariño y, sobre todo, con mucho humor. Hay una anécdota que siempre cuento de esa época: íbamos algún fin de semana a la casa de mi pareja, en el campo, y él me tuvo que levantar una tienda de campaña en el dormitorio porque yo veía bichos por todas partes y esa era la única forma de que pudiera dormir”.
Si seguimos la famosa ecuación que formulaba el personaje interpretado por Alan Alda en Crímenes y pecados (1989) de Woody Allen, “humor= tragedia + tiempo”, veremos que, por una sola vez, Murphy se equivocó y “no hay mal que por bien no venga”.
En este trayecto cuesta abajo y sin frenos todo se derrumba a nuestro alrededor. En el trabajo dejan de darnos asuntos importantes, los conocidos y los falsos amigos desaparecen del mapa bajo otro erróneo y subliminal concepto que cataloga a esta enfermedad como contagiosa, y cuando solo nos queda la pareja, como amarre al que agarrarnos, comienzan entonces los problemas sexuales. Cuando uno ha tocado fondo no tiene muchas ganas de pensar en el sexo y, para echar más leña al fuego, la medicina que le recetan para ver el mundo, si no de color de rosa, sí en tonos violeta, es pacata y puritana y no para hasta aniquilar totalmente nuestros instintos más bajos.
Pilar, 37 años, convive desde hace uno y medio con una pareja depresiva. Las nulas ganas de su novio y el hecho de que los antidepresivos que está tomando le dificulten la erección hacen que el sexo sea ya un recuerdo de juventud, mientras Pilar se siente en la apoteosis de su vida erótica y quiere explorarla más a fondo. El drama está servido. “Conozco su situación y trato de ser comprensiva”, comenta ella, “pero me cuesta entender que ni siquiera él quiera ya acariciarme, tocarme o hacerme alguna cosa. El sexo no se limita a la penetración. Hay un montón de practicas que se pueden hacer para satisfacer al otro. Cuando en la pareja deja de haber relaciones sexuales empiezan las peleas y los conflictos. Yo creo que estas sirven también como válvula de escape para mantener la armonía y si esta se rompe, la relación puede acabar”.
A la consulta del sexólogo Santiago Frago, codirector del Instituto Amaltea, centro especializado en sexología, en Zaragoza, llegan pacientes con el mismo problema que Pilar. “los enfermos de depresión tiene el handicap de que esta enfermedad aún no se la llega a creer todo el mundo”, comenta Frago, “si uno vive con un paciente de cáncer o cualquier otra patología grave, se entiende perfectamente que la vida sexual de esa persona quede anulada durante el proceso de curación, pero cuando se están tomando antidepresivos, como no hay síntomas externos aparte de la tristeza o la desgana, hay menos tolerancia respecto a estos enfermos. Muchos incluso pueden tacharlos de “flojos” o de tener “mucha tontería”. El hombre vive peor la depresión que la mujer. Primero porque es menos resistente al dolor, tanto físico como emocional, y segundo porque muchos antidepresivos pueden provocar problemas de erección, lo que supone un duro golpe a su masculinidad”.
La plaga del siglo XXI –se cree que el 20% de la población mundial sufrirá en algún momento de su vida una depresión– crece con el desaforado ritmo de vida y las crecientes presiones laborales y económicas. “Una depresión bien tratada no debe durar más de un mes o mes y medio”, comenta José Antonio López Rodríguez, psiquiatra con consulta en Madrid y vicepresidente de la Asociación Española de Psiquiatría Privada, “lo que ocurre es que se mantiene la medicación durante más tiempo –entre seis meses y año y medio, si es la primera vez– por eso buscamos en los fármacos eficacia y sobre todo tolerancia, ya que habrá que convivir con ellos durante algún tiempo. En este campo se ha avanzado mucho. La mayor parte de los antidepresivos que hoy se recetan son los conocidos como inhibidores de la recaptación de la serotonina, que no provocan tantos efectos secundarios como sus antepasados –sequedad de boca, estreñimiento, mareos, aumento de peso, hipotensión, hipertensión ocular, nerviosismo…– pero el precio que hay que pagar es que todos disminuyen considerablemente la libido. La depresión en si ya provoca una falta de deseo, que no hace sino agravar la toma de antidepresivos. Existen fármacos que no afectan a la sexualidad, son los que actúan sobre la melatonina, la dopamina y la adrenalina, pero se recetan menos porque tiene más efectos adversos”.
Aunque las estadísticas dicen que las mujeres nos deprimimos más que los hombres, en lo tocante a la sexualidad esta enfermedad nos trata algo mejor que a los varones: mina igualmente nuestro deseo, nos provoca anorgasmia y sequedad vaginal, pero si dejamos de ver el orgasmo como la única meta del sexo y utilizamos un buen lubricante, nada nos impide seguir activas. Muchas lo hacen incluso sin ganas, para satisfacer a sus parejas. En el caso del hombre, la cosa es ya más grave. “La única solución posible al problema de la disfunción eréctil provocada por los antidepresivos es cambiar de fármacos, aunque no siempre es posible y además tienen más contraindicaciones”, asegura el psiquiatra López Rodríguez, “otra solución es recetar Viagra para favorecer la erección, aunque esto no aumentará el deseo. Existen también pacientes que tratan de curarse prescindiendo de las pastillas, con psicoterapia cognitiva-conductual, que es la más indicada para la depresión, pero lleva más tiempo y solo la aconsejo en casos muy leves. Lo ideal es combinar el tratamiento farmacológico con este tipo de terapia –que acelera mucho el proceso de curación– y un cambio en los hábitos de vida”.
¿Qué ocurre cuando una lleva en dique seco varios meses, debido a que su pareja está pasando una depresión, y al volver a casa del trabajo encuentra que “el desganado” está viendo vídeos porno por internet o haciéndoselo el solito en el baño? ¡PARA ESO SI QUE TIENES GANASSSSSS! Se oye en varios kilómetros a la redonda. “Es bastante normal este comportamiento”, explica el sexólogo Santiago Frago, “la mujer cuando pierde el deseo lo pierde totalmente y no tiene ganas de nada, ni con ella misma. El hombre, sin embargo, suele recurrir a la pornografía porque piensa que así aumentarán sus ganas, o a intentar masturbarse porque es un acto privado, sin testigos, en el que si fracasa nadie puede echárselo en cara”.
“Cada vez llegan más pacientes a la consulta con este problema: cómo salvar la vida sexual cuando un miembro de la pareja sufre una depresión”, reconoce Frago, “lo que no es fácil porque hay muchos obstáculos por medio, la medicación que elimina el deseo casi totalmente, la incomprensión que todavía hay hacia esta enfermedad, la poca disposición –sobre todo por parte del hombre– a acudir a un sexólogo o terapeuta… Yo siempre aconsejo que aunque no se tengan ganas hay que hacerlas y propiciar el encuentro piel a piel, aunque sea de forma diferente y con otro tipo de resultados. Explorar otros juegos, recurrir a juguetes eróticos, atreverse a hacer realidad las fantasías y rediseñar la vida sexual. Las mujeres deben montarse más fiestas privadas y explorar más el autoerotismo. Algunos experimentan con los tríos, sin hablar ya de algunos que se atreven con el intercambio de parejas. He visto casos en los que la depresión fue el detonante para solucionar problemas casi crónicos y explorar otras sexualidades”.
Ana, 54, pasó por una depresión hace 15 años y además de todo el dolor, la recuerda como la lección más importante de su vida. Un aprendizaje muy duro, pero impagable, “es como cuando demuelen un edificio y cae en cuestión de segundos. Toda tu vida ha desaparecido y tienes que constituir otra. Ahora recuerdo cosas casi con cariño y, sobre todo, con mucho humor. Hay una anécdota que siempre cuento de esa época: íbamos algún fin de semana a la casa de mi pareja, en el campo, y él me tuvo que levantar una tienda de campaña en el dormitorio porque yo veía bichos por todas partes y esa era la única forma de que pudiera dormir”.
Si seguimos la famosa ecuación que formulaba el personaje interpretado por Alan Alda en Crímenes y pecados (1989) de Woody Allen, “humor= tragedia + tiempo”, veremos que, por una sola vez, Murphy se equivocó y “no hay mal que por bien no venga”.
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