domingo, 22 de septiembre de 2013

¿Por qué consumimos comida chatarra cuando estamos estresados?

 
 
 
El panteón de la ciencia incluye individuos que han hecho enormes contribuciones a la salud humana, como Pasteur y Salk. Un pedestal en ese templo le espera al científico que resuelva el siguiente misterio: ¿por qué comemos comida chatarra cuando sentimos que nadie nos ama?
 
No es una pregunta tonta. En varios países hay problemas de obesidad y de diabetes tipo 2 en adultos. El hecho de que comamos cuando en realidad no tenemos hambre contribuye mucho a esta situación.
 
 
Entonces ¿por qué lo hacemos? Puede ser porque todos alrededor están comiendo. O porque la publicidad de comida pueden ser muy persuasivas. O porque queremos que el anfitrión de una fiesta caiga en bancarrota si nos comemos todos sus snacks.
 
Uno de los ejemplos mejor entendidos de alimentación no nutritiva es el hecho de que el estrés suele hacernos comer más. Tiene sentido psicológicamente, porque la gente más propensa a comer por estrés son los que restringen de forma más activa el consumo de alimentos el resto del tiempo: cuando surgen los problemas y necesitan consentirse a sí mismos, comiendo es cómo se relajan. Prefieren consumir grasas y carbohidratos. Si el jefe es un cretino, ¿por qué no volverse loco con los chocolates?
 
Pero no podemos relacionar estos hábitos sólo con las complejidades de la psiquis humana, porque no sólo los humanos los exhiben. Si una rata de laboratorio se estresa al, digamos, colocar en su jaula una rata desconocida, comerá más y mostrará una preferencia más fuerte por opciones de más grasas y carbohidratos que lo habitual.
 
Que este fenómeno se observe en muchas especies tiene sentido evolutivo. Para el 99% de los animales, el estrés involucra un importante despliegue de energía cuando, por ejemplo, corren para salvar sus vidas. Luego, el cuerpo estimula el apetito, en especial de caloría de alta densidad, para reabastecer reservas energéticas agotadas. Pero nosotros los humanos, inteligentes y neuróticos, activamos una y otra vez la respuesta al estrés para motivos puramente psicológicos, lo que coloca a nuestros cuerpos repetidamente en el modo de reabastecimiento.
 
Los científicos están comenzando a entender cómo funciona este deseo por la comida chatarra relacionado al estrés. La tensión aumenta la liberación de "opioides endógenos" en algunas partes del cerebro. Estos neurotransmisores se parecen a los opiatos en su estructura y propiedades adictivas (y los opiatos funcionan al estimular los receptores que evolucionaron al responder a los opioides del cerebro). Esto ayuda a que la comida chatarra tenga propiedades muy reconfortantes en dichos momentos.
 
El estrés también activa el sistema "endocanabinoide" en el cerebro. Sí, hay una clase de químicos en el cerebro que se parecen al ingrediente del cannabis que relaciona la marihuana con tener un antojo. Y el estrés activa otro químico del cerebro llamado neuropéptido y que puede estimular el deseo de comer grasas y azúcar.
 
El mecanismo fundamental para explicar este efecto del estrés es que la comida que reconforta es, bueno, reconfortante. Como demostró por primera vez Mary Dallman y sus colegas de la Universidad de California en San Francisco, al trabajar con ratas de laboratorio, las grasas y los carbohidratos estimulan los sistemas de recompensas en el cerebro, y por lo tanto, desactivan la respuesta hormonal del cuerpo al estrés.
 
Podría parecer poco probable que un tipo de placer funcione para compensar los efectos de una fuente muy distinta de desagrado. ¿Por qué la comida grasosa debería disminuir la angustia de una rata sobre un nuevo compañero de jaula? Sin embargo, regularmente hacemos saltos mucho más grandes. ¿Agobiado por un amor no correspondido? Hacer compras suele ayudar. ¿Aquejado por una desesperación existencial? Escuchar Bach podría ayudarlo. La moneda común de las recompensas en el cerebro justifica toda clase de puertos poco probables durante una tormenta.
 
Pero a pesar de las posibilidades variadas para encontrar fuentes de comodidad, algunas apelan a deseos primitivos particularmente fuertes, para detrimento de nuestra salud. Es una señal de nuestro legado evolucionario que, al final de un día estresante, menos personas busquen alivio en la poesía de Robert Frost que en medio kilo de helado de con brownie.


Por ROBERT M. SAPOLSKY  September 20, 2013, 12:02 a.m. ET

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