Pese a las ingentes ayudas, la escasez de oportunidades aleja a los jóvenes. La región ha perdido dos millones de habitantes desde la reunificación.
La incesante despoblación del oriente de Alemania subraya los desafíos pendientes de la región Unos 300.000 pisos abandonados han sido demolidos desde 2002.
Doreen Haidel —que nació en 1989, año en el que cayó el muro, y lleva dos y medio en el paro— trabaja en el centro como voluntaria. El Club 84 parece el último ancla de humanidad de la barriada. Aguanta con escasos fondos públicos y la tenacidad de Doreen, Jana —la directora— y otros como ellas. Medio centenar de muchachos lo frecuentan habitualmente, para reunirse después de la escuela, o para alguna fiestecilla los sábados.
“Esto hay que lograr mantenerlo en vida, no hay mucho más para los chavales, por aquí”, dice Doreen, que es terapeuta ocupacional, vota Die Linke (La Izquierda), escucha música hard y tiene el pelo rapado por los laterales. Efectivamente, por aquí solo hay bloques, descampados herbosos donde antaño se erguían otros bloques, y la sensación de que en este rincón la reunificación no ha sido un gran negocio.
La conurbación de Wolfen y Bitterfeld se expandió alrededor de dos complejos industriales, uno químico y otro donde trabajaba la ORWO —la Kodak de la RDA—. Tras la reunificación, prácticamente toda la actividad industrial, ineficiente para los estándares occidentales, se fue al garete, y empezó el éxodo. La población local ha pasado de 76.000 en 1989, a poco más de 40.000 hoy. El bar más marchoso de Wolfen en los tiempos socialistas —el Fischer, que regentaba la señora Martha— es desde hace años ya una funeraria.
“Yo no quiero irme. Por mi familia”, dice Doreen, que cobra el subsidio Hartz IV, que le cubre alquiler y calefacción y le abona 350 euros mensuales. Pero Doreen es más bien una excepción.
“Todos mis amigos se han ido”, dice Philipp Wöhner, de 27 años. “Aquí no hay opciones para quienes busquen un trabajo cualificado”, agrega, en el Kiez café de Dessau, este estudiante de gestión de aguas. Dicen que el Kiez es el más popular entre los jóvenes de la ciudad. Pero, mientras Philipp habla, está vacío. Dessau aclara la gravedad del problema de la despoblación.
A diferencia de Wolfen y Bitterfeld —que se hallan unos 20 kilómetros más al sur—, es una ciudad con una historia importante, con raices. Fue sede de la Bauhaus entre 1925 y 1932. Aquí trabajaron Gropius, Klee y Kandinsky. Cuenta con un notable teatro con un aforo de más de 1.000 asientos. Pero también se desangra (desde 120.000 habitantes en 1989 hasta 84.000 en la actualidad). En Bitterfeld y Wolfen se han demolido más de 5.000 viviendas; en Dessau, más de 3.000. Salvo las ciudades principales, el Este de Alemania sigue perdiendo población. A la sombra del éxito económico alemán, el renqueo de su parte oriental persiste.
La despoblación tiene dos factores directos: la emigración y el envejecimiento. La causa subyacente, por supuesto, es que pese a los enormes esfuerzos posreunificación —los economistas calculan ayudas por un valor de 1,3 billones en las primeras dos décadas—, la economía local no ha despegado. El paro es más del doble de la media nacional, que ronda el 5,3%. Este año, por ejemplo, mientras el Oeste crece a un ritmo apreciable, la economía del Este está estancada, según un estudio del Instituto para la Investigación Económica de Halle.
Axel Lindner, coautor del estudio, explica que hay dos factores que motivan el actual estancamiento: “por un lado, la despoblación hace que haya menos fuerza laboral, lo que frena el crecimiento; por el otro, la economía local está más vinculada a los países del entorno que la del Oeste, más global. Por ello, sufre más las consecuencias de la crisis europea”. El mar de fondo, naturalmente, es una generalizada dificultad para encontrar vías de desarrollos propias, más allá de algunas células exitosas como el sector de la nanotecnología en Dresde o la óptica en Jena.
En los noventa, el éxodo fue masivo. “Ahora el factor de la migración se ha atenuado mucho. Pero el problema demográfico persiste”, observa Anja Nelle, del Instituto Leibniz para el desarrollo regional y la planificación estructural. Aunque el balance entre aquellos que se marchan y aquellos que llegan vaya mejorando, una sociedad muy envejecida genera pocos hijos. Así, desde la caída del muro, la población del Este se ha reducido en más de dos millones. De ellos, 800.000 en la primera década del siglo.
Este encogimiento demográfico (un 14% desde 1989) junto a la mala calidad de los inmuebles de la RDA han propiciado el masivo abandono de viviendas.
“En 2000, un comité de expertos estimó que había un millón de pisos vacíos. Entre 2002 y 2012 el programa de restructuración urbana ha derribado 300.000”, explica Nelle. “El ritmo se reduce, pero se sigue demoliendo. En lo que va de año, unos 6.000 pisos. El proyecto pretende demoler otros 250.000. Se calcula que de aquí a 2020 cada año se generarán 30.000 pisos vacíos”. Se trata por lo general de pisos que eran del Estado o de cooperativas, lo que facilita los trámites legales. Todo es más complicado con los pisos de propiedad privada.
Desde la conocida como ‘torre humeante’ de Dessau —que fue una planta donde se ahumaban carnes, cuyo olor es todavía penetrante dos décadas después— se vislumbra el ‘pasillo verde’ que ha brotado donde se erguían los bloques demolidos.
“No es fácil vivir en una ciudad que se evapora. Donde ya no existen las casas en las que vivíamos, jugábamos o donde vivían los amigos. Muchos se marchan, y para los que se quedan todo es cada vez más triste y duro”, dice Lina Burghausen, novia de Philipp. Ella estudia en Hanover.
Dessau, como Wolfen, Bitterfeld y muchas otras ciudades del Este, parece buscar una nueva alma. Casi un cuarto de siglo después de la caída del muro, ¿tiene el Este una identidad propia?
“Yo sí creo que la tiene. El problema es si esa identidad es buena para construir el futuro”, observa Philipp Oswalt, director de la Fundación Bauhaus Dessau. La fundación ha impulsado un notable proyecto para reorganizar las ‘ciudades que encojen’.
“Lo que ha ocurrido es que el modelo de sociedad del Oeste fue proyectado sobre el Este”, dice Oswalt, que trabajó también sobre el caso de Detroit, cuyo mapa adorna su despacho (adyacente al que utilizaba Gropius). “Aquí, el grado de adhesión a ese proyecto es menor. Porque hay menos propriedad, menos control. Menos propriedad de inmuebles; de empresas; los capitales vienen de otro sitio. Las decisiones vienen de otro sitio. Esto genera mayor distancia y escepticismo”.
Helmut Kohl dijo que el Este era un “Mezzogiorno sin mafia”. Alexander Böringer, geólogo de 52 años, discrepa. No sobre lo de “Mezzogiorno”, si no sobre lo de “sin mafia”. Él es del Oeste. Pero, a pesar de todo, su esposa, Jana, la directora del Club 84, que tiene 49 años y siempre vivió aquí, no titubea cuando se le pregunta si está decepcionada con los resultados de la reunificación. “Se podían haber hecho muchas cosas mejor. Pero el nivel de vida ha mejorado. No estoy decepcionada".
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