domingo, 1 de diciembre de 2024

La mayor revolución económica de la historia está al caer, pero no vendrá de la Tierra



Extracción de minerales de un asteroide. 
(Deep Space Industries)




Psyche es un enorme asteroide repleto de metales preciosos con un valor estimado que es noventa veces mayor que toda la economía mundial. Pero, ¿vale realmente la fortuna que dicen?




Alos medios generalistas les encanta hablar sobre la minería de asteroides utilizando grandes números. Muchos artículos hablan de una misión a Psyche, el asteroide metálico más grande del cinturón de asteroides, como si visitaran un cuerpo valorado en 10.000.000.000.000.000.000 millones de dólares. Pero, ¿hasta qué punto es realista esa valoración? ¿Y qué significa realmente?

Un artículo financiado por Astroforge, una nueva empresa de minería de asteroides con sede en Huntington Beach (EEUU), y escrito por un profesor del Programa de Recursos Espaciales de la Escuela de Minas de Colorado, analiza detenidamente qué metales están disponibles en los asteroides y si realmente valdrían tanto como dicen los cálculos más simples.

El artículo divide los metales de los asteroides en dos tipos distintos: los que valdría la pena devolver a la Tierra y los que no. En realidad, los únicos metales que se consideran dignos de traer a la Tierra son los metales del grupo del platino (MGP)​, conocidos por su costo extraordinariamente alto, su suministro relativamente bajo y su alta utilidad en una variedad de tecnologías modernas.

La otra categoría serían los metales utilizados para la construcción espacial, como el hierro, el aluminio y el magnesio. Si bien puede que no sea económicamente viable enviarlos a la Tierra debido a sus precios relativamente bajos en nuestro planeta, estos materiales son útiles en el espacio para construir grandes estructuras, como estaciones espaciales o paneles de energía solar. Sin embargo, al no haber demanda de estos metales de origen espacial porque son muy caros, es difícil cuantificar cuánto valen. Sin embargo, su competencia (es decir, lanzar el material desde la Tierra) tiene un precio: 10.000 dólares/kg, más 100 dólares/kg para un material común como el hierro.


placeholderVisualización del asteroide Psyche. (NASA)
Visualización del asteroide Psyche. (NASA)

Esos precios no se acercan ni de lejos a los 500.000 dólares/kg que un MPG como el rodio ha llegado a alcanzar a vez en la Tierra, pero aún podría hacer que la extracción de hierro en asteroides sea económicamente viable si el material se utiliza en el espacio. Entonces, ¿qué significan todos esos cálculos para el valor real de los asteroides que podríamos extraer?

En primer lugar, y lo más importante, investigaciones recientes sugieren que los asteroides hechos de metal puro, como se supone que es Psyche, son probablemente pura ficción. Aunque eso no sea una gran noticia para ningún asteroide benigno que valga mucho, la otra parte de esa investigación es que incluso los asteroides que en un principio se creía que tenían un contenido relativamente bajo de metal en realidad tienen cantidades razonables que podrían extraerse económicamente.

Para demostrarlo, el artículo analizaba en detalle una serie de estudios de meteoritos, que son el equivalente de asteroides en desuso, y comparaba los «grados» de 83 elementos diferentes con los minerales encontrados en la superficie terrestre o cerca de ella. Dado que la teledetección tiene dificultades para distinguir entre algunos de esos elementos, las muestras de meteoritos que pueden someterse a técnicas avanzadas de análisis son nuestra mejor apuesta para calcular con precisión la composición química de los asteroides, aparte de las pocas muestras de asteroides intactos que se han recuperado hasta ahora.

Esos datos mostraron que los MPG, aunque con una concentración inferior a la considerada inicialmente (debido a una suposición en un artículo fundacional sobre la composición de los asteroides), siguen estando en concentraciones mucho más elevadas que los minerales terrestres equivalentes. En concreto, un material conocido como pepita de metal refractario (RMN, por sus siglas en inglés) podría tener concentraciones de MPG de órdenes de magnitud superiores a las que se encuentran en la Tierra o en otros tipos de material asteroidal.

Los RMN se encuentran principalmente en una estructura de inclusión de calcio y aluminio (CAI), sobre todo en asteroides de tipo L. Los asteroides de tipo L son relativamente poco comunes con un tinte rojizo, pero aún no los hemos visitado. Sin embargo, podrían estar formados por más de un 30% de CAIs, en cuyo caso, podrían contener una cantidad significativa de MPGs extraíbles sin procesamiento adicional.

No obstante, los RMN son muy pequeños, entre micrones y submicrones, por lo que son muy difíciles de procesar. Así pues, la extracción a granel del regolito asteroidal podría alcanzar varios órdenes de magnitud más que su concentración en el regolito terrestre.

En cuanto a los metales que se pueden utilizar en el espacio, son tan abundantes como se predijo inicialmente, pero se enfrentan a retos a la hora de procesarlos para sacarlos de sus estados oxidados. Normalmente, esto requiere algún procedimiento de alta energía, como la electrólisis del regolito fundido, para separar el metal elemental, que es necesario para su posterior procesamiento. Una vez más, se plantea un problema: para construir una fuente de energía lo suficientemente grande como para llevar a cabo estos procesos hace falta el material que necesitaría la fuente de energía.

Con el tiempo, ese problema desaparecerá si empresas como AstroForge se salen con la suya. Recordemos que la empresa financió este estudio, y sus dos cofundadores y Kevin Cannon, el profesor del CSM, fueron coautores. La empresa tiene previsto lanzar en enero su próxima misión, un encuentro con asteroides cercanos a la Tierra para intentar saber si son metálicos. Tal vez esa misión contribuya a que conozcamos mejor la composición y el valor de los asteroides que nos rodean.



Este artículo fue publicado originalmente en Universe Today. Puedes leer el artículo original en inglés aquí.

Los largos paseos de Nietzsche o Beethoven: la razón por la que caminar nos ayuda a pensar


(iStocks)



En 'Paso a paso. Cómo caminar erguidos nos hizo humanos', el antropólogo Jeremy Desilva realiza un viaje de siete millones de años explorando esa capacidad que nos hizo la especie dominante del planeta. Publicamos un extracto.




Resulta que cualquier paseo al aire libre puede liberar el potencial de nuestro cerebro. El camino de arena sencillamente es el lugar que en el siglo XIX ayudó a liberar el potencial de un cerebro cuyo pensamiento transformaría el mundo y nuestro lugar en él.

Pero, ¿por qué ocurre eso? ¿Por qué caminar nos ayuda a pensar?

Seguramente el lector estará familiarizado con esta situación: uno se enfrenta a un problema (una tarea difícil en el trabajo o en la escuela, una relación complicada, la perspectiva de un cambio profesional...) y no sabe muy bien qué hacer. Así que decide dar un paseo, y en algún momento de la caminata, de repente, se le ocurre la respuesta.

Se dice que el poeta decimonónico inglés William Wordsworth caminó casi trescientos mil kilómetros a lo largo de su vida; seguramente en uno de aquellos paseos descubrió los narcisos danzantes a los que luego cantó en sus poemas. El filósofo francés Jean-Jacques Rousseau dijo en cierta ocasión: "El andar tiene para mí algo que me anima y aviva mis ideas; cuando estoy quieto, apenas puedo discurrir: es preciso que mi cuerpo esté en movimiento para que se mueva mi espíritu". Los paseos de Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau por los bosques de Nueva Inglaterra inspiraron sus escritos, entre ellos Caminar, el tratado de Thoreau sobre el tema. John Muir, Jonathan Swift, Immanuel Kant, Ludwig van Beethoven y Friedrich Nietzsche eran todos ellos caminantes obsesivos. Nietzsche, que caminaba todos los días con su cuaderno de notas entre las once de la mañana y la una de la tarde, afirmó: "Solo tienen valor los pensamientos que nos vienen mientras andamos". Charles Dickens prefería dar largos paseos por Londres durante la noche. "De noche el camino era tan solitario que me adormecía el monótono sonido de mis propios pies manteniendo su paso regular de cuatro millas por hora —escribió—. Caminaba una milla tras otra sin la menor sensación de esfuerzo, profundamente adormecido entre constantes ensoñaciones". En época más reciente, los paseos se convirtieron también en una parte importante del proceso creativo del cofundador de Apple, Steve Jobs.

Es importante detenerse a reflexionar aquí acerca de algo que todos estos célebres caminantes tienen en común: todos ellos son hombres. Se ha escrito muy poco sobre mujeres famosas que pasearan con regularidad. Virginia Woolf es una excepción; otra es Simone de Beauvoir. Más recientemente, Robyn Davidson recorrió Australia a pie con su perro y cuatro camellos, y luego escribió sobre ello en su libro Las huellas del desierto. En 1999, Dorris Haddock, una abuela de ochenta y nueve años de Dublin, Nuevo Hampshire, caminó más de cinco mil kilómetros de costa a costa de Estados Unidos para protestar contra las leyes de financiación de las campañas electorales estadounidenses.


placeholderPortada de 'Paso a paso. Cómo caminar erguidos nos hizo humanos', de Jeremy Desilva.
Portada de 'Paso a paso. Cómo caminar erguidos nos hizo humanos', de Jeremy Desilva.

Históricamente, sin embargo, caminar ha sido sobre todo un privilegio de hombres blancos. A los negros solían detenerlos, o algo peor. Las mujeres que salían a pasear eran objeto de acoso, o también algo peor.9 Y, obviamente, rara vez en nuestra historia evolutiva fue seguro para alguien andar solo.

Quizá sea mera casualidad que tantos grandes pensadores fueran caminantes obsesivos. Podría haber perfectamente otros tantos no menos brillantes que nunca tuvieron el hábito de pasear. ¿Caminaban todos los días William Shakespeare, Jane Austen o Toni Morrison? ¿Y Frederick Douglass, Marie Curie o Isaac Newton? Stephen Hawking, un genio extraordinario, dejó de andar tras quedar paralizado por la esclerosis lateral amiotrófica. De modo que caminar no resulta esencial para pensar. Pero no cabe duda de que ayuda.

Marily Oppezzo, psicóloga de la Universidad de Stanford, solía pasear por el campus con su director de tesis para comentar los resultados del trabajo de laboratorio e intercambiar ideas para nuevos proyectos. Un día se les ocurrió comprobar los potenciales efectos beneficiosos de caminar en el pensamiento creativo. ¿Había algo de cierto en la vieja idea de que andar y pensar iban de la mano?

Oppezzo diseñó un elegante experimento. Se pidió a un grupo de estudiantes de Stanford que enumeraran todos los usos creativos que se les ocurriera que pudieran darse a objetos corrientes. Un frisbi, por ejemplo, puede usarse como un juguete para perros, pero también como sombrero, como plato, como una bañera para pájaros o una pequeña pala. Cuantos más usos novedosos fuera capaz de enumerar un alumno, mayor sería su puntuación de creatividad. La mitad de los estudiantes permanecieron sentados durante una hora antes de realizar la prueba; el resto caminaron en una cinta de andar.


Los caminantes exhibían una mejora significativa de la conectividad en ciertas regiones cerebrales que se sabe que desempeñan un importante papel en nuestra capacidad de pensar de forma creativa.


Los resultados fueron asombrosos: las puntuaciones de creatividad mejoraban un 60 por ciento después de haber estado andando. Unos años antes, Michelle Voss, profesora de Psicología en la Universidad de Iowa, había estudiado los efectos de caminar en la conectividad cerebral. Para ello reclutó a un grupo de sesenta y cinco voluntarios teleadictos de entre cincuenta y cinco y ochenta años, y les tomó imágenes cerebrales mediante resonancia magnética. Durante el año siguiente, la mitad de los voluntarios estuvieron dando paseos de cuarenta minutos tres veces por semana, mientras los demás seguían pasando las horas viendo reposiciones de Las chicas de oro (no hay ningún juicio de valor aquí; personalmente, me encantan Blanche y Dorothy) y solo hicieron algunos ejercicios de estiramiento como medida de control. Al cabo de un año, Voss volvió a meterlos a todos en la máquina de resonancia magnética y a tomar imágenes de su cerebro. En el grupo de control no había cambiado gran cosa, pero los caminantes exhibían una mejora significativa de la conectividad en ciertas regiones cerebrales que se sabe que desempeñan un importante papel en nuestra capacidad de pensar de forma creativa.

Caminar, pues, modifica nuestro cerebro, y no solo influye en la creatividad, sino también en la memoria.

En 2004, Jennifer Weuve, profesora de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Boston, estudió la relación entre el hábito de caminar y el deterioro cognitivo en una muestra de 18.766 mujeres de entre 70 y 81 años. Su equipo les pidió que nombraran tantos animales como pudieran en un minuto: las que caminaban con regularidad mencionaban animales como los pingüinos, pandas y pangolines con mayor frecuencia que las más sedentarias. Luego Weuve leyó una serie de números y pidió a las mujeres que los repitieran en orden inverso: de nuevo, las que caminaban de forma habitual realizaron la tarea con mucha mayor facilidad que las que no lo hacían. Weuve descubrió que incluso andar tan solo noventa minutos a la semana reducía la velocidad a la que disminuía la cognición con el paso del tiempo. Por lo tanto, dado que el deterioro cognitivo es justamente lo que marca las primeras fases de la demencia, caminar podría prevenir este tipo de enfermedad neurodegenerativa".


La peor herencia de la Unión Soviética que se ha convertido en la pesadilla de Asia Central



Sequía en Kazajistán. (Reuters/Pavel Mikheyev)



Durante la URRSS el modelo de gestión del agua era compartido entre los países de la región, pero ahora se ha convertido en un motivo de enfrentamiento



Cada día, a las 7:30 de la mañana, una treintena de cocineros uzbekos enciende el fuego de las más de diez cacerolas que preparan rondas de plov hasta las 11 de la noche. Este plato de arroz con cordero, zanahoria, pasas, garbanzos y mucho aceite es uno de los más reconocidos de Asia Central. "Nuestra sartén más grande es de 250 kg de arroz y hacemos cuatro variedades distintas", explica uno de los encargados. Uzbekistán es un país agrícola, donde lo que más se planta es el arroz y el algodón, cultivos de regadío y que necesitan mucha agua. Es, a la vez, un lugar semiárido con ríos contaminados y cada vez con menos acceso al agua.

Las políticas de la Unión Soviética convirtieron Asia Central en terreno agrícola para abastecer las necesidades de los territorios soviéticos. "Antes no había plantación de arroz, lo cultivaron porque es un alimento básico. El algodón se utilizaba con distintos fines, para la industria textil, la armamentística y el programa espacial, ya que se necesitaba nitrato de celulosa", explica Makhambet Muhtar, biólogo y activista medioambiental del Kazajistán.

Pero a día de hoy, el cultivo masivo de arroz no es sostenible y cada año los productores se ven obligados a disminuir el número de hectáreas cultivadas. El año pasado se planeó una reducción de 2,5 veces la producción de arroz en el Karakalpakistán, la zona oeste del país y una de las más agrícolas

Para regar los campos se desvía el agua del Amu Daria y del Sir Daria, los dos ríos de la región que nacen del Tian Shen, las llamadas montañas celestiales. Con una tierra semiárida, aumenta la necesidad hídrica porque es necesario más líquido para limpiar los conductos de irrigación del exceso de sal. Las cinco repúblicas centroasiáticas consumen 127 billones de metros cúbicos de agua al año. De estos, el 80% se destina a la agricultura.

Por si fuera poco, se calcula que la mitad del agua usada con fines agrícolas se gestiona de forma ineficaz. Los canales por donde pasa el agua hoy en día siguen siendo los mismos de la Unión Soviética. Las condiciones precarias de las infraestructuras de riego y las prácticas agrícolas antiguas provocan que el indicador de eficiencia en el uso del agua de Asia Central se encuentre ocho veces por debajo de la media mundial.

Un ejemplo de este problema es el Karakum, un canal de los años 50 que lleva el agua al Turkmenistán. "Es un sistema muy precario, una apertura con un canal en el medio. La mitad del agua va al subsuelo", explica el biólogo Makhambet Muhtar. El régimen dictatorial del país, junto con sus políticas de aislamiento, complica las negociaciones con el presidente e imposibilita su integración en los procesos de toma de decisiones regionales.


placeholderUna trabajadora recoge algodón en Karakalpakstan, Uzbekistán. (Reuters)
Una trabajadora recoge algodón en Karakalpakstan, Uzbekistán. (Reuters)

La producción agrícola masiva, además, llevó a la contaminación de gran parte del suelo y el agua debido a la utilización de pesticidas en los campos. En una región de 79 millones de habitantes, unos 22 millones no tienen acceso al agua potable. A este escenario se suman las expectativas de crecimiento demográfico —los datos apuntan a que la población va a crecer hasta llegar a los 100 millones aproximadamente en 2050— y el impacto del cambio climático.


El fin de la URSS rompió el modelo

Durante la Unión Soviética el modelo de gestión del agua era compartido entre los países de la zona, ya que todos dependen del agua del Amu Daria y del Sir Daria. La región se divide entre los países de arriba y los países de abajo. Tayikistán y Kirguizistán se consideran países ricos en recursos hídricos —por ser regiones montañosas— y pobres en energía. Uzbekistán, Turkmenistán y Kazajistán son países ricos energéticamente, pero pobres en agua. Los primeros dependen de ella para generar energía, mientras que los segundos la necesitan los primeros para regar sus cultivos.

Con la caída de la URSS, hubo intentos de mantener la cooperación y usar el agua como herramienta común. Algunos ejemplos son el Acuerdo de Almaty firmado en 1992 o la Comisión Interestatal para la Coordinación del Agua en Asia Central. La realidad es que los intentos fracasaron y los países priorizaron sus intereses nacionales. El agua pasó de ser una herramienta de cooperación regional a una fuente de tensiones.

En los conflictos fronterizos entre Tayikistán y Kirguizistán, así como entre Kirguizistán y Uzbekistán, la gestión del agua es uno de los factores clave. Mientras que Kirguizistán controla un tercio de los recursos hídricos de la región, en Uzbekistán los agricultores se llegan a pelear por el agua.


Afganistán quiere su parte del pastel

El Amu Daria recorre la frontera entre Turkmenistán y Afganistán. En 2022, el gobierno talibán empezó a construir un proyecto de irrigación de 285 kilómetros, el Canal Qosh-Tepa. Por este canal se distribuiría el 20% del total de agua del río fronterizo. La finalización de las obras está planeada para 2028 y distintos expertos apuntan que puede provocar un aumento de tensiones entre los países de Asia Central y Kabul.

Las autoridades afganas han presentado el proyecto como la solución para las necesidades agrícolas en un país que tiene un déficit de precipitaciones del 70%. La falta de lluvia es tan alarmante que en 2018 las Naciones Unidas determinaron que la sequía en el país estaba empujando a 2 millones de personas a una situación de inseguridad alimentaria.

El ministro afgano de defensa en funciones, Mawlawi Mohammad Yaqoob Mujahid, ya ha garantizado la implicación de las fuerzas para asegurar el desarrollo del proyecto. "Todos nosotros, especialmente los ejércitos nacional e islámico del Ministerio de Defensa, estamos detrás de la implantación de tales proyectos, y lo apoyaremos con todo nuestro poder", publicó el canal de noticias afgano Tolo News.

Los líderes de las repúblicas centroasiáticas ya se han reunido para analizar las consecuencias del nuevo canal para sus países. En uno de los encuentros en Dusambé, Tayikistán, el presidente uzbeko Shavkat Mirziyoyev declaró: "Creemos que es imperativo formar un grupo de trabajo conjunto para estudiar todos los aspectos de la construcción del canal de Qosh Tepa y su efecto en el régimen hídrico del Amur Daria". Uzbekistán puede ser uno de los países más afectados, sobre todo por la dependencia económica del sector agrícola. La producción de algodón es el 17% del PIB del país y representa el 40% de los medios de subsistencia de la población.

El ejemplo más ilustrativo de la gestión de agua en Asia Central es la catástrofe del Mar de Aral, el que una vez fue el cuarto mar interior más grande del planeta, del tamaño de Irlanda. Las políticas de la Unión Soviética desviaron el agua hacia los campos y el mar se terminó secando. Hoy en día es poco más que un vasto erial de arena tóxica y ha sido rebautizado como el Aralkum, el desierto de Aral. "Antes, con el mar, lo teníamos todo. Ahora que ya no hay agua, no tenemos nada", explica Muhammad, un señor de setenta años sentado delante de la antigua fábrica de conservas de pescado en Moynaq, un pueblo a la orilla del Aral con un cementerio de barcos oxidados.


placeholderEvolución del mar de Aral. (NASA)
Evolución del mar de Aral. (NASA)

No es solo por el agua

En la parte uzbeka del mar ya casi no hay agua. La poca que queda está a más de 100 kilómetros de lo que antes era la orilla. En la parte kazaja se ha construido una presa que acumula agua del Sir Daria. Sin embargo, la recuperación total está muy lejos de ser una realidad. La posibilidad de encontrar pozos petrolíferos en el lecho marino es la sentencia definitiva que marca el destino del antiguo mar.

Además de las implicaciones en la gestión del agua, el secado del mar de Aral provoca otros problemas. Un equipo de investigadores españoles, liderados por Rafael Marcè, han analizado como el secado de un mar puede aumentar las emisiones de carbono. "Hemos podido confirmar que el lecho seco del mar de Aral emite CO2 desde hace 60 años a un ritmo que seguramente hará cambiar los inventarios de carbono de la región. La equivalencia de emisión se puede comparar con países como los Países Bajos. Se tendrán que añadir estos nuevos flujos a los inventarios, que son causados por la gestión del hombre", explica Marcè.

Para buscar una solución conjunta, los países centroasiáticos crearon el Fondo Internacional para Salvar el Mar de Aral, comprometiéndose a destinar el 2% de sus presupuestos nacionales a la organización. Sin embargo, las diferencias sobre el financiamiento llevaron a cada país a enfocarse en proyectos individuales.

Ahora, se está considerando cambiar el nombre de la organización, pasando de "Salvar el Mar de Aral" a "la cuenca del Aral". Este cambio implicaría priorizar a los 40 millones de personas que habitan en la cuenca, frente a las 400.000 directamente afectadas. "Esto podría llevar a ignorar completamente el problema del mar", lamenta el biólogo Makhambet Muhtar, miembro también de la ONG Aral Tenizi, que trabaja por la restauración del ecosistema y la economía local.