viernes, 27 de octubre de 2023

¿Por qué el miedo, el estrés o los nervios pueden 'cerrarnos' el estómago?



Ante una situación de estrés, el cerebro paraliza las señales de hambre y saciedad. 
(iStock)



Una entrevista de trabajo o la pérdida de un ser querido pueden ser la llave que abra o cierre la boca del estómago. Ahora bien, la orden viene de arriba, del cerebro




No hace falta que llegue Halloween, ni pasar un mal rato en el túnel del terror para que el corazón se nos acelere, la boca se seque y... de golpe se nos cierre el estómago. Y es que en el día a día ya hay innumerables situaciones que desencadenan reacciones fisiológicas como las descritas. Así, son catalizadores del estrés vivencias como la pérdida de un ser querido, un despido laboral o una discusión familiar. Todas ellas traen consigo emociones intensas que "hacen que el sistema nervioso central se active y ponga el organismo en situación de alarma. En ese momento, nuestro cuerpo se prepara para una posible amenaza", apunta María González, psicóloga del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO) y experta en el tratamiento de la obesidad y en trastornos alimenticios. "El ser humano, ante una amenaza, prioriza ciertas funciones, dejando en un segundo plano otras como la reproducción o la digestión. Y es que, ante esa amenaza, es más importante focalizar la atención que llenar el estómago", agrega.


Ante una amenaza, el cerebro deja en un segundo plano funciones como la digestión


Ahora bien, según la experta, el cerebro no distingue si el peligro que ha puesto patas arriba nuestro sistema nervioso es una cuestión de supervivencia o si se trata simplemente de una reunión de trabajo con cierta carga de responsabilidad. Y es que "a nivel químico, el cerebro funciona igual tanto si estamos pasando por una ruptura sentimental como si atravesamos el duelo por el fallecimiento de un familiar", aclara la psicóloga.


Las señales de hambre y saciedad se apagan

Tanto si la pena nos invade como si el miedo nos paraliza, nuestro estómago no está para sentarse a comer una paella. Es ahí donde la expresión "se me cierra el estómago" cobra sentido. Esta sensación de que no podemos llevarnos nada a la boca tiene varias explicaciones. Por un lado, según la psicóloga, "cuando el cerebro relega funciones como la digestión, las señales de hambre y saciedad se paralizan"; y por otro, Andrea Marqués, nutricionista y dietista, y colega de González en el Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO), nos habla de la participación de las hormonas que regulan el ritmo circadiano en este asunto del apetito y la ansiedad: "En general, cuando recibimos un estímulo estresante, nuestro cuerpo genera una secreción importante de adrenalina. Esta hormona -continúa la nutricionista-, secretada en cantidades elevadas, nos genera un importante estado de alerta y a la vez de cierto malestar, y es la responsable de que nuestro apetito desparezca de golpe. De aquí viene esa sensación de estómago cerrado que no nos permite comer en un determinado momento".


El estrés puede elevar los niveles de adrenalina, lo cual reduce el apetito. (iStock)
El estrés puede elevar los niveles de adrenalina, lo cual reduce el apetito. (iStock)

Sin embargo, no ocurre lo mismo cuando el estrés se vive de forma prolongada. Cuando esto ocurre, "aumenta la secreción de cortisol, que puede mantenerse elevado durante más tiempo, pero ya no genera esa inhibición tan brusca del apetito", remarca Marqués. Y añade: "Cuando el nivel de cortisol es elevado, puede aparecer ansiedad frecuente por la comida o falta de apetito aparente, que se dispara cuando empezamos a comer".


Un pozo sin fondo

Frente al estómago cerrado, muchas personas experimentan justo lo contrario, unas irrefrenables ganas de comer, donde la saciedad no parece que vaya a presentarse en ningún momento. ¿Quién no ha vivido y ha sido testigo de cómo un desengaño amoroso empuja a quien lo vive a comer enormes cantidades de helado, pizzas, bolsas de patatas fritas...?

Ante estas situaciones, la pregunta obligada es: ¿qué es lo que hace que, frente al mismo problema, unos no prueben bocado y otros coman como si no hubiera un mañana? Según la psicóloga experta en trastornos alimenticios María González, "si desde pequeños hemos aprendido a regular la ansiedad a través de la alimentación, o tenemos una relación desadaptativa con la comida, ocurrirá todo lo contrario a la falta de apetito. En estos casos, el cerebro buscará la manera de calmarnos. Y para ello, la forma de hacerlo será mediante la ingesta de alimentos, ya que ha aprendido que la comida es lo que nos devuelve la tranquilidad".


Emociones, hambre y saciedad

El problema añadido es que, además de un apetito voraz y descontrolado, lo habitual es que este se intente aplacar con alimentos no saludables. De modo que los consejos nutricionales de la experta de IMEO se dirigen a evitar este tipo de conducta.


En situaciones de estrés se aconseja comer pequeñas cantidades varias veces al día


En este sentido, "lo ideal sería organizar ingestas pequeñas a lo largo del día y que sean especialmente nutritivas, evitando caer en ultraprocesados y comida basura. Por ejemplo, ensaladas frescas, cremas de verduras, frutas, frutos secos, chocolate negro, lácteos, huevos, etc", recomienda Andrea Marqués.


placeholderLa respiración profunda favorece la regulación del apetito. (iStock)
La respiración profunda favorece la regulación del apetito. (iStock)

Por su parte, la psicóloga propone herramientas enfocadas a aumentar la relajación, como "ejercicios de respiración, especialmente, la respiración diafragmática, ya que gracias a ella es posible relajar la zona del plexo solar, que es donde más se acumula la tensión cuando tenemos ansiedad o estrés".

Además, también es muy útil "dar paseos, buscar apoyo en las personas de nuestro círculo más cercano y mantener relaciones sociales. Por otro lado, es importante llevar una alimentación ligera, pero muy nutritiva. Una dieta que no suponga un esfuerzo y que, al mismo tiempo, aporte todos los nutrientes necesarios".



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