Inspección de un apartamento en L'Hay-les-Roses, cerca de París, por la plaga de chinches que asola Francia.
(Reuters/Stephanie Lecocq)
Francia cierra escuelas para fumigar, pero su situación no es tan excepcional. Los científicos buscan las claves que explican el auge de un parásito que estaba casi erradicado
Si pensamos en chinches, a la mayoría nos vendrán a la cabeza épocas pasadas, ambientes de suciedad y de pobreza. Nada más lejos de la realidad: la glamurosa París sufre en la actualidad una plaga tan grave que se ha convertido en debate nacional. Estos diminutos parásitos, conocidos por sus picaduras nocturnas en busca de sangre humana, no solo habitan los colchones, sino que se pueden encontrar en cualquier parte, desde los transportes hasta las butacas de los cines. Algunas escuelas han cerrado para desinfectar. Medios como Libération y Le Parisien han llevado el problema a sus portadas recientemente, hablando hasta de “psicosis” entre los ciudadanos, mientras la alcaldía socialista de la capital, encabezada por Anne Hidalgo, y el Gobierno de Emmanuel Macron se echan la culpa mutuamente.
La situación resulta especialmente llamativa a pocos meses de la celebración de los Juegos Olímpicos. Sin embargo, no es un problema exclusivamente parisino: el 11% de los hogares franceses estaría afectado, según calculan las autoridades sanitarias, que dicen gastar unos 230 millones de euros anuales en desinfecciones; y no se libran Marsella, Lyon ni Burdeos. Con esta situación, a la polémica no faltan ingredientes extravagantes. Uno de ellos es una teoría de la conspiración que atribuye la plaga a una propagación intencionada por parte de un siniestro personaje que dice odiar Francia y alardea en redes sociales de enviar las chinches por correo. Otro, la extrema derecha, que aprovecha para culpar a los inmigrantes. En realidad, la explicación de lo que sucede es mucho más compleja y los parásitos no conocen fronteras.
Lo saben bien en muchos rincones de España. Entre los lugares donde aparecen de manera más frecuente están los centros hospitalarios, ya que las chinches tienen a su disposición a muchos pacientes que van rotando y, mientras están ingresados, pasan largas horas tumbados. El Hospital Universitario Perpetuo Socorro de Albacete y el Hospital Civil de Málaga detectaron plagas este mes de agosto; mientras que el Virgen del Rocío en Sevilla o el Hospital Clínico de Valencia llegaron a cerrar algunas dependencias hace un año por el mismo motivo. A la vez que en París, los habitantes de Ciudad de México se están quejando de la omnipresencia de estos parásitos, que tampoco son una novedad en Nueva York. ¿De dónde viene este fenómeno?
El parásito que te espera en la cama
“Hace entre 10 y 15 años que los chinches están aumentando de una forma preocupante, estamos teniendo verdaderos problemas, lo que antes era anecdótico se ha convertido en habitual”, afirma en declaraciones a El Confidencial Javier Lucientes, catedrático de Parasitología y Enfermedades Parasitarias del Departamento de Patología Animal de la Universidad de Zaragoza. Además de hablar desde el conocimiento científico, también lo hace desde una reciente experiencia personal: “Tras una estancia de un hotel rural, me vine a casa con chinches”, confiesa. Sin embargo, es muy probable que cualquier otra persona no experta ni siquiera se hubiera dado cuenta, ya que “la picadura se puede confundir con la de un mosquito o incluso con una reacción alérgica”, advierte.
Las chinches o los chinches —se puede decir tanto en masculino como en femenino— miden unos cinco milímetros, son de color marrón rojizo y se alimentan de la sangre de diversos animales, desde roedores hasta aves de corral. Sin embargo, hay dos especies que tienen especial preferencia por el ser humano: Cimex lectularius, distribuida universalmente, y Cimex hemipterus, que estaba restringida a zonas cálidas del planeta, pero que en los últimos años parece haberse lanzado a conquistar el mundo. El comportamiento de estos insectos es realmente peculiar, ya que nos pican cuando estamos en la cama. “Se alimentan por la noche y se esconden hasta ese momento, en que somos más vulnerables, en el colchón, bajo la cama, en la alfombra o en los huecos de las paredes”, comenta Lucrecia Acosta, profesora de la Universidad Miguel Hernández de Elche.
La buena noticia es que, a pesar de que su picadura es muy molesta y su saliva contiene agentes infecciosos, hasta ahora no se han relacionado con enfermedades humanas y, salvo reacciones alérgicas, no provoca patologías graves. La mala noticia es que, una vez que se introducen en una casa, es muy difícil darles esquinazo. “Si te quedas dormido en el sofá, te van a buscar”, apunta Javier Lucientes, “porque son capaces de guiarse por el CO₂ o por el calor que desprendemos”. Así que, en realidad, como buenos parásitos, están estrechamente unidos a nosotros. No solo somos su fuente de alimento, también su vehículo de propagación, la mayor parte de las veces de forma inadvertida. En los hoteles, “yo dejo la ropa en la maleta y la cierro”, afirma el experto. La cuestión es qué está pasando en la actualidad para que las chinches vivan su época más dulce a pesar de todas nuestras medidas de higiene.
De la casi desaparición a la plaga mundial
La pregunta es aún más interesante si tenemos en cuenta un dato: a mitad del siglo XX estuvieron a punto de ser erradicadas. Tras la II Guerra Mundial, el uso de fuertes pesticidas, como el famoso DDT (diclorodifeniltricloroetano), que décadas más tarde sería prohibido en la mayor parte de los países desarrollados por el grave daño que estaba causando a la vida silvestre, acorraló a estos pequeños insectos. Sin embargo, aquel golpe tuvo un efecto inesperado. “Los que quedaron se han ido haciendo resistentes”, explica la experta de la Universidad Miguel Hernández, “esa resistencia se ha ido heredando y se ha generalizado, y ahora tenemos el problema de que muchos de los insecticidas de uso autorizado no funcionan”. Tan solo las empresas de erradicación de plagas, a través de la combinación de varios métodos, tienen las herramientas adecuadas para acabar con ellos y, aún así, resulta muy complicado hacerlo.
Una revisión de estudios publicada en 2012 en la revista Clinical Microbiology Reviews situaba el resurgimiento de los chinches en la década de 1990. Al igual que en ocurrió con el covid, en este caso, “la globalización es nuestro gran problema”, destaca la investigadora. La facilidad de los desplazamientos y el turismo de masas parecen ser factores clave en el regreso de un problema que casi habíamos olvidado. Ya en 2010, Nueva York estaba en crisis por este problema: uno de cada 10 habitantes de la ciudad aseguraba sufrirlo y el alcalde de aquella época, Michael Bloomberg, decidió abordar el problema abiertamente para tratar de que no afectase a los millones de visitas anuales, llegando a distribuir folletos explicando la situación.
Los lugares de descanso de los turistas se han convertido en un nodo de transmisión. De hecho, se ha demostrado que “una sola hembra preñada puede colonizar un hotel de 300 habitaciones”. Después, “llevamos las chinches con nosotros, en nuestras ropas y en nuestras maletas”. Incluso cuando no es así y se vacían las habitaciones, estos parásitos “pueden estar mucho tiempo sin alimentarse, casi un año”, o pueden recurrir a picar a otros animales. Por eso, las mudanzas, el transporte de muebles antiguos y hasta el intercambio de prendas de segunda mano pueden favorecer la expansión de este pequeño enemigo.
Además, hay destalles mucho más sutiles que tiene que ver con nuestro confort que, a su vez, también favorecen la supervivencia y la propagación de estos parásitos. El catedrático de la Universidad de Zaragoza señala uno de estos factores: “Antes, los cables eléctricos eran todos exteriores y ahora van por dentro de la pared, así que se introducen por los enchufes y por los tubos de los cables, pasando entre habitaciones o entre distintos apartamentos”. En ese sentido, de forma paradójica, la mugrienta pensión de los años 40 que nuestra imaginación podría asociar a la presencia de chinches sería incluso más segura que nuestros hogares actuales.
Del mismo modo, los expertos creen que la calefacción puede estar ayudando a la supervivencia de las chinches. En la actualidad, cualquier hogar de los países desarrollados se mantiene por encima de los 20 ºC en cualquier época del año, unas condiciones ideales para estos insectos, junto con otros factores ambientales como la humedad. En esa misma línea, el cambio climático podría estar jugando un papel importante: el incremento de las temperaturas medias hace que las chinches lo tengan más fácil.
La especie tropical que ya está con nosotros
No obstante, de las dos especies principales, hay una que podría salir especialmente favorecida en Europa. Mientras que Cimex lectularius es una vieja conocida, Cimex hemipterus es una chinche tropical que no había sido detectada en este continente hasta hace poco. De hecho, la primera vez que se encontró en la península Ibérica fue en un hotel de Barcelona en 2020, según un artículo publicado por dos profesionales del control de plagas. En 2021, científicos de la República Checa dieron a conocer en la revista Medical and Veterinary Entomology los resultados de un muestreo que aclaraban cuál es la verdadera presencia de esta nueva especie en los países europeos: aunque Cimex lectularius seguía ganando por goleada, el parásito tropical definitivamente se estaba asentando en Europa, tras detectarse en seis ocasiones desde 2019. En el resto del mundo también amplía territorio, ya que ha aparecido en zonas de Australia, Oriente Medio y EEUU donde nunca se había detectado.
Javier Lucientes no descarta que esta especie tenga algo que ver con la alarma generada en Francia. Morfológicamente es un poco distinta, algo más grande, y “se adapta mejor a temperaturas más elevadas, con lo cual, el cambio climático está favoreciendo su diseminación”. Estos últimos veranos, que han marcado récords de calor, un factor que, unido a la recuperación del turismo tras la pandemia, podría haber influido en la situación de París. Además, Cimex hemipterus presenta un problema adicional para las empresas de control de plagas, y es que se muestra resistente a los piretroides, un tipo de insecticidas específico para plagas.
Por otra parte, los expertos consideran que hay varios factores sociales que nos han hecho infravalorar el problema. Por una parte, está el desconocimiento, ya que los ciudadanos difícilmente diferenciarán si las picaduras que sufren tienen como origen las chinches. Por otra, la ausencia de gravedad de estos casos tampoco invita a actuar contra ellos. Y, finalmente, un último freno nos impedirá actuar y llamar a una empresa de desinfección aunque seamos conscientes de que tenemos chinches en casa: el estigma de convivir con un parásito que todo el mundo asocia, erróneamente, a la falta de higiene.
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