martes, 14 de junio de 2011

Y con Lehman nació... la gran recesión


Foto from laeconomia.org

En la noche del 14 de septiembre de 2008, el cuarto banco de inversión más grande de EEUU quebró. Desde entonces, nada es lo mismo en las finanzas y la economía mundial.
"La cuestión es que tenemos que prepararnos ahora mismo para la quiebra de Lehman Brothers. Y para la de Merrill Lynch. Y para la de AIG. Y para la de Morgan Stanley. Y tal vez para la de Goldman Sachs". Estas palabras corresponden a Jamie Dimon, el consejero delegado de J.P. Morgan. Según el detallado relato de Andrew Ross Sorkin en su obra Malas noticias, las pronunció en la mañana del 13 de septiembre de 2008 en una teleconferencia con varios de los principales directivos de la entidad.
Poco más de 24 horas después, su advertencia comenzó a cumplirse. En la noche del 14 de septiembre, Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de EEUU, quebró; Merrill Lynch se salvó en el último momento gracias a que, con la intercesión de las autoridades norteamericanas, fue adquirido por otra entidad, Bank of America; la aseguradora AIG tuvo que ser rescatada, con una primera inyección de 85.000 millones de dólares, por la Reserva Federal (Fed), el banco central de Estados Unidos. Y la secuencia se interrumpió en la noche del 18 al 19 de septiembre con una maniobra de urgencia por parte del secretario del Tesoro, Henry Paulson.
Todo ello en menos de una semana. Nunca antes en la historia reciente el universo financiero había estado tan cerca de desintegrarse. "Desde el cierre bancario decretado por Franklin D. Roosevelt no se había producido nada igual", rememora Juan Ignacio Crespo, director europeo de Thomson-Reuters. Y aquello se produjo en 1933. Esto es, en plena Gran Depresión. Setenta y cinco años después, la caída de Lehman dio paso a otra crisis legendaria: la Gran Recesión.
La herida sigue abierta
Es más, 1.000 días después, los efectos de su quiebra y de aquella semana aún perduran. La parálisis general posterior a semejante armagedon financiero provocó una herida tan profunda en la economía real que ésta todavía no la ha curado. "Los shocks financieros que golpearon la economía mundial en septiembre y octubre [de 2008] fueron los peores desde los años 30 y ayudaron a empujarla hacia la recesión más profunda desde la Segunda Guerra Mundial", admitió Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal.
En Estados Unidos esa huella resulta evidente en dos terrenos fundamentalmente. Por un lado, el empleo. Antes de la quiebra de Lehman, la tasa de paro se encontraba en el 6,1 por ciento; ahora, y tras haber llegado al 10,1 por ciento en octubre de 2009, permanece en torno al 9 por ciento. Y por otro, el sector residencial. Las ventas de viviendas nueva siguen sin remontar el vuelo y continúan por debajo de las 400.000 al mes -en tasas anualizadas-, cuando su media histórica asciende a 690.000. También se encuentran por debajo de su promedio histórico las ventas de casas de segunda mano.
Pero el estruendo de la caída de Lehman Brothers se oyó en todo el mundo. Y también su efecto destructor, que se propagó por la economía global. Activó, de hecho, un círculo vicioso cuyo movimiento sigue en curso para configurar una crisis perfecta, camaleónica, que se resiste a dar su brazo a torcer.
"El colapso de [Lehman] causó que los mercados interbancarios dejaran de funcionar", afirmó igualmente Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo (BCE). Sin el crédito fluyendo entre los bancos por la desconfianza con la que unos miraban a otros, los problemas se trasladaron inmediatamente a la economía real. La recesión se agravó, el paro creció, el consumo se detuvo... y todo ello intensificó el pinchazo de la burbuja inmobiliaria en países como Estados Unidos, Irlanda o España, algo que, a su vez, agravaba todos los problemas anteriores.
Para paliar esos impactos, los Estados dieron un paso al frente. Rescataron bancos, con la consiguiente polémica de socializar las pérdidas cuando antes no se hizo lo mismo con los beneficios, y desempolvaron las recetas del economista británico John Maynard Keynes para intentar estimular la demanda con mayor gasto público. Pero el multiplicador keynesiano, por el que cada nuevo euro introducido en la economía genera más crecimiento, no tuvo el alcance esperado. En parte por la ausencia de confianza; y en parte, también, porque los países no disponían de demasiado margen de actuación. Ni siquiera los Estados pueden estirar el brazo más que la manga. No pueden gastar de forma ilimitada, y los déficits públicos comenzaron a aumentar. Los problemas de pagos del sector privado se trasladaron a la deuda soberana, hasta el punto de que varios países de la zona euro, como Grecia, Irlanda y Portugal, han tenido que ser recibir dinero porque, de lo contrario, no hubieran podido afrontar sus respectivos compromisos financieros.
Incógnitas abiertas
La cuestión es: ¿acaso no se pudieron predecir estas consecuencias? Y en ese caso, ¿por qué no se evitó la quiebra? Nadie mejor que Bernanke para responder. "Pensaba que si Lehman quebraba las consecuencias para la economía de EEUU serían catastróficas", confesó en septiembre de 2010 ante la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera (CICF) convocada por el Congreso estadounidense. Entonces, ¿por qué no se impidió? "Con gran tristeza tuve que admitir que no había otra opción. Simplemente no había manera de salvar a la entidad", reconoció.
Y eso que tanto Richard Dick Fuld, el presidente y consejero delegado de Lehman, como las autoridades norteamericanas, con el secretario del Tesoro, Henry Paulson, y Bernanke a la cabeza, estuvieron buscando soluciones durante medio año. En concreto, desde que tejieron la compra-rescate de Bear Stearns por parte de J.P. Morgan en marzo de 2008 para evitar la quiebra del primero. En ese mismo momento, Paulson y Bernanke asumieron que podía haber más. Y sabían que el siguiente en la lista era Lehman. También lo sospechaba el mercado. Es más, desde el cierre de 2007 hasta el viernes 12 de septiembre, la cotización del banco se hundió un 94 por ciento, hasta los 3,65 dólares.
En los meses posteriores al salvamento de Bear Stearns, Lehman intentó, por todos los medios y alentado por Paulson, conseguir capital para reforzar su balance. Contactó con uno de los grandes entre los grandes, Warren Buffett, pero el oráculo de Omaha, fiel a su tradicional estilo de inversión, rehusó la invitación de poner dinero en el banco. Exploraron el terreno asiático, concretamente en Corea del Sur, pero las conversaciones tampoco fructificaron.
Mientras, en público, Fuld y su equipo se empeñaban en negar la realidad. Pero su nerviosismo se traslucía en las sucesivas guerras fue abriendo. Contra el Wall Street Journal por sus informaciones, contra el gestor de hedge funds -fondos de inversión alternativa- David Einhorn, por dudar de la situación financiera de la entidad... Sin embargo, la suerte, mala en esta ocasión, estaba echada. El banco, perdido por la ambición de Fuld y su mano derecha, Joe Gregory, había ido demasiado lejos en sus posiciones inmobiliarias, cegado por el afán de ser más que Goldman Sachs. Y conforme el sector residencial se desinfló y los activos respaldados por hipotecas comenzaron a perder valor y a quedarse incluso sin mercado, por la imposibilidad de fijar un precio, el declive de Lehman resultó imparable.
El epitafio comenzó a escribirse en la noche del domingo 14 de septiembre. "Bueno, supongo que esto es un adiós", reconoció el propio Fuld, según detalla Ross Sorkin, en la última reunión de urgencia del consejo de Lehman, una vez que el Tesoro le confirmó que no quedaba otra salida que la quiebra.
¿Habrá más en el futuro?
Mil días después, otra de las incógnitas reside en si se han aprendido las lecciones. Por el momento, los reguladores y las autoridades políticas y monetarias han diagnosticado que la banca necesita un nuevo armazón legal, definido en las normas de Basilea III, que refuerza los requisitos de capital exigidos a las entidades. Otra de las lecciones supuestamente aprendidas -y anotadas- la expuso Bernanke ante la CICF. "Como vimos en 2008 y en 2009, las firmas demasiado grandes para caer pueden llegar a ser un gran riesgo para el conjunto de la estabilidad financiera. Si la crisis tiene una única lección, es que el problema del demasiado grande para caer debe ser resuelto". ¿Bastara con eso? Puede que no. "Las lecciones están aprendidas y... olvidadas. Hasta la siguiente ocasión", sentencia lapidariamente Juan Ignacio Crespo.
Por Pedro Calvo from elEconomista.es 13/06/2011

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