miércoles, 17 de enero de 2024

"Ese yogur no es un yogur": el terror de los supermercados son los lectores de etiquetas



Una ciudadana hace la compra en un supermercado. 
(EFE/Luis Tejido)



La nutrición ya no se mide por calorías, sino por la calidad de los alimentos




Hasta hace un tiempo, una dieta clásica hablaba de comer pavo, yogur o crema de verduras. Sin embargo, la nutrición se ha sofisticado en los últimos tiempos hasta el punto de que la cuestión ya no es que comas pavo, sino qué pavo has de comer. En los lineales hay decenas de productos de una misma categoría, pero no todos son iguales: los que tienen un 92% de pavo comparten estante con otros que tienen una cantidad igual de pavo y de fécula de patata.

"Esto se puede explicar con los yogures", dice Fran Susin, uno de los dietistas más populares en Instagram. "Hay un montón de productos en el supermercado que dicen ser yogures, pero no lo son. Son postres lácteos. Están en la zona de los yogures, pero, si te fijas bien, en ningún lugar pone que sean yogures. Para eso, la leche tiene que ser de origen animal, contar con al menos 107 cepas de la bacteria por cada 100 gramos y ser fermentados, algo que exige tiempo y unas condiciones concretas de almacenado. Sucede que con algunos espesantes consigues el mismo efecto que con la fermentación, pero mucho más rápido; el problema es que a los consumidores no se les informa de que ese yogur no va a tener las propiedades probióticas que está buscando".




Susin es el terror de los fabricantes de alimentos. Va al supermercado y analiza los productos según su composición. Conoce la mayoría de los aditivos y sabe identificar las distintas formas en las que se presenta el azúcar. Llegó hasta aquí por casualidad, ayudando a los pacientes de su clínica. "Un día me bajé con una clienta al supermercado para enseñarle cómo distinguir los productos saludables de los que solo lo aparentan y me dijo que por qué no difundía esta información para todo el mundo, que ella creía que cualquiera podía tener interés en esto", dice a este periódico. "Y desde entonces estoy con los vídeos. A veces elijo yo los productos, normalmente los recién salidos, aunque la mayor parte de las veces es la gente la que me pide que hable de uno en concreto". Con esta nueva visión de los alimentos, ninguno es una apuesta segura. ¿Una leche de soja con proteína? Error, tiene demasiado azúcar. ¿Galletas de espelta? Tampoco, muchas grasas vegetales y edulcorantes. ¿Ni siquiera la gelatina de cero calorías? Es puro conservante sin nutriente alguno, tómelo bajo su responsabilidad.

"El consumidor tiene que comprender que los fabricantes enmascaran sus productos mezclándolos con otros para que le salga más barato", dice Susin. "En poca cantidad, los aditivos no deben ser un problema, pero hay que conocerlos, porque si no, a largo plazo vas a tomar muchísimos, y algunos son tóxicos. Que la gente no se equivoque: las autoridades sanitarias buscan que los productos sean seguros, no sanos, mucho menos a largo plazo", continúa el dietista. "Yo aconsejo a la gente que, además de la bolsa, se baje al súper unas gafas para leer la letra pequeña. Como norma general, si ven un E-1XXX y no saben lo que es, no lo compren".


Más allá de las calorías

El trabajo de Susin puede enmarcarse detrás de lo que llamaríamos el realfooding. "Lo definiría como una tendencia de la nutrición que quiere ir más allá de contar calorías. Antes, se preferían los alimentos sin grasas o azúcar, pero los estudios más recientes nos dicen que lo más importante es la calidad del alimento, que es algo que no explican los fabricantes", indica el nutricionista Carlos Ríos, fundador de Realfooding.com.

Ríos y su equipo utilizan una técnica para darse a conocer que está triunfando en las redes sociales. En el supermercado, asaltan a los clientes para que les dejen rehacerles la compra con alternativas más saludables. A cambio, se ofrecen a pagarle lo que se lleve. "Nos hemos dado a conocer mucho por esto, pero no es tan bestia como parece", matiza Ríos. "No les obligamos a llevarse una compra perfecta, solo intentamos que conozcan otras opciones. Les explicamos, por ejemplo, cómo se cocina la avena".




Para Ríos, los aditivos son un problema menor, dado que solo podrían tener consecuencias en el largo plazo. "Sin duda, lo que menos me gustan son los refinados: azúcar, harinas y aceites. Hay galletas para niños, ahora mismo a la venta, que presumen de no tener azúcar, pero tiene 30 gramos de jarabe de glucosa, están hechos con una harina de trigo refinada, desprovista de su fibra, y aceite de maíz procesado a altas temperaturas. Un desastre para tu hijo del que no te advierte nadie".

Otra opción que está ganando fuerza a la hora de interpretar la compra es la app Yuka. Este software lee los códigos de barras y le da una nota a cada producto: no se circunscribe a los alimentos y también tiene cobertura para cosméticos. No obstante, los expertos le encuentran dos pegas. "En mi opinión, Yuka se guía demasiado por el Nutri-Score, que se centra demasiado en nutrientes y no tanto en ingredientes. Unos cereales de desayuno con azúcar, en cuanto le pongan fibra y proteína, ya va a obtener una buena nota", afirma Carlos Ríos.

"Yo dudo del modelo de negocio. La app no te cobra y dice que es independiente, pero, ¿de qué vive? Es una empresa, tiene ánimo de lucro y analiza productos, creo que por fuerza tiene que estar intervenida. Te pongo el ejemplo de los cafés preparados: tienen mucha azúcar y carragenos, un aditivo de toxicidad alta que no se recomienda a niños ni a embarazadas. Y, sin embargo, en Yuka tienen una buena nota", completa Fran Susin.

El auge de los realfooders, de momento, es solo un pequeño seísmo en las gráficas que genera más miedo que daño. "A menudo vemos que un producto, que ha tenido un buen desempeño en ventas a lo largo del tiempo, se nos despeña de golpe. Un terremoto, lo llamamos. Antes nos volvíamos locos buscando el motivo; ahora vamos directamente a las redes sociales a ver qué influencer lo ha matado", dice entre risas un alto cargo de una cadena de supermercados española. "Ha pasado siempre, solo que antes era más lento: desde que se decía que el aceite de palma es negativo hasta que todo el mundo se enteraba, pasaban años. Ahora un nutricionista te criminaliza un colorante y más vale que estés rápido, porque en dos meses te mata una línea de producto".


"Ahora cualquier 'influencer' te puede matar un producto con un mal comentario"


Este ejecutivo, que confirma la tendencia de los clientes a leer las etiquetas de los productos, cree que puede servir para mejorar la calidad de lo que comemos: "No está mal que la gente sea exigente con sus alimentos. La formulación de los productos es algo vivo: lo que hace diez años era normal, ahora es inadmisible. Y los fabricantes tienen que cambiar, adaptarse a lo que sabemos que es saludable".

En cierto modo, al escoger las alternativas dentro del propio supermercado, el trabajo de estos influencers puede entenderse como una forma de publicidad. De ahí que no solo les permitan grabar en sus instalaciones, sino que, en ocasiones, sean sus primeros fans: "Cuando voy al Mercadona, todos me saludan con mucho cariño. Incluso los empleados me enseñan los productos recién llegados para que opine, ¡porque ellos son los primeros consumidores!", concluye Susin.



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