lunes, 29 de enero de 2024

Ni dopamina, ni serotonina, ni oxitocina: el problema de pensar que la felicidad son chutes hormonales



Qué tendrán los atardeceres que insuflan de tanta dopamina cuando se viven en compañía. 
(iStock)



A raíz de los avances en neurociencia, corremos el riesgo de ser reduccionistas y pensar que el bienestar se basa en una mera cuestión química. Un experto en este campo aporta una visión crítica e inspiradora




En plena era de la psicología positiva, podemos dar por hecho que la felicidad no es una meta ni una aspiración (aunque a veces parezca que sí). Vivimos bombardeados con definiciones de este sentimiento que incluyen términos como "equilibrio", "camino", "vivir el presente". Y, por otro lado, desde el punto de vista estrictamente científico, se quimicalizan esos estados de euforia, de satisfacción o de alegría, alegando que todo al final es un chute de hormonas que sucede en nuestro organismo, al igual que ocurre durante el enamoramiento.

La felicidad no puede ser una cosa o la otra; ni se basa en unos ideales de bienestar psicológico, ni tampoco en una mera tormenta química de hormonas. Tiene que haber algo más. Al igual que surgen voces críticas dentro de la psicología contra esos clichés de la autoayuda y del mundo del bienestar, también sucede lo mismo en el campo de la neurociencia contra ese reduccionismo lógico de ver los estados eufóricos como efecto de un torrente hormonal segregado por nuestro organismo.

Dean Burnett es un neurocientífico autor de varios libros al respecto que ponen en jaque esa corriente de la neurociencia que considera que nuestro optimismo o alegría (puntual o continuada) se basa en la pura química. "Para ser justos, no hay nada malo en que la gente sea cada vez más consciente del funcionamiento biológico de sus cerebros, y la dopamina de hecho es un elemento integral del estudio neurocientífico que versa sobre cómo experimentamos felicidad", argumenta en un reciente artículo publicado en Aeon. "Nuestra capacidad de sentir placer es producto de lo que se conoce como la 'vía de recompensa', un circuito alojado en lo profundo de nuestras mentes. Si la actividad de dopamina contribuye de manera crucial a la sensación de placer, y el placer es un aspecto clave de sentirse feliz, entonces es lógico que aumentando tus niveles de dopamina serás mucho más feliz".


Algo más que química

Sin embargo, "hay una lógica muy superficial en esta manera de entender la felicidad", sostiene Burnett. "Desafortunadamente, esta lógica no sirve para sostener la enorme complejidad e interconexión de nuestros cerebros. Existe una gran cantidad de evidencia científica que demuestra que no basta con aumentar la dopamina para experimentar bienestar". Y menciona, sin ir más lejos, los tratamientos para la enfermedad de Párkinson, los cuales se basan en complejos farmacológicos de levodopa, el cual sirve para disminuir los síntomas de la afección aumentando la disponibilidad de dopamina en el cerebro para que actúe contra la pérdida de sustancia negra (una región del mesencéfalo involucrada en la coordinación del movimiento).


"La oxitocina no solo aumenta el placer en los encuentros emocionales positivos"


"La levodopa aumenta directamente los niveles de dopamina, por lo que si tan solo bastara con eso para aumentar la sensación de placer y felicidad, este medicamento sería una de las drogas recreativas más populares de la historia", señala Burnett. "Pero ese no es el caso, en absoluto: tomar levodopa es bastante desagradable, de ahí que no solemos ver a pacientes de Parkinson en un estado constante de euforia. Claramente, un aumento generalizado de la dopamina no desencadena una mayor sensación de bienestar, te hace sentir peor, en todo caso. Esto no quiere decir que esta hormona no contribuya biológicamente a nuestra capacidad para sentirnos felices, sino que hay algo que va mucho más allá. Se podría decir que la dopamina es para la felicidad lo que la gasolina para un coche; es una parte integral para su funcionamiento, pero si literalmente llenas tu automóvil con gasolina, hasta el punto de que salga por las ventanas, eso no ayudaría a que funcionara correctamente".

Lo mismo ocurre con otras hormonas como la serotonina o la oxitocina (esta última en concreto tiene un papel fundamental en la sensación de enamoramiento al ser liberada a propulsión después de tener relaciones sexuales con alguien con quien nos une un vínculo emocional). Como desmiente el neurocientífico, "la oxitocina no solo aumenta el placer en los encuentros emocionales positivos, amplifica todas las sensaciones en esos momentos emocionales, incluso en los que tienen una carga negativa". Por tanto, podríamos decir que influye también cuando vivimos un desengaño amoroso o una pérdida de alguien muy querido (no porque necesariamente se haya muerto).

Por tanto, habría que desmentir esa corriente dentro de la opinión pública, amparándose en las investigaciones neurocientíficas, de que la felicidad es un estado transitorio de placer, bienestar o alegría basado en una cuestión hormonal. "No estoy diciendo que estas diversas sustancias químicas cerebrales no desempeñen un papel importante, incluso crucial, en nuestra experiencia de la felicidad. Por supuesto que lo hacen", matiza Burnett. "Y es bueno que nuestra visión cultural de la felicidad y el bienestar se esté volviendo más científica de forma gradual que solo espiritual e ideológica, lo que dejaría más lugar a la interpretación o manipulación. Lo que me preocupa no es tanto la cantidad de personas que insisten en que la dopamina es un factor esencial en el funcionamiento de la sensación de felicidad en nuestro cerebro, sino creer que es el único factor que interviene en esas sensaciones".


¿Cuándo fue la última vez que fuiste feliz?

"La experiencia de felicidad es una parte integral de nuestra salud mental, y reducirla a una mera cuestión de sustancias químicas básicas es inexacto y demasiado reduccionista", concluye el experto. "También se corre el riesgo de que se aplique la misma lógica a otros aspectos de la vida humana. Corremos el riesgo de ignorar los complejos factores psicológicos y sociológicos que determinan el bienestar de una persona". Como bien afirma Burnett, si vives con en unas condiciones socioeconómicas malas, es lógico que tus probabilidades de experimentar felicidad sean mucho más bajas que las de una persona que tiene una buena posición social y cultural, por ejemplo.

Al final, la felicidad no es un proceso químico ni tampoco una emoción a la que se pueda aspirar basándose en unos preceptos de psicología instagrameable. Es una sensación que aflora en nosotros como resultado de muchos factores y elementos, tanto internos como externos. Y todo eso hay que tenerlo en cuenta para no sentirse peor de lo que uno se debería sentir y, a su vez, saber disfrutar mucho más de esos momentos que la vida nos regala y que nos vienen a la mente cuando reflexionamos sobre esa última vez en la que fuimos "plenamente felices".



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