La posibilidad real de que una civilización alienígena detecte vida en la Tierra
Una nave en órbita en un planeta de una civilización tipo II en la escala Kardashev. (Inteligencia artificial/Novaceno)
Un nuevo estudio publicado en el diario científico 'Acta Astronáutica' especula sobre la posibilidad de que otra civilización pueda detectar vida inteligente en la Tierra
¿Qué se requiere para detectar vida inteligente como la que existe en la Tierra en el cosmos? Es la pregunta que se hace el astrofísico Z.N. Osmanov en un estudio científico publicado en el diario científico Acta Astronautica. La respuesta es deprimente.
Según Osmanov —profesor de Física de la Universidad Libre de Tbilisi, Georgia— se necesita el nivel tecnológico de una civilización del tipo II en la escala Kardashev: una especie capaz de aprovechar toda la energía de su estrella usando una esfera de Dyson u otra megaestructura similar. En otras palabras: la humanidad —que todavía no ha llegado ni al tipo I— no puede detectar una civilización interplanetaria a no ser que estos se den a conocer o se produzca un encuentro accidental con una nave alienígena.
El planteamiento de Osmanov tiene sentido y explicaría en gran parte la paradoja que planteó Enrico Fermi, que se preguntaba “dónde está todo el mundo” si teóricamente la vida es abundante en el cosmos.
La pregunta correcta
La humanidad lleva décadas intentando encontrar vida inteligente en el cosmos. En ese tiempo el programa SETI ha barrido una ridícula parte del firmamento intentando detectar señales de radio anómalas. Sólo ahora estamos empezando a considerar otros planteamientos, como la hipótesis de que quizás haya sondas alienígenas que hayan cruzado el sistema solar o incluso colisionado con la Tierra.
La pregunta y el trabajo de Osmanov parte de varios supuestos sólidos, planteando hipotéticas formas de detección infalibles y luego realizando los cálculos necesarios para llegar a la conclusión de que sólo una civilización del tipo II tendría la capacidad técnica necesaria como para levantar sus ojos al cielo y detectar a otras especies inteligentes aunque éstas no sean avanzadas, como los humanos: “consideramos la cuestión de cómo nuestras construcciones artificiales son visibles para las civilizaciones extraterrestres avanzadas. Tomando la universalidad de las leyes de la física, descubrimos que la distancia máxima donde la detección es posible es del orden de 3.000 años luz y, bajo ciertas condiciones, las sociedades alienígenas avanzadas de tipo II podrían ser capaces de resolver este problema,” afirma el estudio.
Clasificación Tecnológica de las Sociedades Alienígenas
La escala Kardashev es una clasificación de civilizaciones basada en su capacidad de aprovechamiento energético. Las civilizaciones Tipo I son aquellas que consumen toda la energía disponible en su planeta. Las del Tipo II son capaces de utilizar la energía total de su estrella. Las civilizaciones Tipo III, aún más avanzadas, podrían capturar toda la energía disponible en su galaxia.
La estimación es que la humanidad está hoy en el punto 0,75, pero nuestra huella en la Tierra es visible desde el espacio observando artefactos humanos que pueden ser detectados por civilizaciones extraterrestres de tipo II a miles de años luz de distancia.
Estos objetos serían principalmente grandes infraestructuras y metrópolis como Nueva York o Shanghai, así como grandes canales que pueden ser fácilmente identificados como construcciones. Para detectar estos objetos desde más allá de la órbita de la Tierra, sin embargo, se necesitan telescopios ópticos de alta potencia con una resolución angular extrema que sólo una civilización de tipo II puede fabricar, asegura Osmanov.
Distancia máxima
Utilizando la Ecuación de Drake —que estima la cantidad de civilizaciones extraterrestres en nuestra galaxia— Osmanov calcula que debería haber alrededor de 650 civilizaciones avanzadas en la Vía Láctea para que una de ellas esté lo suficientemente cerca de la Tierra como para poder detectar nuestras estructuras del tamaño de las Pirámides. Para estructuras modernas más grandes, como las metrópolis, el número de civilizaciones debería ser mucho mayor.
A una distancia de hasta 3.000 años luz, dice Osmanov, una civilización debería tener la habilidad de construir un telescopio de varios millones de kilómetros de diámetro para detectar las pirámides.
La resolución angular de un telescopio depende de su diámetro, lo que significa que para resolver ángulos muy pequeños se necesitan telescopios extremadamente grandes. Aquí es donde entra en juego la interferometría de muy larga base, una técnica que implica el uso de al menos dos telescopios separados por una gran distancia. Esta técnica permite crear efectivamente un "telescopio virtual" mucho más grande que cualquier telescopio físico.
Osmanov también apunta a que las sociedades alienígenas avanzadas de tipo II podrían utilizar computadoras cuánticas basadas en agujeros negros artificiales para registrar señales con escalas de tiempo inferiores a un segundo (fracciones infinitesimales, de hecho) algo actualmente imposible para la humanidad. Estas computadoras ampliarían significativamente las capacidades de detección de estas civilizaciones, afirma.
Anillos de gravedad de Einstein
Actualmente la humanidad no está trabajando en nada similar. Como máximo tenemos el telescopio de gravedad de Stanford, un instrumento que permitirá, por primera vez en la historia, ver un planeta en otro sistema solar en detalle. Tanto detalle —en la escala de decenas de kilómetros por pixel— que sus inventores aseguran que podremos observar continentes, océanos, nubes y hasta volcanes en activo. De hecho, afirman que podremos ver cómo se mueve la atmósfera mientras el exoplaneta gira alrededor de su estrella madre.
Ese proyecto es uno de los tres que ha pasado a la fase 3 de financiación en el Instituto de Conceptos Avanzados de la NASA y sus inventores han publicado recientemente un nuevo estudio en el diario científico The Astrophysical Journal donde ofrecen nuevos detalles sobre cómo planean hacerlo realidad.
Este telescopio espacial no usará lentes convencionales sino que explotará un fenómeno conocido como Anillo de Einstein. Estos anillos se pueden observar en torno a cualquier objeto masivo en el espacio, desde una estrella a una galaxia. La gravedad creada por la masa deforma la luz que proviene de objetos muy lejanos situados detrás de la misma desde el punto de vista del observador, ampliándola y creando un anillo. Utilizando un algoritmo, este anillo se puede volver a recomponer, transformando una imagen deformada en una imagen normal. El James Webb, el Hubble y muchos observatorios terrestres ya utilizan este efecto con galaxias, revelando otras galaxias tan lejanas que no podríamos ver con el uso directo de los espejos y sensores actuales.
Tarea de titanes
El problema está en que, para poder aprovecharse del Anillo de Einstein que puede ‘generar’ nuestro sol, el telescopio debe estar a una distancia mínima de entre 550 y 1.000 unidades astronómicas (AU). Básicamente, la misión buscaría poner el instrumento a 14 veces la distancia del Sol a Plutón, suficiente para poder investigar los miles de planetas que sabemos están en el rango de los 100 años luz de distancia. Constaría de una constelación de mini-satélites modulares —que para recortar costes se enviarán como carga en otros vuelos de cohetes— que se ensamblarán en el espacio de forma autónoma, como si fueran bloques de Lego.
De esta forma, afirman, podemos tener una misión lista para operar en apenas una década desde su lanzamiento. Una vez en su punto de observación, el telescopio operaría básicamente de forma autónoma usando inteligencia artificial y siguiendo una lista de objetivos preestablecida. El motivo de esta autonomía es que, a la distancia operativa, las comunicaciones entre el telescopio y la Tierra tardarán unas 63 horas. Para maniobrar, el instrumento podría utilizar motores de iones durante los diez años que dure la misión científica.
Ahora mismo, la sonda Voyager 1 —el objeto de origen humano más alejado de la Tierra— está a 156 AU después de 44 años de viaje. Así que el primer problema estará en acortar el tiempo de viaje. Ahora mismo no existe la tecnología —como los motores de fusión directa— para acelerar un telescopio del tamaño del Hubble a la velocidad de 20 AU por año, el mínimo que consideran aceptable. Así que en vez de enviar un solo telescopio como el Hubble o el Webb, el equipo quiere enviar varios pequeños satélites modulares hacia el Sol, utilizando su efecto de asistencia gravitatoria combinado con velas solares para alcanzar el punto de observación en un tiempo aceptable.
Es un trabajo realmente titánico y aún así sólo podríamos ver un planeta de unos pocos píxeles, una resolución insuficiente para ver estructuras planetarias. Todavía nos quedan milenios antes de llegar al punto tecnológico en el que podamos enfocar nuestros ojos en un planeta y encontrar señales inequívocas de construcciones de otras civilizaciones. Hasta entonces, tendremos el proyecto Galileo y SETI.