sábado, 11 de junio de 2011

Soweto, el símbolo de una nación castigada con 5,6 millones de infectados por SIDA


Foto from rnw.nl

La esperanza: Monthsane, de 55 años, podría explicar qué es salvar la vida por recibir esa ayuda | La ayuda: En un descampado lleno de basura, Constance visita puerta a puerta | 22.000 millones de dólares en el 2015 para evitar siete millones de muertes | Millares de abuelas, tías o vecinas cuidan a huérfanos del sida.
Una cría de gato como señal de victoria. De pelo anaranjado, el felino juguetea entre las piernas de los visitantes y alcanza ansioso un cazo de leche en el suelo de la cocina. Tendrá unos dos meses y, aunque es imposible que lo sospeche, es el símbolo de la esperanza de la casa. Hace unos años, su dueña no podía ni moverse de la cama. El sida había destrozado su organismo. "Lloraba y lloraba, me hacía todo encima, estaba paralizada de cintura para abajo, muy débil. No podía ni limpiarme. Un desastre", recuerda. Monthsane, de 55 años, vive en una pequeña casa en Zola, uno de los barrios menos recomendables de Soweto, a las afueras de Johannesburgo, y también uno de los más castigados por el VIH. Y en Sudáfrica, cargar con esa etiqueta no es un detalle sin más. Con 5,6 millones de infectados, es el país más golpeado del mundo por la enfermedad. Vestida con un albornoz blanco de topos lilas, Monthsane se ha colocado, coqueta, un pañuelo blanco en la cabeza para recibir a las visitas. No tiene ni idea que, a miles de kilómetros de su hogar, se celebran cumbres internacionales donde se debate el futuro de miles de enfermos de sida como ella. Pero Monthsane podría explicar qué es salvar la vida por recibir esa ayuda. Y dar lecciones de buen humor. Cuando las enfermeras que la han ido a ver a su casa le preguntan cómo está, deja que sus piernas sean la respuesta: se levanta del sofá, da dos pasos cortos y se lanza a bailar y cantar. Por eso ha decidido tener un gato, porque ahora será capaz de cuidar de los dos.
Monthsane presta sus huesos, su cuerpo cansado y su voluntad de hierro para restar frialdad a los números que alertan sobre el impacto del sida, especialmente en África Subsahariana, desde que se diagnosticaron los cinco primeros casos en 1981. Hoy, dos tercios de los 34 millones de infectados de VIH en el mundo viven en el continente madre. La mayoría, mujeres y jóvenes. Con un simple golpe de memoria, Monthsane pone rostro al problema. "Yo no fui a buscar el sida. La enfermedad vino a buscarme en esta casa. No podía controlar lo que hacía mi marido ahí fuera", dice. Su hija Zendzile, de once años, dibuja otra cara del drama. Nació seropositiva, pero es fuerte como una roca, dice su madre. No tiene problemas en el colegio por eso. "En el barrio, quien no está infectado, está afectado", apunta Monthsane en un arranque de sagacidad.
Y serán más. De los veinte países con más adolescentes –entre 10 y 19 años– infectados, sólo dos (EE.UU. e India) no son africanos. Sudáfrica encabeza la lista, con 292.000 casos. Susane Kasedde, especialista de prevención de SIDA de Unicef, no visitó Johannesburgo por casualidad la semana pasada. Las buenas noticias sobre el virus –un 25% menos de nuevos infectados en la última década– son un arma de doble filo. Por si acaso, Kasedde no baja la guardia: "A pesar de los progresos hechos, aún tenemos cinco millones de jóvenes de entre 14 y 25 años con VIH. ¿Sabes cuántos de África Subsahariana? Casi cuatro", nos cuenta.
De nuevo en el barrio de Zola, en un descampado lleno de basura, Constance pasea con tres amigas y un bloc de notas apretado contra el pecho. Son voluntarias de la organización Total Control of the Epidemic y visitan a los vecinos puerta por puerta para convencerles que se hagan la prueba del sida. En Sudáfrica, el análisis y los antirretroviales son gratuitos y estos días hay instaladas unas carpas rojas con las agujas preparadas. De 42 pruebas hechas hoy –por el viernes–, siete han dado positivo. Todas mujeres de menos de 25 años. "Hay mucha gente que tiene miedo. Si creen que están en riesgo, no vienen. Creen que si no lo saben, no les pasará nada", dice Constance. En su mirada se escapa un destello de resignación.
Dimakatso y Dumi no saben qué es la ONU ni Nueva York. Tienen cinco y nueve años, las piernas de alfiler y el hambre clavado en las costillas. Dumi ha rapiñado un bocadillo de pan de molde no se sabe muy bien de dónde. La petición internacional de más fondos para luchar contra el sida es ese bocadillo. UNaids calculó hace unos días que se necesitan 22.000 millones de dólares en el 2015 para evitar siete millones de muertes por sida. Los recortes de presupuesto no son sólo números en Soweto. Hasta finales del año pasado, los dos niños estaban atendidos por la Cruz Roja. La coordinadora del proyecto, Mantshadi Moralo, se muerde el labio de rabia al explicarse. "Hubo un recorte y dejó de llegar la ayuda en octubre. Tuvimos que dejar de atender a los niños que estaban más lejos de la sede. Su madre tiene sida y es alcohólica. Los abandonó", dice. Duermen en una chabola de hojalata oxidada que huele a rayos. Comparten el agujero, en el que un colchón podrido ocupa casi todo el espacio, con un hermanastro que les echa a la calle cuando su novia le visita. No hay cocina ni baño. Tampoco agua o electricidad. "El más pequeño tiene tuberculosis y posiblemente sida también", dice Moralo.
El Gobierno sudafricano gastará este año mil millones de dólares en programas de sida y VIH. Su campaña "Conoce tu estatus" ha hecho el test del sida a 12 millones de personas. La educación es clave porque en estos casos la ignorancia es asesina. "Algunas sectas religiosas aseguran que si se reza mucho, se puede curar el sida. Y la gente reza hasta que cae", lamenta.
El reto es tan enorme como la inocencia de las víctimas más vulnerables. Hay 1,99 millones de huérfanos por sida en Sudáfrica. Un paseo por los barrios con menos suerte del país es zambullirse en esa realidad. Millares de abuelas, tías o vecinas cuidan a huérfanos del sida. "Su madre murió, el padre se fue", repiten decenas de ancianas que se echan la casa a cuestas por responsabilidad y por amor.
Relebogile Matschatlda perdió a sus padres por el virus y también tiene sida. La vida no se lo pone fácil. Tiene un tumor en el cuello del tamaño de una pelota de tenis. "No me gusta cuando los otros niños se ríen porque tengo esto", dice mientras se señala el bulto. Tiene unos ojos verdes de impresión que resaltan en su tez morena. Vive con su abuela y dos hermanos en un centro social. Por la tarde, se reúne con otros amigos en el centro de salud donde les informan sobre el sida. Ese día se han colocado en corro y dos chicas adolescentes leen un texto sobre los derechos de los niños. Cuando llega el turno de preguntas, una niña corta el aire con una voz de cristal. "¿Por qué los niños tenemos que tener sida?", interroga. Relebogile fija la mirada en el suelo y mueve la cabeza suavemente. Como si se preguntara lo mismo.

From Xavier Aldekoa | Johannesburgo  from lavanguardia.com  10/06/2011

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