martes, 7 de octubre de 2025

Viajar en bicicleta y dormir en conventos a lo largo de Italia para paliar la ansiedad y depresión





Pepe Pérez-Muelas y su bicicleta a su paso por Turín con las montañas y la Mole al fondo (Cedida por el autor)




Pepe Pérez-Muelas ha escrito el hermoso libro 'Días de sol y piedras' (Siruela) en el que narra su viaje por la ruta laica francígena. Está lleno de amor por la literatura y la historia del arte y le salvó tras un colapso mental



Todo partió de un gran amor y de una enfermedad. El primero era Roma, la ciudad en la que había pasado los momentos más felices de su vida; la segunda era la ansiedad, bordeando ya la depresión, que le había llevado a dejar de ser quién era, un chico alegre, curioso, voraz lector y enamorado del arte y la vida. Con ambas alforjas, Pepe Pérez-Muelas (Lorca, 1989), filólogo e historiador de Arte, se subió en una bicicleta de montaña para transitar por la vía francígena en Italia, de los Alpes a la ciudad eterna. Muchos kilómetros, mucha soledad y al final un resultado que ni siquiera estaba en sus propósitos: Días de sol y piedras (Siruela), un libro que es mucho más que un libro de viajes por la Italia de la naturaleza y la cultura y que es embriagador y muy sugestivo. Brillante.

Pérez-Muelas lleva el viaje (y el arte y la literatura) en las venas, ya que su anterior ensayo es Homo Viator. El descubrimiento del mundo a través de los viajeros (Siruela). Es, desde luego, un digno heredero de escritores como Javier Reverte o Julio Llamazares. En julio de 2024 emprendió este camino por la ruta francígena, una vía que abrió en el siglo X Sigerico, el arzobispo de Canterbury, cuando viajó de Roma a la ciudad inglesa y lo escribió. Para el escritor fueron catorce días que comenzaron en el Gran San Bernardo, una montaña que se eleva a 2.500 metros, a la falda del Mont Blanc -para ello se llevó la preciosa novela Las ocho montañas, de Paolo Cognetti (la película también merece mucho la pena)- para, a través del Valle de Aosta, de los Apeninos y de la Toscana llegar a Roma. “Como mi objetivo era volver a recuperar al Pepe de siempre, la necesidad era llegar a Roma y llegar con el simbolismo que supone hacerlo en bicicleta”, cuenta a este periódico por teléfono.


"Por la vía francígena han pasado los ejércitos de Carlomagno, los de Napoleón, los nazis también entraron en la Segunda Guerra Mundial por ahí"


La ruta francígena es (por suerte) mucho menos conocida que el Camino de Santiago, que Pérez-Muelas también había hecho hace casi diez años. Es, además, una ruta laica muy alejada del recorrido que hizo un santo. “No tiene nada de especial en el sentido religioso, no hay milagros, no hay hechos sobrenaturales. Pero eso para mí era lo más apetecible, ya que es una ruta salpicada de historia. Por la vía francígena han pasado los ejércitos de Carlomagno, los de Napoleón, los nazis también entraron en la Segunda Guerra Mundial, por ahí”, señala el escritor y viajero para quien también tuvo un estímulo muy importante todas las huellas artísticas que deja esta ruta: “En ella podemos ver el poco Románico que pueda tener Italia, por ahí entró el Gótico internacional y fue la vía que se utilizó para expandir el Renacimiento y el Barroco desde Italia hacia Europa y el mundo”.


placeholder'Días de sol y piedra', de Pepe Pérez-Muelas (Siruela)
'Días de sol y piedra', de Pepe Pérez-Muelas (Siruela)


Y pese a que Pérez-Muelas no se considera ni creyente ni religioso, el viaje también tuvo un aspecto muy espiritual, muy de comunión con lo simbólico. “Fue una peregrinación laica”, describe. Estuvo muy bien acompañado por las lecturas -por ahí desfilan Pavese (tremendo en el episodio de Turín), la Odisea, Petrarca, los cuadros de William Turner- y por la experiencia de dormir en monasterios y conventos con los que cumplió todos los ritos, incluido el de ir a misa. Así le ocurrió en Mortara, un pueblito pequeño al norte. Allí pasó la noche en un convento del siglo XIII casi en ruinas. Y solo.

“Dormí en un refectorio que tenía pinturas del taller de Giotto. Ya no se usaba como tal y tenía unas 40 camas puestas en fila, pero solamente estaba durmiendo yo. Es una sensación de soledad, de quietud, de que hay algo muy superior a ti, que te está observando, que es la Historia, que es el Arte, que son los miedos también. Es una sensación en parte gratificante, pero también da cierto vértigo”, asegura sobre esta vivencia desde luego bastante extemporánea y que dejó de hacer en La Toscana, una zona que ya está mucho más turistificada. “Pero sobre todo en las primeras siete etapas, hasta llegar a los Apeninos, mi tónica general fue esa, la de ver también cómo ese gran patrimonio se está perdiendo, y al no darle utilidad o al no darle espacio en la cotidianidad de nuestros días, amenaza con las ruinas”, apostilla.


El viaje y la soledad buscada

Durante mucho tiempo le acompañaron en este viaje el miedo, “la esperanza de llegar, la esperanza de curarme”, y también la soledad, pero fue elegida, buscada. Es algo que cuenta también Homo Viator porque Pérez-Muelas le da al viaje un carácter de cierto nomadismo. Precisamente, en este recorrido lo que más le impresionó fue el contacto con una naturaleza sin seres humanos. Pedaleaba kilómetros sin encontrarse con nadie y eso, cuando estamos tan acostumbrados a estar rodeados de gente, puede resultarnos extraño y paradójicamente, al menos en su caso, muy confortable.

“He aprendido que existe un mundo sin hombres ni mujeres, que existe un planeta sin humanidad, y que uno puede entrar realmente en relación con la naturaleza, con el paisaje, con las montañas, con los ríos, a través de la soledad. Para mí la soledad es muy importante, yo he sufrido mucho la soledad en este viaje, pero también la he necesitado y la he buscado. La soledad en el sentido de no encontrar atascos, de alejar los problemas que uno lleva consigo en cada paso”, manifiesta.


"El ser humano también es un ser muy individual. Para volver a imbuirnos de la sociedad y valorarla muchas veces necesitamos alejarnos de ella"

Y fue de gran ayuda para su enfermedad. También cree que todos, de alguna manera, necesitamos alejarnos del tópico que llamamos mundanal ruido. “El ser humano también es un ser muy individual, aunque no nos demos cuenta. Buscamos también salirnos un poco de la manada, de la sociedad, porque para volver a imbuirnos de esa sociedad de la que participamos, que colaboramos, también muchas veces necesitamos alejarnos de ella, o bien para valorarla, o bien para criticarla, para poner un poco de pausa en nuestras vidas”. Y sí, reconoce lo redundantemente desoladora que puede ser la soledad no elegida, sobre todo en un mundo en el que, como decía Umberto Eco, nunca hayamos estado tan solos, a pesar de estar tan rodeados de multitud, “pero la soledad que uno encuentra en la naturaleza es una soledad que reconforta, que sana, que nos retrotrae un poco a la esencia de lo que es cada uno, que nos carga las pilas. La soledad que hay en las ciudades creo que es una soledad mucho más dañina”.


Viajar viendo

Pérez-Muelas viajó con su bicicleta y con un montón de libros. La literatura siempre ha estado muy presente en su vida y suele ser catalizadora de sus viajes. Muchas veces acude a tal o cual sitio porque ha leído al respecto. Por ejemplo, dice, Roma no sería su Roma con el barrio de San Lorenzo sin Elsa Morante y novelas como La historia. Si lo ha leído tiene que ir a conocerlo. Sabe que esto, en una época en la que se viaja por hacer fotos para redes sociales y en la que muchas ciudades se han convertido en auténticos decorados de Instagram -que muchas veces falsea la realidad- no es nada habitual. No se viaja con un libro sino con un móvil.

“Por una parte viajar se ha democratizado y ahora puede hacerlo mucha más gente. Y las ciudades se han convertido ya en parques temáticos. Yo vivo en Sevilla y lo sufro. Lo vemos también en Madrid. Los barrios ya no los habitan los ciudadanos, sino que son pisos turísticos, hoteles y restaurantes. Eso hace también que la calidad del turismo baje mucho”, manifiesta. Además de estas ciudades españolas, pone como ejemplo una italiana que cree que se ha echado, en este sentido, totalmente a perder: Florencia.


placeholderPérez-Muelas en los Alpes (Cedida por el autor)
Pérez-Muelas en los Alpes (Cedida por el autor)

“Allí la gente hace cinco o seis horas de cola para ver el David de Miguel Ángel, pero cuando está delante del David de Miguel Ángel yo no sé si se llega a producir el intercambio directo de mirada con el David de Miguel Ángel o si todos lo hacen a través de la pantalla de su móvil. Lo que importa no es ver el David de Miguel Ángel, es enseñarle al mundo que tú has visto el David de Miguel Ángel. En eso las redes sociales tienen mucha culpa. O la plaza de la Señoría. Es un decorado en el que encuentras a grupos de cientos y cientos de turistas en chanclas, en camisetas de tirantes, tirando helado en un mármol que tiene mil años”.

Y ahí pone la venda antes de la herida, por si cae la crítica de 0,60 de que todos somos turistas: “Claro, yo también subo fotos. No critico a las personas que lo hacen. Estoy constatando un problema que lo que hace es que hayamos perdido ya el sentido de lo que estamos viendo. También escribo libros con ideas y puede que esté colaborando a que todo esto suceda, pero también creo que es un viaje más responsable”.


La belleza de Roma

Pérez-Muelas llegó a Roma y se supo merecedor de un buen vino y un buen plato de pasta. Se lo había ganado a pulso, como ocurría al final de cada una de sus jornadas. “Había hecho ese sacrificio, ese esfuerzo físico y mental, ya que para mí la bicicleta es más mental que físico. Sentía que me la había ganado, que había merecido la pena todo esto”, señala. Y halló esa Roma en la que, tras salir de su Lorca natal, de la Granada en la que estudió, de la La Sorbona a donde había acudido con una beca, pasó unos meses de flaneur disfrutando de cada detalle. Y volvió a encontrarse con ese Pepe al que echaba tanto de menos.


"Cuando tengo episodios de ansiedad, esos ataques grandes y tengo que cerrar los ojos y respirar, siempre pienso en una plaza romana"

“Para mí Roma es la aspiración máxima de la belleza, es la contemplación absoluta del arte, eso es lo evidente, pero Roma es mucho más. Era donde yo quería llegar, donde yo quería ser ciudadano, sentirme en el mundo. Luego Roma se fue extendiendo cuando la descubrí con viajes, pero también con la escritura. Roma está en mi biblioteca, está en las lecturas que yo he hecho, en el arte que veo, en los museos, en los recuerdos. Cuando tengo episodios de ansiedad, esos ataques grandes y tengo que cerrar los ojos y respirar, siempre pienso en una plaza romana, en el Campidoglio, en las ruinas del Palatino de fondo, en su cielo azul”.

Esa belleza está plasmada en este hermoso libro de viajes, de literatura, de arte y de espiritualidad. Un gran libro de este 2025.