viernes, 24 de octubre de 2025

Una sociedad de rentistas y sirvientes deja a la Europa del turismo atrapada y sin vacaciones

 

Verano en Benidorm (Alicante). Foto de Dreamstime.


  • Más de un 30% de la población no puede permitirse una semana de vacaciones 
  • La expansión del turismo atrapa a la economía en un modelo precario...
  • ... y con millones de 'sirvientes' (asalariados que trabajan en el turismo)


El turismo se ha erigido como el principal motor de crecimiento de los países del Mediterráneo. Las vacaciones de los visitantes extranjeros son una gran fuente ingresos para los nacionales y para equilibrar la balanza de pagos. Esta bonita estampa que parece una simbiosis casi perfecta, oculta, sin embargo, otra cara menos amable que empieza a verse cada vez con más claridad. Los países de Europa donde el turismo tiene un peso cada vez mayor en la economía son al mismo tiempo los países donde una menor proporción de personas puede permitirse una semana de vacaciones. El turismo es un arma de doble filo para la economía y las desigualdades internas en los países que tienen a este sector como uno de sus pilares son la prueba de ello.

El turismo, además de generar ingresos, también incrementa los precios internos de los bienes que demandan los visitantes (normalmente extranjeros con una renta media que suele ser superior que la del país que visitan), al mismo tiempo que se generan ciertas desigualdades en los países receptores, entre aquellos que se benefician en mayor medida del turismo (se les puede denominar como rentistas: caseros, dueños de cadenas de hoteles, propietarios de ciertos comercios u hostelería...) y los que ocupan empleos (asalariados o sirvientes) que requieren escasa cualificación en el sector (los que no pueden permitirse las vacaciones). Esto genera lo que un analista ha denominado como una sociedad de rentistas y sirvientes un tanto desigual. Una trampa de la que resulta muy difícil salir.

Hace escasas semanas, Eurostat, la agencia de estadísticas de Bruselas, publicaba un dato paradójico, los reyes del turismo en Europa se quedan sin vacaciones: españoles, portugueses, italianos y griegos eran los que tenían más dificultades para irse de vacaciones una semana al año dentro de los países de la zona euro. Mientras que solo el 8,9% de los habitantes de Luxemburgo, el 13% de los de los Países Bajos o el 14% de los finlandeses declararon no poder permitirse pasar una semana de vacaciones fuera de casa, más del 30% de italianos, portugueses o españoles aseguraron que no podían. En el caso de Grecia, el porcentaje ascendía hasta el 46%.

Está claro que el nivel de renta per cápita (mucho más bajo en el sur que en el norte) explica gran parte de esta diferencia, pero también es cierto que ese bajo nivel de renta puede ser producto de una economía muy intensiva en sectores de bajo valor añadido como el propio turismo o que precisamente la llegada masiva de turistas incremente los precios internos reduciendo las posibilidades de que los nacionales puedan hacer turismo en su propio país.

Esta combinación, junto a otros factores, genera una sociedad que queda atrapada entre el bajo valor añadido del turismo y las externalidades negativas que genera el mismo (gentrificación, vivienda cada vez más cara y poco accesible, precios más altos de otros bienes en algunas zonas, precariedad laboral...). Marko Jukic, analista senior en Bismarck Analysis, realizaba un certero análisis hace dos meses en el que explicaba de forma entendible y cómo funcionaba esta trampa, una trampa que se hace más fuerte a medida que los países que la sufren tienen más problemas. Cuanto peor funciona la economía, el turismo parece una válvula de escape más valiosa, pero lo cierto es que el turismo parte del problema y no de la solución, según este experto.

Aunque la economía española parece mostrar gran dinamismo y potencial, tal y como revelan las cifras más gruesas y superficiales de la economía (PIB y empleo), lo cierto es que cuando se escarba un poco se encuentran las miserias: una productividad estancada, un PIB per cápita que apenas crece, unos salarios reales que llevan décadas estancados y una desigualdad de renta que está entre las más altas de Europa, según el coeficiente de Gini. Este coeficiente, en el que cero supone que todos los ciudadanos tienen la misma renta y 100 que toda la renta la acumula un ciudadano, revela que Italia, Portugal, Grecia y España son los países más desiguales dentro de la zona euro (solo por detrás de los bálticos). Los países del sur de Europa presentan niveles que superan el 31 en la escala de 0 a 100, frente a los niveles de 24 o 27 de los países nórdicos, Países Bajos, Bélgica, Polonia o Irlanda.

'Cuanto peor, mejor para el turismo'

"A medida que estos problemas se agravan, el turismo se vuelve más atractivo para empresarios, políticos y legisladores: si bien los trabajadores pueden emigrar, las propiedades no, y la mano de obra mal remunerada puede importarse fácilmente del extranjero para atender a turistas de países más ricos. El turismo puede convertirse en el ejemplo de éxito de la nueva economía, ofreciendo un discurso esperanzador y ganador a una base electoral cada vez más compuesta por terratenientes de edad avanzada. Pero en realidad es solo una forma de aliviar temporalmente la tensión financiera causada por problemas económicos y culturales más profundos que siguen sin resolverse", asegura Jukic.

El caso de España es un buen ejemplo de lo anterior. Un país en el que cada año crece la población en 500.000 personas por la llegada masiva de mano de obra extranjera que encuentra acomodo en sectores como la hostelería, el comercio o el turismo. Los números que genera este último sector se venden además como auténticos éxitos: 100 millones turistas y cuántos más pueden caber. Pero la realidad a la que apunta Jukic es bien diferente, esta esperanza es una forma de desviar la atención de los verdaderos problemas.

El turismo no es prosperidad

"El turismo no es una vía de prosperidad para el sur de Europa, ni probablemente para ninguna nación con una población considerable, debido a la propia naturaleza de la actividad: por una recompensa financiera relativamente limitada, requiere un uso intensivo de mano de obra y capital, a la vez que constituye una competencia de suma cero entre países —en la que cada país tiene una capacidad muy limitada para competir mediante el ingenio o la diferenciación—, al tiempo que prácticamente solo genera externalidades negativas en cascada sobre el resto de la economía y la sociedad, desde la sobrepoblación urbana hasta reduce los incentivos para generar mano de obra cualificada", aseguraba este analista.

Los datos de PIB y productividad apuntan a esta dura realidad. Los países del sur de Europa dependen cada vez más del turismo, un sector que a su vez genera una creciente porción de los nuevos ocupados y de la ocupación total, pero, sin embargo, no ha habido una clara convergencia en PIB per cápita con estos países más avanzados de Europa que son los que llegan en masa como turistas. De una forma un tanto burda se podría decir que se ha creado una nueva versión de los amos y los sirvientes del siglo XXI (similiar a la comentada anteriormente de rentistas y sirvientes a nivel doméstico), con la evidente ventaja de que hoy, los amos (los turistas) sí pagan a los sirvientes (los trabajadores del sector turístico en el sur de Europa).

El bucle infinito del turismo

El bucle es infinito. El sur de Europa no termina de prosperar, pero tampoco puede abandonar y exterminar esta actividad que se ha convertido en un sector too big to fail (demasiado grande para caer). En España, el turismo es el sector que mantiene con superávit la balanza por cuenta corriente, lo que ha permitido reducir la deuda neta externa del país, pero al mismo tiempo mantiene aletargada a la economía en una dinámica de bajos salarios y baja productividad. La trampa del turismo está servida y la incapacidad de una parte de los europeos del sur de poder permitirse una semana de vacaciones es una prueba más de ello. La Europa del sur que no puede viajar.

"Según mis cálculos, el turismo creció como porcentaje de la economía en todos los principales países del sur de Europa entre 1999 y 2019. Pero más que un nuevo vector potencial de dinamismo y crecimiento económico, el auge del turismo es una señal de alerta, una señal de una economía que está fallando en todo lo demás", aseguraba Jukic.

Más allá de la relación que se genera entre el turista y la economía que recibe a esos millones visitantes, el turismo también genera una desigualdad interna, según Jukic. "En el turismo, la fuerza laboral permanece sin cualificar y subempleada para siempre. Una economía basada en el turismo se compone en realidad de una clase de rentistas inmobiliarios no cualificados (los que poseen las viviendas, apartamentos... que alquilan a los visitantes) y una clase mucho mayor de trabajadores nacionales con salarios bajos. Ser sirviente, cocinero o camarero es un rollo. Pero, francamente, también lo es ser casero o dueño de un restaurante. Hay profesiones mejores y más gratificantes que las naciones pueden desarrollar".

Este experto pone de ejemplo las naciones industriales o que tienen una buena parte de su economía dedicada a servicios de mayor valor añadido como los financieros. "Una fuerza laboral industrial es aquella en la que todos, casi independientemente de sus habilidades o inteligencia, están capacitados para realizar tareas técnicas difíciles y complejas, desde los fontaneros hasta los ingenieros jefes. Esto los convierte en trabajadores cualificados, capital humano de mayor valor. Son más valiosos no solo por su utilidad, sino porque se adaptan mejor a las nuevas industrias en caso de una fuerte competencia extranjera, nuevas tecnologías que dejen obsoleta la industria tradicional, o simplemente guerras, pandemias y otras crisis. Una fuerza laboral cualificada incluso aumenta la probabilidad de avances científicos y técnicos poco comunes, como Ozempic en Dinamarca o las fundiciones de chips en Taiwán", asegura Jukic.

Por lo tanto, Jukic cree que los gobiernos no deberían intentar fomentar una economía basada en el turismo con subsidios a la construcción, infraestructuras costosas dirigidas al turismo, inmigración con bajos salarios u otras políticas similares, ya que todas ellas no resolverán los problemas subyacentes o incluso los agravarán. La sociedad estará cada vez más fragmentada entre esos rentistas que generan ingresos 'fáciles' y crecientes con el turismo y esa mano de obra barata que se encarga de atender a la creciente masa de visitantes.

"Los fondos y la capacidad estatal restantes deberían destinarse, en cambio, a aumentar la competitividad de las industrias nacionales, a impulsar industrias completamente nuevas lideradas por jóvenes emprendedores, a reducir la carga fiscal y de prestaciones sociales incluso para disgusto de los votantes de mayor edad... Es el progreso en estas direcciones, y no el número de turistas que llegan en vuelos de RyanAir, lo que dará al sur de Europa la oportunidad de converger con sus vecinos del norte este siglo y recuperar un prestigio que se remonta a la época del mundo antiguo", sentencia el experto de Bismark Analysis.