- La Casa Blanca presiona a la TV y el cine patrio mientras amenaza con aranceles
- El dumping fiscal entre países ha vaciado a California de producciones locales
La semana pasada la televisión y el cine vivieron un terremoto que recordó a la Caza de Brujas de McCarthy en los 50. El programa de Jimmy Kimmel era cancelado súbitamente tras más de 20 años en antena por la presión de la Casa Blanca. Después de un comentario sobre el asesino de Charlie Kirk, el mártir del movimiento MAGA en EEUU que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, Disney ordenó la retirada inmediata del programa para sorpresa de toda la industria televisiva justo después de recibir una amenaza directa del presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), Brendan Carr: "Podemos hacer esto por las buenas o por las malas".
Los comentarios de Trump alabando la cancelación de Kimmel después de conocerse la noticia y advirtiendo a otros comediantes de que eran los siguientes desató la furia de la industria, el público, e incluso de miembros del Partido Republicano de la talla de Ted Cruz. La presión nacional se elevó tan alto que unos días más tarde Disney dio marcha atrás y recuperó la emisión del programa en la cadena ABC.
Más allá de las cancelaciones de Kimmel y del programa de Stephen Colbert —otro comentarista crítico con Trump cuya carrera terminará esta temporada— sobre Hollywood se extiende una inquietante sombra de adquisiciones de firmas auspiciadas por la propia Casa Blanca y sus acendrados aliados de Silicon Valley que amenazan la libertad de expresión de sus miembros.
El precio del poder
En esta historia se mezcla un entramado de intereses económicos, duelos fiscales, enemistades políticas y el ataque del poder a la libertad de prensa. Los ingredientes con los que sueña cualquier guionista de Hollywood. Pero que no tapan un problema que aprisiona a la propia industria californiana; Los Ángeles ha dejado de ser el (único) hogar de las estrellas que la colocó como una de las capitales mundiales.
El show televisivo de Kimmel era el único programa de los populares 'Late Night' grabado en un teatro de Hollywood. El resto hacía años que se encontraban repartidos por el país conforme la industria televisiva se iba deslocalizando. Si la pequeña pantalla se ha dispersado por el país norteamericano, la gran pantalla ha cruzado fronteras para disgusto del propio Trump, que un día ataca y el otro protege a sus producciones dependiendo de cómo sople el viento. Ayer mismo volvió a prometer, como ya hiciera en mayo, que establecería un arancel del 100% a las producciones extranjeras sin especificar cómo. No obstante, de ejecutarse la amenaza, el principal agredido no serían distribuidoras de Europa o Asia, sino la misma fábrica de los sueños norteamericana.
Los Ángeles es conocida mundialmente por albergar la reluciente industria del cine de EEUU. Sin embargo, el brillo de La La Land parece haberse terminado en los últimos años. Cada vez menos producciones se realizan en la capital californiana y los estudios llevan años deslocalizando sus rodajes —con los sobrecostes que conlleva— por la misma razón que moldeó a Hollywood: es más barato grabar en otra parte. "Las condiciones de rodaje son mejores fuera de EEUU debido a los incentivos fiscales", explica Elena Neira, profesora colaborada de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC. "Si te ahorras costes en la producción, puedes desviar recursos a la promoción. Los grandes taquillazos de 350 millones de dólares necesitan aligerar la factura hasta el último centavo", añade la investigadora.
De la misma manera que las industrias pesadas mudaron sus fábricas a Asia, aunque mantuvieron sus sedes sociales en Occidente, Neira descarta que la deslocalización cinematográfica o televisiva implique una salida de los estudios. Pero eso no es suficiente para el gobernador demócrata de California, estado que lleva años tratando de recuperar sus producciones ante la competencia fiscal de otros rincones del vasto país norteamericano. Gavin Newsom impulsó este verano un plan de exenciones fiscales para Hollywood valorado en 750 millones de dólares con el que tratar de ganar la guerra por las estrellas (fílmicas). El plan inyectará dinero del contribuyente californiano en la poderosa industria cinematográfica y televisiva a costa de recortes en salud y servicios sociales.
Todos los hombres del presidente
En lo único que coinciden demócratas y republicanos es su deseo de que vuelvan las producciones a suelo norteamericano. Los medios, empero, divergen bastante: unos apoyan créditos fiscales y otros, una tejida red de fusiones y demandas a todo tipo de firmas. Y es la segunda receta la que está ganando esta guerra por el trono de Hollywood. Mientras la industria local del cine se muere en California, las multinacionales detrás de los mayores taquillazos en el cine y shows en antena siguen engordando sus cuentas. El siguiente paso en el capitalismo financiero ha sido entrar en una contienda de compras y absorciones. Es aquí donde tienen mucho que decir los hombres del presidente Trump, que tienen la última palabra.
El paradigma de estas adquisiciones ha sido la fusión de Paramount y Skydance. La primera es una de las majors históricas de EEUU. Un paraguas que agrupaba distribución, producción y estudios de cine y televisión a lo ancho de Estados Unidos. La segunda es uno de los estudios "independientes" más relevantes de los últimos años. Pero más importante es saber quién hay detrás de Skydance. Su fundador, David Ellison, es hijo del magnate Larry Ellison, fundador de Oracle y magnate en pugna con Elon Musk por ser el hombre más rico del planeta y el mejor amigo de Trump. IMDb estima que Ellison padre ostenta el 35% de los derechos de voto de la nueva corporación resultante, Paramount Skydance, mientras mantiene a Ellison hijo al frente.
Hasta aquí podría ser una trama corporativa más de un incipiente clan familiar. La relevancia de esta operación radica en que el responsable de autorizar la fusión era la FCC encabezada por Carr. El presidente del regulador federal es un declarado republicano que ha apoyado a pies juntillas a Trump. La opinión pública en EEUU da por sentado que tanto Carr como Trump solicitaron una lista de puntos para conceder su visto bueno:
- Retirar a Colbert de antena tras una última temporada en la CBS, la misma cadena que luchó contra la caza de brujas de McCarthy en los 50.
- Que la CBS, a su vez, pague 16 millones de dólares a Trump para cerrar un litigio judicial iniciado por el presidente de EEUU.
- Establecer un defensor del espectador que mantenga la "imparcialidad informativa" bajo supervisión de la dirección.
- Eliminar cualquier mención a políticas de inclusión laboral en la estructura organizativa de la compañía.
Tras cumplir con todos los requisitos, la FCC autorizó en julio la fusión valorada en 8.000 millones de dólares . Dos meses después, la nueva corporación ha avistado su próximo objetivo: Warner Bros. Paramount Skydance está preparando una oferta por la casa de los Looney Tunes que la situaría como el tercer mayor imperio audiovisual de EEUU, por detrás de Disney y Comcast.
Para la casa de Mickey Mouse también es importante tener contento al inquilino de la Casa Blanca. La campaña de presión de Carr para tumbar el programa de Kimmel señaló tanto a ABC, cadena que emite el show, como a las emisoras locales asociadas a ella. Después de que Disney decidiera restituir al comediante, dos conglomerados de medios locales, Sinclair y Nexstar, boicotearon la vuelta del show a la pantalla y durante varios días reconfiguraron la programación mientras el efecto Streisand daba alas al contenido censurado.
El propio Kimmel ironizó en su regreso sobre los intereses de Sinclair y Nexstar con respecto a FCC: ambas quieren comprar Tegna, otra plataforma de medios locales, y necesitan la autorización de Carr, es decir, de Trump, para ello. El resto de voces del sector, desde comediantes hasta actores, periodistas o directores que apoyaron públicamente a Kimmel, han destacado este trajín de intereses empresariales y políticos mientras temen un recorte de la libertad de prensa díscola con el Gobierno de EEUU que los señale. Trump ha exigido la cabeza de The New York Times por 15.000 millones de dólares y de Wall Street Journal por 10.000 millones acusándolas de difamar su imagen. ¿Cuál será el siguiente nombre en la lista de la Casa Blanca?